Por Juan Ruiz.-

El femicidio se incuba. El marido, pareja o novio no se levanta un día y piensa “Hoy voy a asesinar a mi mujer sin más trámite”. Antes de eso ya hubo un gran número de episodios que fueron enturbiando la relación. El femicidio es la culminación de un proceso mental, el acto final de una serie de equívocos que le hacen creer al varón que tiene instituido por la naturaleza algún tipo de poder divino sobre su pareja, ya sea esposa, amante o novia.

Así como en la antigüedad se creía que el poder de los reyes provenía de Dios -o de los dioses-, ahora son varones violentos los que se creen investidos por la naturaleza de un dominio sobre la mujer que no admite contradicciones y que le da la facultad de sentenciar al castigo mortal a la insurrecta que no responde a los mandos naturales.

Según un informe realizado por el Observatorio «Adriana Marisel Zambrano», dirigido por la Asociación Civil La Casa del Encuentro, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat y las Naciones Unidas, unos 162 casos de femicidios de los 275 totales registrados en el lapso de un año en la Argentina involucran a parejas, novios, esposos y ex esposos, ex parejas y ex novios de las víctimas.

En los primeros 4 meses de 2016 hubo 27 mil llamados a la línea 144 de violencia familiar. En el 90% de los casos el agresor es pareja o ex. La línea nacional 144 recibió 27.283 llamadas por casos de violencia de género, el doble que en el mismo período del año anterior informó el Ministerio de Desarrollo Social.

Varios dirigentes políticos y legisladores se pronunciaron sobre el tema luego de la reciente marcha “Ni una Menos” deplorando los asesinatos de mujeres que marcan las estadísticas y en algunos casos responsabilizando al machismo imperante en la sociedad. En efecto, antes de ser la víctima de un femicidio la mujer es primero víctima de una sociedad que genera el clima propicio para esos comportamientos individuales del varón porque ha comprado la teoría machista con todo lo clavado, plantado y adherido al suelo. Y eso se refleja en el derecho, que es el mejor termómetro social.

Sin embargo, pocas voces se escucharon para marcar el espacio que esa inclinación está ganando en el derecho y en la justicia. Una de las manifestaciones más evidentes de esa distorsión legal es que gracias a la presión de la cultura machista imperante la relación materno filial ha sido degradada y la legislación les da a los varones instrumentos para acosar a la mujer extorsionándola con la utilización morbosa de los “derechos” que le otorga el Código Civil y Comercial, por ejemplo, el de requerir a la ex esposa, o pareja, información constante sobre educación, salud y otras relativas a la persona y bienes del hijo entre otras disposiciones.

Como al varón que no tiene a su cargo los niños, le sobra tiempo y dinero para pensar en tácticas mañosas destinadas a desgastar a la mujer, usa las herramientas que le da la ley para hostigarla permanentemente con requerimientos de todo tipo y al mismo tiempo esquivar sin escrúpulo alguno la obligación alimentaria con el fin de asfixiarla financieramente ya que la madre, además de tener que ganarse el sustento y ocuparse de la alimentación, la educación, la salud y el bienestar de los hijos debe estar constantemente repeliendo en la justicia los ataques dirigidos a demostrar que no cumple con sus obligaciones con el costo físico y pecuniario que este representa.

A veces algunas juezas, encorsetados por normas que establecen una supuesta “igualdad” de los progenitores -una ficción jurídica dañina y contraria a la realidad y al curso natural de las cosas desmentida todos los días por la realidad- faltas de tiempo para investigar la realidad y presionadas por una sociedad marcada por una impronta machista inocultable son entonces usadas con descaro como instrumento de aquellas cobardes elucubraciones en perjuicio de sus congéneres.

En pos de la “igualdad de derechos” impulsada por plañideros lamentos de padres varones separados se ha llegado al extremo -para horror de la naturaleza- de pretender en algunos casos que la relación de los hijos con la madre es la misma o equivalente que la que pueden tener con el padre desafiando la razón más elemental, lo que encierra un disparate tan grande como sostener que para sus hijos la leona que sacrifica su vida por ellos es igual al león macho que se los come cuando tiene hambre.

Esta visión tan distorsionada tiene severas consecuencias para las mujeres porque hay muchas maneras de matar a una mujer y quizás la física no sea la peor. Mortificar su alma, doblegar su espíritu, condenarla a vivir años y años en constante vigilia emocional y lucha judicial es más terrible, porque la muerte es sólo un instante, lo otro puede ser para la mujer un calvario agónico de largos años de temor y angustia sólo mitigado por amor a sus hijos, que paradójicamente, a su vez se convierten en los involuntarios instrumentos con los que los varones despechados intentan aniquilar moralmente a la mujer manteniéndola en un estado de constante alteración. En muchos casos con la ayuda de la justicia.

Share