Por Jorge Raventos.-

Quizás no sea completamente cierto que Daniel Scioli haya elegido a Carlos Zannini como su copiloto en la fórmula presidencial del Frente para la Victoria, pero sin dudas él fue un factor determinante de esa nominación. Es que, si bien se mira, esa decisión es la consecuencia de otra, previa: la de clausurar la candidatura de Florencio Randazzo, imaginada para desafiar y erosionar al gobernador bonaerense. Nadie ignoraba que Zannini (es decir, la propia señora de Kirchner) estaba detrás de ese experimento. Leyendo encuestas, la Casa Rosada llegó a la conclusión de que una (muy probable) caída de Randazzo en las PASO sería leída como una derrota de la Presidente, incrementaría la autonomía de Scioli y beneficiaría, de yapa, a los candidatos opositores.

Así, la tenaz y resistente construcción política del gobernador (que incluye su imagen pública, su pasable acogida en los mercados y su buena recepción en ámbitos y capitales de mucha influencia) determinó el forzado abandono de Randazzo. Como efecto de este apartamiento, Zannini, hasta allí el manager del ministro de Transporte, trepó al ring como candidato a vice. Ahora se volverá más visible.

Si Scioli hubiera podido elegir acompañante, seguramente hubiera preferido a un gobernador. Pero en el peronismo se sabe que “el que saca no pone”. Scioli hizo que la señora de Kirchner apartara a Randazzo y se aseguró la candidatura presidencial por walk over, de modo que al copiloto lo nombró la Presidente.

El gobernador tiene varios motivos para estar contento. Es obvio que el candidato a vice, virtualmente desconocido para el gran público, no le agrega votos. Pero le quita menos que los que podría haberle hecho perder algún kirchnerista emblemático como, por caso, el ministro de Economía Axel Kicillof, cuyo nombre se había meneado para el puesto.

También se había mencionado a Máximo Kirchner, pero esa nunca fue una alternativa seria. Una fórmula Scioli-Máximo Kirchner estaba condenada a la derrota y la Presidente no arriesgaría la suerte política de su hijo ni el capital de su apellido en esa aventura. Máximo podría, en cambio, ser una buena figura como vice en la provincia de Buenos Aires, ahora que Randazzo rechazó por correspondencia el premio consuelo de la candidatura a gobernador. El vástago de dos ex presidentes podría inyectarle identidad K y plena presencia a una fórmula con, por caso, Julián Domínguez (de bajo conocimiento público) y capitalizar el respaldo a la marca Kirchner en un distrito donde se gana la gobernación por mayoría simple y sin ballotage. Pero esta fórmula es otra cuestión y quedará develada antes de las 24 del sábado.

La designación de Zannini fue, además, para Scioli una suerte de remedio homeopático: en esta etapa (de consolidación jurídica de su candidatura y de competencia electoral) la amenaza para el gobernador era el kirchnerismo duro, que queda contenido y amansado por la presencia de Zannini en la fórmula. El gobernador se inoculó el mal a modo de vacuna.

En algunos ámbitos opositores tanto como en muchos se da por sentado que la presencia de Zannini garantiza que, en caso de ganar, la presidencia se convierta para Scioli en una jaula de oro, vigilada por su vice bajo instrucciones de la señora de Kirchner. Una semana atrás, cuando para segundo sonaba Máximo Kirchner, Eduardo Jozami, uno de los cerebros del cenáculo Carta Abierta, imaginó que en algún momento esa situación culminaría en una renuncia de Scioli, la asunción del vice y el retorno triunfal del kirchnerismo puro y duro. Jozami habla en sueños y al hacerlo recita las peores pesadillas opositoras.

Pero, si la señora de Kirchner no pudo sostener desde la Casa a Randazzo, que era su candidato (y no uno malo), ¿podrá imponerle muchas cosas a Scioli si éste llega a Presidente y ella se vuelve ex, por más que tenga a Zannini tocando la campanilla en el Senado?

En caso de llegar a la Casa Rosada, el poder de Scioli será mayor. Más aún si las fuerzas que hoy se encuentran en el rol de adversarias mantienen vigor. Paradójicamente, una victoria en primera vuelta incrementaría los grados de su dependencia del kirchnerismo. El ballotage, en cambio, le exigiría naturalmente ampliar su base de sustentación, pondría rápidamente de manifiesto la necesidad de acuerdos y estimularía la búsqueda de convergencias y consensos: una política de unidad nacional que es clave para la gobernabilidad y el crecimiento.

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