Por Luis Alejandro Rizzi.-

Quiero aclarar desde el inicio que no soy experto en el tema y que mi punto de vista parte desde la observación de la realidad.

Pienso que la “seguridad” es una cuestión de toda la sociedad y, como ocurre con la realidad, todos tenemos algo que ver.

Una de las acepciones de la palabra “tolerar”, según la RAE, es “permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente” y me parece que éste es el punto de partida de esta grave cuestión.

La gran mayoría nos hemos vuelto “relativistas” o “líquidos” y hemos asumido como una muestra de modernidad que hay ilícitos permisibles.

También ocurren cosas que son paradojales, como algunas de las actividades que se desarrollan honestamente en sectores de la “economía negra o informal”. Se estima en un 30% la “economía informal” y bajo ese manto de la marginalidad se desarrollan, reitero, actividades lícitas que serían inviables si se blanquearan; digo “lícitas” porque tanto el “empresario informal” como el “trabajador informal” se ganan la vida honestamente en cuanto trabajan sin límite y sin protección, pero también son deshonestos en cuanto incumplen esencialmente las leyes fiscales y laborales.

Esto significa que nuestra legislación es extremadamente uniforme y no distingue, por ejemplo, entre la gran empresa, una Pyme y un kiosco. Se olvida que un principio de justicia es considerar iguales a los iguales y en la distinción hecha antes, se trata de “desiguales” que merecen un tratamiento legal conforme a sus “circunstancias”.

Aclaro que me refiero en un mismo plano de igualdad al derecho, la moral y la ética, porque estoy convencido de que la anomia social comienza por la pérdida de respeto a principios éticos y morales que influyen para mal en nuestros “usos” y eso luego repercute negativamente en el derecho y así convertimos el garantismo en “virtud” y, lo más sorprendente, convertimos a la “represión” en “ilícito”.

Recuerdo que por cadena nacional Kristina ponderó la desobediencia de una alumna de quince años con relación a una orden de la dirección de su colegio. Ese hecho fue un pésimo ejemplo para la sociedad, ya que alentó públicamente la “desobediencia”, olvidando que la obediencia es una obligación social y que muy pocas veces la “desobediencia” encuentra justificación. Kristina confundió “obediencia” con “sumisión”, que fue y es su método para relacionarse con los demás.

También fue otro muy mal ejemplo el incumplimiento del fallo favorable a los “hold outs”.

Reprimir significa ‘contener, refrenar, templar o moderar’, es decir, hacer respetar límites de convivencia y en una segunda acepción detener o castigar, por lo general, desde el poder y con el uso de la violencia, actuaciones políticas o sociales, agregaría contrarias a la ley.

Zygmunt Bauman dice que “los gobiernos no pueden prometerles honestamente a sus ciudadanos una existencia segura ni futuro cierto”. Creo que esto, especialmente a los argentinos, nos cuesta entender pero además potencia ese sentimiento que consiste en desplazar las culpas hacia otros.

“Cuando lo desviado se convierte en lo normal, toda normalidad es sospechosa de desviación”, señaló Antoine Garapon; y esta falacia nos lleva a creer que toda desviación debe llevarse al terreno penal.

Obvio, es esencial tener no sólo policías confiables sino también un Poder Judicial eficaz, pero esto, si bien es condición necesaria, dista mucho de ser condición suficiente.

Los principales responsables del crecimiento de la inseguridad somos nosotros, empezando por el modo en que educamos a nuestros hijos abusando de virtudes que, como la paciencia y la tolerancia, nos llevan a ser absolutamente permisivos y diría que este fenómeno se extiende a toda la dirigencia.

Mariano Narodowski escribía días pasados en el diario La Nación: “De ahí que la vieja asimetría sea cuestionada: hay que ser amigo de los hijos y de los alumnos, ser gamba, curtir su onda. La vieja asimetría se transformó en equivalencia y la responsabilidad por los chicos suele ser una obligación insoportable. Parece que la consigna es «más amor, menos severidad», pero esto es una engañifa sutil: no hay amor a los hijos y a los discípulos si no se les dice no. No parece, pues, que este mundo sin adultos sea el efecto de decisiones tomadas a favor de los chicos, sino más bien el resultado de una ausencia cómoda pero probablemente trágica”.

Lo más grave es que hemos perdido el sentido para diferenciar lo que está bien de lo que está mal o, más aún, no todo mal era un mal.

La causa primera de la inseguridad es precisamente ese relativismo, que nos va llevando a que los “males” se conviertan en “bienes”.

Alguna vez leí que la racionalidad es algo propio del pensamiento, pero la razonabilidad tiene que ver con la vida y la convivencia. Lo cierto es que ni aplicamos la racionalidad al pensamiento ni la razonabilidad a la vida.

Sólo vamos a tener una seguridad razonable si mejoramos la relación entre padres e hijos, si mejoramos la calidad de nuestra educación, si disminuimos la pobreza y la desocupación, si logramos tener una economía ordenada y una sociedad realmente institucionalizada y “the last but no least”, si nuestras dirigencias asumen las responsabilidades consecuentes.

Todos hacemos culto al “exitismo político”, pero ése no es el arte político que necesitamos.

La pérdida de seguridad no es sólo un tema policial; es mucho más que eso.

Con esta nota dejo planteada la cuestión, de ninguna manera agotada, y volveremos “coming soon”.

Share