Por Guillermo Cherashny.-

Generalmente los periodistas «progres» vinculan el desmadre de la bonaerense con la denominada «maldita policía», desconociendo que en esa época ni el narcotráfico ni la inseguridad eran tan graves como ahora, sino que era más bien una mafia de negocios como automotores, prostitución y juego clandestino. Pero la aparición del León Arslanián como Ministro de Justicia de Eduardo Duhalde en 1997, cuando cobró seis millones de dólares como compensación por tener que dejar su estudio de abogados -junto a su socio, el Dr. Beraldi, actual defensor de Hotesur- marcó un antes y un después en la policía de Buenos Aires.

En efecto, si bien fue meritorio que Arslanián descabezara la mafia que encabezaba Alfredo Yabrán, íntimamente ligada al menemismo, y le hizo un gran favor al país su desempeño al eliminar al jefe de policía con el «cuento» de que no se debía dejar que se autogobernara sola, inició el estropicio final de esa fuerza de seguridad produciendo grandes purgas por denuncias de familias de delincuentes que hablaban del «gatillo fácil» de la policía, cuando en la Provincia el problema es el «gatillo fácil» de los criminales. Desmoronó definitivamente a la policía y entre los ascendidos aparecieron «oficiales democráticos» que aprovecharon la ignorancia de Arslanián en seguridad -apoyada masivamente por el periodismo «progre»- para que naciera una generación de policías de escritorio que nunca accedieron a la caja de la prostitución y el juego clandestino, y que de esta forma pudieron hacerlo sumando la nueva «caja» del narcotráfico».

Antes de asumir, Carlos Ruckauf en 1999 pidió con razón la cabeza del «armenio charlatán» -como se lo conoce a Carlos Ruckauf, o también «el Caruso Lombardi de la seguridad»- y restableció la figura del Jefe de Policía, y mejoró levemente la seguridad, a la que contribuyo en los últimos meses del 2001 Juan José Álvarez. Pero al quedar como nuevo gobernador Felipe Solá, quien fuera un excelente Ministro de Agricultura y también un eficiente Gobernador, volvió a cometer el error de Eduardo Duhalde convocando nuevamente a los garantistas como Arslanián, que pobló de fiscales y jueces sacapresos la justicia bonaerense, pero esta vez con personajes menores, como Juampi Cafiero, y el peor, Marcelo Saín, a quien Camilo Vaca Narvaja con razón calificó de «traficante de espionaje». La situación se agravó y volvió Arslanián, que volvió a suprimir la figura del Jefe y nombró a una nueva cúpula. Allí aparece por primera vez Hugo Matzkin, sin ninguna experiencia en las calles y proveniente de los institutos de formación, quien permaneció con el gobierno de Daniel Scioli, que nombro al calificado Daniel Salcedo como Jefe -hoy perito de Arroyo Salgado- y el inefable Matzkin siguió calentando sillones hasta que fue nombrado Jefe, y en ese momento el narcotráfico penetró con todo en la Provincia. Varias departamentales y DDI creadas por Arslanián se conformaron en «protectoras» de los narcos con Carlos Stornelli, de opaca gestión, y luego Ricardo Casal, que no pudo hacer nada hasta que apareció una caricatura de la «mano dura» en la persona del sheriff Alejandro Granados, quien junto con Fernando Espinosa juntaron los 30 millones de pesos para que Martín Lanatta imputara Aníbal Fernández con el triple crimen.

Cuando Ritondo asume en Seguridad, es recibido por Granados y Matzkin, y la duda es si le vendieron un buzón a Ritondo o bien desconocen totalmente el manejo delincuencial de las departamentales y DDI. Lo más probable es lo último, aunque rumores no comprobados dicen que Granados y Matzkin sólo «vendían» los jefes de departamentales y DDI y no tenían ni idea del grave problema que enfrentaban.

De todas formas, Ritondo impuso como Jefe a Pablo Bressi, del Grupo Halcón, un duro en serio, avalado por el FBI y la DEA y esperaba hacer cambios para abajo en el verano, durante el Operativo Sol. Pero la fuga de los condenados salvó a Néstor Larrrauri, Superintendente de Investigaciones, el jefe que no vigiló a los familiares de los fugados y con conexiones con Matzkin y -lo peor- con Aníbal Fernández.

Si bien a Hugo Matzkin siempre se lo consideró un inútil en la Policía, hay un crimen que lo salpica. Cuando un juez federal ordenó al Grupo Halcón allanar a un peligroso narcotraficante que era en realidad Pedro Viale, el Lauchón, hombre de la SIDE y de Jaime Stiuso que había logrado la detención de Jesús Londoño alias «Mi Sangre» -narco colombiano vinculado al cartel mexicano de «los zetas», protegidos obviamente por sectores importantes de la bonaerense ¿con el conocimiento de Granados y Matzkin?- estos sectores deciden ultimar a balazos al «Lauchón» y otro juez detiene a los integrantes del Grupo Halcón, aunque algunos quedan en libertad en forma provisoria. Este asesinato a mansalva es una mancha para Matzkin como responsable político de la fuerza y demuestra la complicidad de un sector de la fuerza con un cartel mexicano. Y cabe recordar que la efedrina, convertida en anfetamina y droga de diseño, fue exportada a ese país del norte.

Hasta ahora se mencionó toda esta cadena del tráfico de efedrina y de ketamina, también utilizada paras las drogas de diseño, pero nunca se habla de Hugo Sigman, dueño del laboratorio Chemo Group, que importaba la efedrina de su propia planta en la India. Sigman es productor de las películas «Relatos salvajes» e «Historia de un clan». En tanto la ketamina fue importada por Laboratorios Richmond, de Marcelo Figueiras.

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