Por Jorge Raventos.-

Cuando se miran de cerca los números de las primarias abiertas del domingo 9 puede comprenderse por qué todas las fuerzas políticas se encuentran en tensión ante el desafío de las elecciones presidenciales de octubre. El secreto del nerviosismo y el hecho de que éste atraviese unánimemente al espectro partidario se deben a que aquellas cifras es más lo que ocultan que lo que muestran.

Las primarias han dejado una enorme cantidad de lo que podría llamarse votos disponibles, un caudal que suma todos los sufragios potenciales que el domingo 9 no optaron por ninguno de los candidatos que competirán en octubre, sea porque entonces optaron por candidatos que quedaron eliminados (perdieron su interna o no alcanzaron el mínimo que la ley electoral exige para participar en el comicio), sea porque no votaron en las PASO, lo hicieron en blanco o su voto fue anulado o impugnado.

La inclinación de esos numerosos votos disponibles sin duda incidirá significativamente en la elección de octubre. En la competencia por la gobernación bonaerense, por caso, los disponibles son más de 3.700.000, una cifra que supera los votos de cualquiera de los candidatos más votados de la provincia e inclusive la suma de los dos que se enfrentaron en la interna del Frente para la Victoria (Aníbal Fernández y Julián Domínguez) que, juntos, no alcanzaron los 3.200.000 votos.

En el orden nacional, ese paquete vacante sobrepasa los 6 millones de ciudadanos, es decir, casi iguala el acumulado de los tres candidatos del espacio Cambiemos (Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió).

Volatilidad, desobediencia, infidelidad

Obviamente, sería arbitrario atribuir a ese número determinada homogeneidad: allí se mezclan personas que por diferentes motivos decidieron saltearse las primarias con otros que protestaron contra algo a través del voto en blanco, con aquellos que metieron en las urnas oficialistas la boleta de Julián Domínguez, los que votaron por opciones de izquierda que quedaron excluidas, los que acompañaron a micropartidos y el millón y medio que eligió a José Manuel De la Sota en la interna de UNA que consagró la candidatura Sergio Massa. Se trata de públicos diversos a los que es preciso seducir con argumentos diferentes.

Una porción de ese abigarrado tapiz es de improbable conquista para cualquiera de los candidatos mayores: el voto vacante que en las PASO se encuadró en las alternativas de izquierda, si por competencia sectorial (se sabe que una de las enfermedades de ese segmento ha sido el fraccionalismo) elude una divisa izquierdista ajena, se refugiará en el voto en blanco: para esas ideologías Scioli, Macri o Massa son distintas máscaras del mismo fenómeno que ellos han decidido combatir. Parte del votoblanquismo de las PASO comparte esa alergia. Hay allí, entonces, alrededor de un millón de votos que sólo participarán de la entronización del nuevo presidente por vía pasiva: a través del sufragio testimonial o del voto en blanco que, se sabe, incrementa principalmente el porcentaje del que sale primero. Probablemente Daniel Scioli.

Los estudios de opinión pública están trabajando a toda máquina para los candidatos, analizando en extensión y en profundidad la naturaleza de esos públicos, sus tendencias, sus pulsiones, los teman y los sentimientos que los mueven. También para investigar el grado de fidelidad que puede esperarse de aquellos que en las PASO optaron por alguno de los tres espacios principales. Aseguran algunos expertos que de una elección a otra alrededor de dos de cada diez ciudadanos cambia su decisión: vota en una aunque no lo haya hecho en la otra, opta por otro candidato (a menudo porque quiere ayudar a aquel que presiente triunfador, pero también por otros motivos menos exitistas).

Hay un alto porcentaje de convicciones líquidas. Aseguran algunos expertos que de una elección a otra alrededor de dos de cada diez ciudadanos cambia su decisión.. El voto vacante no es sólo el que por algún motivo se quedó sin su candidato original. También hay que contar a los veleidosos. Y a los desobedientes (una legión, en una Argentina que coquetea con las actitudes anárquicas).

Truco de gallo

Se sabe, por caso, que José Manuel De la Sota ha remachado su apoyo a Massa, ganador de la interna de UNA en la que él fue vencido. El martes refirmó esa postura en un acto con el tigrense en Córdoba. Los analistas escarban para averiguar si el deseo del gobernador cordobés coincidirá con el de sus votantes (6 de cada 100 participantes en las PASO) y si tienen los mismos reflejos los delasotistas cordobeses de genealogía peronista que los de los pueblos agrarios de la zona centro, donde él también concretó una buena cosecha electoral. Si se desmarcan de la voluntad de De la Sota, ¿se inclinarán por Scioli o por Macri? Los cazadores de voluntades de estos dos candidatos revolotean sobre ese público.

Massa, por su parte espera que el gobernador cordobés lo ayude a penetrar en el público peronista del NOA y de la zona centro que en las PASO votaron con la boleta del Frente para la Victoria, mientras él mismo se ocupa (con la contribución de Felipe Solá, un comunicador experimentado y entrador) por introducir una cuña en el oficialismo bonaerense, sacando partido de las dificultades que éste atraviesa en virtud de sus desavenencias internas tanto como de las secuelas de las inundaciones.

Este trabajo de zapa del massismo sobre las legiones peronistas de Daniel Scioli beneficia, probablemente a Mauricio Macri, pero esto no debe leerse como un pacto entre ambos: los dos necesitan que Scioli se vea obligado a pasar por el ballotage, pero ellos tienen que competirse recíprocamente para pelear por el segundo lugar. Siguen las tácticas del truco de gallo: alianzas circunstanciales y cambiantes.

Esa lógica lleva a los tres a invadir el territorio de los otros con propósitos de conquista.

Cristina, Aníbal y Zannini, ¿para la Victoria?

En el campamento de Daniel Scioli se estudia con preocupación el peso de algunas mochilas que el candidato se ha visto obligado a sobrellevar, y se evalúan los riesgos que podría ocasionarle a sus posibilidades un intento prematuro de sacárselas de encima.

Scioli está obligado a hacer campaña con el candidato a gobernador del Frente para la Victoria, Aníbal Fernández. En su bunker no ignoran que la deficiente imagen pública del jefe de gabinete, impregnada de olor a azufre, equivale a un lastre, particularmente en el espacio de los votantes independientes que el gobernador debe seducir para cumplir con su meta de ganar en primera vuelta. También son conscientes de que sus adversarios trabajarán sobre ese flanco para reducirle su caudal de votos.

La Casa Rosada y el kirchnerismo exaltado tienen su propia interpretación sobre el fenómeno del voto volátil: consideran que Scioli dejó escapar parte del capital electoral K por tibieza, por su moderación y su estilo apaciguador, por adaptarse a la idea de “cambio” que proclaman las fuerzas adversarias. Y parecen decididos a exhibirse más en la actividad preelectoral sin dejar de exhibir su reticencia ante el candidato. La pancarta con el lema “Zannini para la Victoria” que el camporismo exhibió el jueves en el Patio de las Palmeras tanto como el tono de la trigésimo segunda cadena nacional de la Presidente, que aquellos celebraban, fueron muestras de esa actitud: el abrazo de un oso amenazante.

Si, para aspirar votos vacantes, los analistas le aconsejan a Scioli que produzca gestos –así sea con su estilo minimalista- de autonomía en relación con el vértice K y ofrezca indicios de futura conducción independiente en caso de alcanzar la presidencia, el kirchnerismo exaltado parece dispuesto a ponerle obstáculos en esa tarea, con el argumento de que la clave del éxito es precisamente la contraria: insistir con la continuidad del ciclo y refirmar que ”la Jefa es Cristina”.

¿Serán entonces el voto volátil y el voto vacante los que definan la elección presidencial? Sólo en apariencia: es imprescindible conquistar esas voluntades, pero la condición para hacerlo está en la solidez de la oferta que produzca cada espacio, en el atractivo y sentido de sus propuestas, en su capacidad de comprender el estado de conciencia del conjunto, de ser percibido como portador de soluciones y gobernabilidad. Y en la capacidad organizativa, entendida como disposición inteligente de la propia fuerza en función de los objetivos políticos. La volatilidad ansía seguridades. La vacancia necesita ser cubierta.

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