Por Carlos Pissolito.-

SITUACIÓN:

Partiendo de lo general hacia lo particular, en relación a la situación de la seguridad, comenzamos diciendo que a nivel global ésta ha pasado a ser un tema central para todas las administraciones gubernamentales del mundo. La causa principal para ello, es que los Estados-nación, que es la forma mayoritaria de organización política actual, se encuentran bajo ataque por parte de los denominados actores no estatales. Quienes van desde pequeñas bandas de adolescentes violentos, como las maras, hasta colectivos que controlan vastas zonas geográficas como el autoproclamado Estado Islámico.

En pocas palabras: los Estados están en guerra y bajo asedio. No ya por parte de un enemigo similar u equivalente, como era en el pasado; sino por parte de uno interno que lo ataca por doquier y desde adentro. Todos ellos, con diversa actitud, comparten esta suerte.

En su casi inmensa mayoría, estas administraciones estatales han decidido enfrentar estas amenazas con todos sus medios duros disponibles. Desde sus policías de calle hasta sus fuerzas armadas, sin por ello descartar otros instrumentos de su poder blando; tales como la ayuda social y la educación.

En este último sentido, la Argentina conforma una casi única excepción. Reduce esta defensa del Estado y sus instituciones a sus medios de seguridad y policiales. Es más, parecería ser que, además, busca restarle capacidad operativa a estos mismos medios a los que se circunscribe su accionar.

PROBLEMA:

Ya hemos tratado en «Las FFAA y Otras Operaciones Diferentes a la Guerra» la necesidad de adiestrar a nuestras fuerzas militares en tareas tales como el combate del narcotráfico. Ya que creemos que la guerra convencional, no solo se ha abolido a sí misma; sino que el crimen podrá en un futuro cercano disputarle al Estado el monopolio de la violencia con medios propios de las operaciones militares. Ya que el crimen se librará como una guerra. Si esto no se verifica aún en la Argentina, es solo por una cuestión de tiempo para que ocurra. Basta ver lo que sucede en México o en Brasil.

En forma concomitante con ello, no se pueden debilitar las organizaciones de seguridad y policiales. Todo lo contrario. Se impone un esfuerzo para recuperarlas y reforzarlas en función de la naturaleza del conflicto que tienen que enfrentar.

PROPUESTA:

Nuestra propuesta se orienta a lo siguiente:

Detener su deterioro moral: Desde un tiempo a esta parte, para muchos el tema de la inseguridad, se soluciona con la simple reforma del sistema policial. El que muchas veces se reduce a exonerar a una buena cantidad de policías por diversas causas. Para reemplazarlos, simplemente, por noveles agentes carentes de una educación y un adiestramiento suficiente.

En no pocos casos estas reformas son impulsadas por políticos que en su pasado combatieron a esas organizaciones policiales. A veces con armas en la mano. Y si este no fuera el caso, son poseedores, hoy, de una acentuada carga ideológica anti-policial.

Como sostiene un viejo amigo y maestro: nadie puede administrar lo que no conoce y no se conoce adecuadamente lo que no se ama.

Ergo, la reforma policial no puede caer en las manos de estas personas.

En principio, hay que devolverle al policía el orgullo de su profesión. En ese sentido, como explicaremos después, hay que convertirlo en un servidor público no en un funcionario de uniforme. Lo dicho no excluya que se ejerza una verdadera «tolerancia 0» para con la corrupción policial.

Proporcionarle un marco legal que facilite el cumplimiento de su misión: Una sociedad segura comienza, entre otras cosas, con la disposición de una fuerza policial que pueda actuar en el marco de un sistema legal que privilegie la tranquilidad y el accionar de las personas honestas. Y que, en contrapartida, dificulte el accionar de los delincuentes mediante; primero, la prevención; luego con la disuasión y finalmente, mediante la acción policial.

Educarlas y prepararlas para la misión: Formar a un buen policía es una tarea compleja que lleva tiempo. No se los puede formar en serie y masa como hoy se lo pretende. Las habilidades técnicas, psicológicas y morales que deben adquirir son muchas. En ese sentido, ello no se logrará nada dispersando los medios educativos disponibles (profesores, aulas, polígonos, etc.) en una multiplicidad de escuelas. Todo lo contrario, hay que concentrarlos. En lo posible en un único instituto de formación por provincia, donde la excelencia sea la norma.

Tampoco, vemos como positiva la proliferación de las policías municipales; ya que ello no hace más que acentuar la tendencia señalada. Aquí, como en muchas otras cosas, hay que preferir la calidad a la cantidad.

Darles un presupuesto y un equipamiento acorde: Este punto no merece mayores argumentaciones, cuanto, que muchas veces, es uno de los únicos que es tenido en cuenta cuando se habla de reforma policial. Sí, le agregamos que el equipamiento deberá ser acorde a las capacidades crecientes del crimen organizado. Y que este equipamiento no puede restringirse a armas y móviles policiales. Muy importante son sus medios de comando, control y comunicaciones; como la disposición de uniformes y ropa y equipo de protección de calidad.

Implementar un sistema de control civil objetivo: Desde la perspectiva ideológica que señalábamos más arriba se ha buscado, desde hace algunos años, «civilizar» a la policía. Lo que muchas veces ha sido sinónimo de «desmilitarizarlas». Esto ha sido un gran error. Sin ser militares los policías comparten con los primeros la necesidad de un ethos particular. El ethos policial en este caso. Ello se basa en la peculiarísimas características de ambas profesiones: hombres y mujeres de uniforme, que armados deben estar dispuestos a arriesgar sus vidas para cumplir con su misión. Ninguna profesión civil tiene tales exigencias.

Le agrego al trabajo policial una diferencia específica. Mientras que la tarea del militar es más sencilla en relación al uso de la fuerza; ya que enfrenta -por lo general- solo a un enemigo bien definido. El policía, tiene que desarrollar un criterio muy particular; ya que mejor cumplirá su misión, cuanto menos violencia emplee. Lo que implica, en consecuencia, una educación más esmerada en ese sentido.

En función de lo expresado, el control civil deberá existir y estar siempre presente. No se lo niega, se le pide que se adapte a estas características peculiares del ethos policial.

En consecuencia, consideramos que su pretendida sindicalización es negativa y contraria a la naturaleza de la función policial. Ya que la misma se debe encuadrar en una cadena de mandos vertical basada en el liderazgo y en el ejercicio de las responsabilidades individuales. No en la conformación de un cuerpo corporativo que interfiera o que reemplace a esta conducción.

CONCLUSIONES:

Con certeza afirmamos que la institución policial no es el único; pero sí uno de los principales factores que contribuyen a la existencia de un ambiente de seguridad y de tranquilidad en nuestra sociedad.

Es más, creemos que -dada la situación descripta- el desempeño de la institución policial será cada vez más importante. Ya que la implementación de los cambios, principalmente educativos, aunque también políticos y sociales, que solucionen las causas de fondo de la inseguridad, no tendrán un efecto inmediato. Por lo que habrá que lidiar con la transición hasta que los efectos de tales políticas profundas se hagan efectivos.

Como en tantas otras cosas de la vida la realidad supera a la idea. Vale decir que la ideología es mala consejera de las administraciones que buscan solucionar los problemas reales. En el orden de la reforma policial, ya se lo ha intentado casi todo. Nos preguntamos si no ha llegado el momento de probar con el sentido común.

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