Por Guillermo Cherashny.-

En otras notas en este sitio comentamos que María Eugenia Vidal tuvo un acuerdo político con Sergio Massa por dos años hasta el 2017, el donde el líder del FR obtuvo sólo el 11,83% y la gobernadora decidió terminar ese acuerdo que le daba quince legisladores provinciales para arreglar con Martín Insaurralde, que tenía sólo siete diputados, y dejó afuera al massismo y al cristinismo y a fin del 2008 le jugó dos males al tigrense; en efecto, la vicepresidencia segunda, donde estaba al frente Ramiro Gutiérrez (FR), lo desplazó y nominó al ultracristinista «Cuto» Moreno, quien es el principal armador de la candidatura gobernador de Axel Kicillof, es decir, le dio poder al estratega de su posible verdugo en las elecciones próximas. La otra trastada que le hizo a Sergio Massa fue desoír su pedido de desdoblar las elecciones de la provincia de Buenos Aires. En la última confección de las listas dejó afuera a cuatro diputados provinciales que respondían a Emilio Monzó, el presidente de la Cámara de Diputados, que ya dice a quien lo quiera escuchar que ya no forma parte de Cambiemos, que perdió a uno de sus mejores exponentes.

Tanto en los desplantes a Massa como a Monzó deja trascender que el culpable es Marcos Peña y no ella, pero desde la Rosada dicen que fueron caprichos de la gobernadora. Lo cierto que a Massa lo arrojó en los brazos del peronismo y a Monzó lo expulsó de Cambiemos.

Así las cosas, si se le da la reelección, se convertirá en una gran líder política que apartó a sus aliados en momentos claves con una gran frialdad y, si pierde, le echarán en cara sus errores o su obediencia debida a La Rosada.

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