Por Alfredo Nobre Leite.-

Llama la atención la reacción del secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, a la opinión del arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, que en una columna publicada por el diario «El Día», expresó su preocupación por lo que consideró una «cultura fornicaria» que banaliza «la unión entre el hombre y la mujer», cuestionando la entrega de preservativos en la «Villa Olímpica», durante los Juegos Olímpicos, como también el novedoso y perverso «petting» -el contacto erótico sin llegar al coito- desvergonzadamente en lugares públicos, contraviniendo la moral pública. Con toda razón el prelado observa «La deshumanización del eros -vulgarizándolo- que por propia naturaleza es carnal y espiritual» -caso contrario, se prostituye- y se vulgariza animalizándolo, por carecer «de la honestidad, de la modestia y del recato»; agregando que «En estos valores cifra la plena humanidad de la actuación sexual, que no se exhibe obscenamente ni en sus preparaciones». Teniendo en cuenta que Dios creó al hombre y luego a la mujer…; y dijo a Noé y a sus hijos: «Creced y multiplicaos y llenad la tierra» (*). Unión que Nuestros Señor Jesucristo hizo sacramento, siendo el propósito del matrimonio tener descendencia y criarla como hijos de Dios.

Cuando se banaliza hasta el extremo que critica monseñor Aguer, se cae en la animalización de la especie, en la perversión y el degeneramiento, de modo que no debe extrañar las crónicas procaces de los diarios, tintas en bajos instintos y la esclavitud de la mujer -que el hombre de bien respeta-, transformándolas en cosas. Todo lo cual, monseñor Aguer observa en su filípica con todas las letras a fin de que la sociedad recupere las buenas costumbres, la decencia y el propósito de la vida, que pervierten y banalizan los medios audiovisuales y, fundamentalmente, los electrónicos.

El señor Avruj dice que monseñor Aguer «merece el rechazo de todos» (¿por qué causa?) por una «posición autoritaria» y «discriminatoria» (pamplinas); y que estudiará con el INADI para, sedicentemente, acusarlo; estaría defendiendo las desviaciones morales y éticas que no deben prevalecer en toda sociedad civilizada, impropias del Estado.

* Génesis IX, 1.

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