Por Carlos Pissolito.-«El vacío es el combustible de la evolución. Una trayectoria que se interrumpe no agota el espacio vacante. Como en física, todo se transforma, nada se destruye. La historia del narcotráfico es una historia de vacíos, es una historia de transformaciones, una historia de capitalismo.» R. Saviano. CeroCeroCero.

SITUACIÓN

Luego de publicar un artículo en el Informador Público (SEGURIDAD: ¿Militarizar o no militarizar?) sobre le necesidad de militarizar o no la lucha contra el narcotráfico, veo, en los comentarios al mismo, dos interpretaciones erróneas recurrentes. Obviamente, ellas son atribuibles a alguna deficiencia de mi exposición y que es necesario aclarar. La primera, es la que sostiene que propongo utilizar a las fuerzas armadas para combatir físicamente la red de producción y distribución de drogas ilícitas en reemplazo y/o refuerzo de las fuerzas policiales en esa tarea. Y la segunda, creer que el mencionado narcotráfico es la causa del problema y que, en consecuencia, debe ser el objetivo de esta lucha.

Antes de pasar a las aclaraciones correspondientes es necesario hacer algunas precisiones respecto de cuando hablo de narcotráfico que entiendo por ello. La primera, es reconocer que el mismo no se circunscribe solo a la comercialización de drogas ilícitas. El narcotráfico, es por sobre todo, un gran negocio (R. Saviano). Uno fabuloso que puede ser calificado como la empresa capitalista más exitosa de todos los tiempos. Lo segundo, es saber que el narcotráfico como toda buena empresa se ha diversificado (tanto en actividades ilícitas como ilícitas) y que, hoy, busca lograr una cierta respetabilidad, tanto económica como política. Lo tercero es que con su accionar «empresarial», el narcotráfico está destruyendo las bases de la convivencia civilizada, tanto por las consecuencias sanitarias en sus consumidores como las criminales en sus operadores.

PROBLEMA

El problema principal que enfrentamos es la progresiva ausencia del Estado en sus dos tareas principales; a saber: la del monopolio de la fuerza y la de la creación de las condiciones que fomenten el bienestar general de la población.

ANÁLISIS

Sería muy largo exponer los procesos que nos han llevado al problema que mencionamos. Pero baste lo siguiente:

Relacionado con la pérdida del monopolio de la fuerza se puede decir que dicho proceso tiene varias causas. La principal, es de origen cultural, y es el ocaso del sistema disciplinario-autoritario (G. Lipovetsky) que rigió al mundo durante el siglo pasado. Particularmente, en nuestro país, los excesos en la represión estatal al terrorismo que nos asoló en los 70, trajo como correlato un exceso simétrico, pero opuesto. El mismo se expresa en un garantismo extremo (Zaffaroni) que condena -a priori- toda posibilidad del uso legítimo de la fuerza y del empleo de los castigos en general. Otras causas son el traslado de los ejes de conflicto de lo interestatal a lo intraestatal. Ya casi no le quedan al Estado enemigos externos, hoy los conflictos se libran en el seno de sus sociedades y por causas que se consideraban superadas, como las diferencias religiosas y raciales. En este último caso, esos grupos son los que les disputan al Estado ese monopolio. En las sociedades que carecen de esos grupos organizados, ese lugar dialéctico lo ocupa una miríada de descontentos y de no incluidos (los ni-ni) que operan en forma inorgánica y molecular (H. Enzensberger).

Relacionado con la incapacidad de lograr las condiciones para el bienestar se puede argumentar que la tendencia iniciada luego de la 2da Guerra Mundial en proveer a la población de un creciente nivel de bienestar se ha detenido (van Creveld). Por un lado, hay que considerar el elevado costo de estas prestaciones, su utilización política a través del clientelismo y la reducción de la masa trabajadora, precisamente, por la difusión de dichos beneficios (subsidios) para los que no es necesario trabajar para conseguirlos.

PROPUESTA

El objetivo final de la propuesta no puede ser otra más que establecer la vigencia del Estado, o al menos detener su deterioro. Simplemente, porque hasta que se descubra una mejor, es nuestra forma de vida civilizada. Vale decir, una en la tiene vigencia la Ley y en la que se respeten los valores esenciales, como el derecho a la vida y la libertad.

Contra su vigencia conspiran, ya lo hemos dicho, una miríada de actores no estatales. Siendo, el narcotráfico el más agresivo, pero no el único de todos ellos.

¿Cómo restablecer la vigencia del Estado? Nuestra experiencia en la MINUSTAH (Haití), donde el Estado había prácticamente colapsado, nos enseñó que en esta tarea es necesario trabajar en los tres niveles que conforman un conflicto y hacerlo en forma simultánea. Estos son: los niveles físico, mental y moral. Siendo el último de ellos, el moral, el más importante de todos y el físico el de menor importancia, con el mental o psicológico entre ambos.

El físico tiene que ver, básicamente, con la ocupación de un espacio geográfico. Para eso hacen faltas pies sobre el terreno (calcen estos zapatos o borceguíes) y que los mismos mantengan una presencia prolongada no esporádica sobre el mismo. En este sentido, las fuerzas armadas son buenas para ocupar espacios. Especialmente, los que están -supuestamente- vacíos. Para ello, se las puede emplear en tareas de vigilancia y en el patrullaje. Un ejemplo de esta forma de operar es la ocupación y permanencia de fuerzas del orden y de distintos apoyos sociales en las favelas de Río de Janeiro. También, sirven para encuadrar a las fuerzas policiales en acciones que requieran capacidades especiales, como por ejemplo, el control de los espacios aéreos y marítimo.

Lo mental se consolida obteniendo la confianza de la población en sus autoridades y en las fuerzas del orden. Ello implica que estás últimas operen con respeto por los derechos de la gente y que las primeras atiendan y solucionen sus demandas. De tal modo que la población los perciba a ambos como parte de la solución y no del problema.

Lo moral viene dado por la prosecución del bien común y el apego a valores como la justicia, la transparencia por quienes ejercen la función pública o tienen a su cargo las tareas específicas de contención y/o lucha.

También, aprendimos en Haití que nuestra acciones se debían regular por los siguientes criterios:

  • Una clara legitimidad legal y moral: La misma debe tener su origen en una firme voluntad política materializada en una orden o ley emanada de las máximas autoridades constitucionales. Esta legitimidad original podrá mantenerse, incrementarse o desaparecer en función de los resultados concretos que se obtengan.
  • Un carácter multidisciplinario: Si las fuerzas militares y la policiales constituyen la parte «dura» del sistema a establecer; habrá que integrarlas o otras más «blandas» como la ayuda social y por, sobre todo, a una educación basada en valores como los del trabajo y el estudio.
  • La unidad de esfuerzo: el propio carácter multidisciplinario llevará implícito una necesaria unidad de los esfuerzos de la mayor parte de los actores presentes. La misma será ejercida por la máxima autoridad política correspondiente, quien deberá sincronizar las acciones de todos los actores en pos de un objetivo común. En zonas especialmente calientes podrá establecerse, en forma transitoria, una zona de emergencia.
  • La separación del oponente de la población: Aunque se asuma que el narcotráfico y otros oponentes criminales, serán militarmente más débiles que las propias fuerzas; en contrapartida gozarán, al menos inicialmente, de una primacía moral y psicológica. A los efectos de contrarrestar estas ventajas y tornarlas en nuestro favor será necesario colocarlos fuera de la ley y aislarlos de la población de la cual se nutren y obtienen apoyos.
  • Una Fuerza con el adiestramiento adecuado para la tarea: La formación militar tradicional se orienta hacia el empleo irrestricto de la violencia, propia de la guerra convencional. Por el contrario, esto no es útil en los conflictos modernos. A los efectos, habrá que adiestrar a esta fuerzas -por ejemplo- en el manejo de crisis, en cómo a desescalar un conflicto y al uso de los criterios previstos en las reglas de empeñamiento. En otras palabras: deberán aprender a que cuanto menos violencia se emplee mejor.

En resumen: la maniobra se conformará con un conjunto de fuerzas policiales, militares que acompañarán a los elementos estatales (salud, educación, promoción social, infraestructura, etc. ) en la ocupación prolongada de un espacio determinado bajo el comando de la autoridad civil correspondiente con la finalidad de restablecer el control del Estado sobre la misma.

CONCLUSIÓN

Mi propuesta está encaminada a utilizar determinadas capacidades militares para conformar un equipo multidisciplinario que tenga por finalidad primera restablecer la autoridad del Estado. Para crear las condiciones de seguridad y de tranquilidad que permitan a otras agencias estatales y no estatales sanar el tejido social dañado por los estragos que produce el narcotráfico. Pero, también, por la pobreza, la exclusión, la falta de educación y de infraestructura básica.

Hoy, a este imperativo del respeto por la población, se suma el inconveniente de que los oponentes violentos a los que nos enfrentamos han perdido su carácter unitario y distintivo. Ya no se trata de un grupo ideológicamente uniforme que bajo una firma conducción persigue un claro objetivo político. Y con el cual, en última instancia, se puede negociar o firmar un acuerdo de paz.

En otras palabras: ya no son guerrilleros que operan en un lugar remoto de la geografía del país. Sino miríadas de jóvenes desempleados, semi-letrados que viven en el interior de nuestras ciudades y que no tienen otro objetivo que la violencia por la violencia misma. En este sentido, no responden a ningún comando unificado. Su comandante es invisible, su consigna el caos y su fe el nihilismo. Por supuesto que detrás de ellos estarán sus proveedores de droga y los que se aprovechan, en última instancia, del clima que ellos creen. Pero, sin ellos estos proveedores y estos aprovechadores no existirían. Ergo, ellos deben ser el centro de gravedad de nuestras operaciones. No para capturarlos, sino para que integren sus conductas al marco de una convivencia civilizada.

Si no enfrentamos a este flagelo. Como natural contrapartida de lo señalado, eventualmente, y con el paso del tiempo, ante la apatía del Estado; también, se erigirán diversas organizaciones ad hoc que pretenderán responder a la violencia con violencia para defenderse a sí mismas. Como es el caso de los grupos de autodefensa mexicanos y peruanos. Los individuos regresarán, entonces, al “estado de naturaleza” del que hablaba Thomas Hobbes.

Ante ello, el Estado no solo deberá ocupar el espacio perdido. Lo deberá saturar con su presencia. Abandonando su neutralidad, pero no su imparcialidad. Restaurando las distintas actividades sociales. Desde la libre circulación hasta la libertad de expresión.

Para terminar. Así como un médico de guardia en una sala de emergencias no puede elegir a sus pacientes. Los Estados y sus fuerzas armadas no pueden elegir a sus adversarios solo basados en el estrecho marco conceptual en el que vienen siendo educadas desde hace mucho tiempo. El carácter interactivo de la estrategia las obliga a adaptarse a las nuevas amenazas que tienen enfrente.

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