Por Rodolfo Patricio Florido.-

Mientras tanto, Berni, ese médico militar que engañó a todos sobre sus supuestos conocimientos de seguridad -con imagen, tono fuerte, moto y peinado a la gomina-, explicaba que la culpa del desborde era de Boca y Boca explicaba que era de la Policía. Como siempre, la pelota volaba de un lado para otro mientras las evidencias televisivas mostraban “trabajar” con toda tranquilidad, cortando la manga, mientras miles de hinchas se mantenían ajenos al espectáculo como si no sumarse fuera suficiente para evadir culpas. Y como si faltara más, el ejecutor, Adrián “el panadero” Napolitano que ingreso el químico, se cubrió con 8 personas y planificó su huida con un disfraz preparado, luego se victimizó intentando disculparse como si fuera un niño sorprendido por una cámara oculta. Lo que sucedió es la expresión más acabada de la degradación institucional, social, humana y política que nuestro país puede mostrar y mostró hacia adentro y hacia el mundo.

Decía Edmund Burke “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada” y así fue. La pasividad social se mostró en su cara más cruel y televisada. Los responsables físicos de la acción “trabajaban”, otros controlaban y otros miles, miraban. Quizás, esos miles que miraban y los que posibilitaron la acción, fueron también quienes hicieron un vergonzoso “banderazo” el sábado por la tarde-noche. ¿Un banderazo? Es como que no entendieron NADA de NADA.

Fue la hinchada de Boca, pero podía haber sido cualquiera. Hace tiempo que se camina la cornisa de un salvajismo como el que sucedió o incluso peor. Al fin y al cabo, cada vez que pensamos que se tocó fondo, sucede algo más. Así, una y otra vez, el umbral de intolerancia, violencia, anomia y ausencia, se hace cada vez mayor.

¿Límites?… No existen.

Hablar de límites parece demodé. El periodismo es también responsable y no en poca medida. Cada vez que se habla de establecer límites se brotan y empiezan a hablar de que “no se puede regresar a la Dictadura”. ¿Qué tiene que ver?

Estos pibes que destrozan todo y las generaciones de las actuales barras bravas no son el producto de la Dictadura. Tienen entre 15 y 40 años, el promedio no debe llegar a los 30.

No son los hijos de la Dictadura, excepto que haya alguna escuela psicológica que explique que hay cargas genéticas trasladadas de los padres a los hijos. Es más que obvio que, con sus más y sus menos, estas generaciones se han moldeado así mismas en el contexto de nuestra democracia que ya lleva casi 33 años.

En algún momento deberemos, como sociedad toda, dejar de intentar explicar y/o justificar que todas las desgracias del presente son una suerte de herencia inconsciente por la ausencia de libertades existente en el período 1976/83 y hacernos cargo de todas las correcciones para vivir mejor más allá de lo declamativo.

Nuestra sociedad se ha transformado -como dicen los abogados- en hábil declarante. Sabemos expresar con absoluta precisión que es lo que está bien, que es lo que está mal y como deberíamos comportarnos. Pero, entre lo verbalizado y la acción hay un enorme precipicio de hipocresía, ausencia, falta de compromiso y auténtica convicción para que lo expresado y lo actuado sea discordante. Somos como una sociedad “off the record”, con la luz prendida de la televisión somos perfectos, pero cuando se apaga sale la naturaleza real de nuestras miserias que tienen una gran distancia con lo que expresamos.

El fútbol, nuestro deporte nacional y reflejo de nuestras conductas más primarias, es un ejemplo de esto. Así como el poder degrada al que se le opone y el que se le opone degrada al que lo posee, en el fútbol nos hemos acostumbrado a jugar sin visitantes. O sea, una suerte de oposición destruida y ausente que cada semana nos deja como Poder o como ausencia de él.

Proyectamos nuestras responsabilidades en el otro, porque el otro siempre es el culpable de las desgracias propias. En problema es que el “otro” es hoy una persona distinta y mañana somos nosotros mismos. O sea, el “otro” somos siempre nosotros mismos según de qué lado de la culpa caiga cada hecho perverso, inmoral o violento con el cual convivamos.

Nos excusamos con frases que suenan maravillosas pero son EXCUSAS. Frases como… “el problema es más profundo y debemos analizarlo en un contexto más amplio”. Esta frase es perfecta. Proyectamos hacia algo inagotable e inentendible y así nos liberamos de ejecutar las acciones correctivas para comenzar a cambiar aunque el error pueda campear la decisión. Es como si prefiriéramos el caos al riesgo del error por hacer.

El Periodista Daniel Arcucci decía… Si osás elogiar cómo el Bernabeu ovaciona a Pirlo, cuando la estrella de la Juve deja el campo eliminando al Madrid, o resaltar los hidalgos aplausos de los hinchas del Bayern, eliminados por el Barca, “sos un cipayo” y “no entendés el folklore del fútbol argentino”.

“Pretendo que un equipo argentino sepa quedar eliminado como el Madrid como el Bayern. Que no haya imbéciles que tiren gas pimienta a los jugadores contrarios y, más todavía, que no haya “hinchas genuinos” que los avalen con su indiferencia o su justificación”. O sea, vemos con envidia desde nuestras casas como en las sociedades cultas la tolerancia en una cancha fútbol -la vida misma- se practica, pero volvemos a la violencia o al no compromiso cuando sucede en nuestra Argentina cotidiana.

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