Por Alberto Medina Méndez.-
La hipocresía es moneda corriente y eso ya no es primicia. Esta inadecuada postura cívica aparece, también, en el terreno de la tan mentada “conciencia tributaria”. Algunos han tenido hasta el atrevimiento de definirla con cierto sesgo académico, diciendo que es la “interiorización en los individuos de los deberes tributarios fijados por las leyes, para cumplirlos de una manera voluntaria, conociendo que su cumplimiento acarreará un beneficio común para la sociedad en la cual ellos están insertados”.
Es un verdadero disparate igualar dos términos que claramente se contradicen. Abonar impuestos no es un acto voluntario, porque la palabra impuesto se refiere a lo forzado, a lo obligado. Si fuera un gesto auténtico, espontáneo, vinculado al deseo genuino, en todo caso, sería una donación.
Como suele pasar en diferentes órdenes de la vida cotidiana, este tipo de justificación retorcida no deja de ser un mero ardid, casi un consuelo, que intenta convertir en aceptable algo que es intrínsecamente malo. Existen, al menos, cuatro grupos bien definidos que utilizan este recurso argumental y pretenden transformarlo en un axioma indiscutible, en un mandato bíblico.
Por un lado están, los recaudadores, los que trabajando de esto preservan la gestión de los organismos de recolección compulsiva de gravámenes. La medida de su eficiencia está directamente relacionada con el monto percibido. Por eso, en las campañas de difusión masiva apelan a esta consigna por ser la menos antipática. “La gente debe pagar sus impuestos porque es el único modo de que el Estado funcione y cuantas más personas lo hagan mucho mejor será para la sociedad”, sostienen. A veces inclusive recurren al ruin artilugio del “sorteo” como dispositivo para que unos ciudadanos sean delatores del resto, denunciando así a los que no cumplen.
Otro sector que opera en idéntica dirección es el de la parasitaria estructura estatal. Todos los que viven del Estado, saben que la sangre que fluye por esas venas se nutre de impuestos, emisión monetaria y endeudamiento. En tiempos en el que los dos últimos no son una posibilidad relevante, los impuestos, es decir el dinero detraído de la sociedad en forma coercitiva, posibilita la existencia del empleo estatal y de su cuantía depende, en buena medida, que sus remuneraciones puedan ser mejoradas.
Un tercer espacio lo ocupan los que no pagan casi ningún impuesto o, al menos, no perciben hacerlo. Son trabajadores, subsidiados o desocupados. Sus ingresos son bajos y no son alcanzados por algunos de los voraces impuestos diseñados especialmente para escarmentar a los segmentos más elevados. Ellos reclaman conciencia tributaria como fórmula para aliviar su rencor contra los que más producen. Pretenden igualdad y creen que un sistema tributario que les quita demasiado a los que más disponen, los nivela rápidamente. No saben como aumentar sus propios ingresos y se creen víctimas de este mundo cruel. Este perverso esquema es positivo porque les quita a los demás, a quienes culpan por tener más que ellos.
El último grupo está compuesto por los que pagan MUCHO en impuestos. No contribuyen por convicción, sino porque su actividad no les permite escapatoria. La administración ya ha encontrado el modo eficiente de tenerlos de rehenes. Como no pueden evadir, no admiten ser los únicos tontos y quieren compañía ante semejante abuso. Rendidos frente a la impotencia de estar atrapados por el régimen, apelan desesperadamente a este recurso dialéctico tan pobre como inmoral. En esto, se parecen al grupo anterior. Sus motivaciones surgen del resentimiento y eso no habla bien de ellos. Las garras del sistema los han cooptado y no desean sentirse tan estúpidos, por eso acusan al resto, para que reciban el mismo castigo.
Pagar impuestos no es un acto voluntario. El impuesto implica que el Estado detrae, por la fuerza, una parte demasiado relevante del esfuerzo personal. Nadie paga con satisfacción y alegría. En todo caso lo hace porque no puede evitarlo, porque el esquema se ha diseñado para que no se lleve el producto deseado sin ese “peaje” o bien porque no pagarlo implica un riesgo legal trascendente que se traduce en multas costosas o inclusive prisión.
Esta afirmación general puede verificarse empíricamente a diario. Quien intente refutarla puede dar testimonio personal de ello y hacer hoy mismo el ejercicio pidiendo que le aumenten el precio de un bien y le carguen impuestos no cobrados o hasta dejando un extra, ya no como propina para el individuo que le facilita el producto, sino directamente para el Estado.
Es más, si un individuo cree tan férreamente en la bondad de los impuestos podría pedir a los gobiernos, en cualquiera de sus jurisdicciones, que le facilite un número de cuenta bancaria para depositar allí dinero propio como donación para los “loables” fines para los cuales el Estado destina el dinero.
Después de todo este individuo que defiende la idea de “conciencia tributaria” cree que lo recaudado como tributo no termina en manos del aparato político, la corrupción o el despilfarro tradicional. Él recita, a viva voz, que todo eso es para la salud, la educación y la seguridad. Pues bueno, que deposite masivamente sus recursos propios allí, en vez de utilizarlo para su entretenimiento o el consumo suntuario de innecesarios bienes. La inconsistencia ideológica es tan evidente que no admite casi ningún argumento serio que pueda ser tenido en cuenta con cierta sensatez.
Si finalmente se opta por pagar impuestos, asumiéndolo como el “mal menor”, si se lo hace porque no se ha encontrado un mejor modo de financiar las “supuestas” necesidades que permiten vivir en comunidad, al menos sería saludable evitarse los retorcidos planteos intelectuales que pretenden justificarlo. No es razonable intentar convertir lo malvado en bondadoso. En todo caso, un poco de resignación ciudadana, puede servir como transición, pero solo para intentar ser más creativos y seguir buscando mecanismos que permitan sustituir este atropello cotidiano por algo superador. Mientras tanto, sería muy conveniente asumir que cuando se habla de impuestos no se dispone de buenas razones que lo respalden. El desafío es pensar como se abandona el pretexto de la conciencia tributaria.
19/05/2015 a las 2:44 AM
Alberto Medina Méndez:
Permitame decirle que si no se pagan impuestos de manera coercitiva, nadie pagaria o seria tan escaso lo recaudado que el estado quedaria en verdadera indefeccion y hasta diria en estado de paralizacion.
Nadie paga voluntariamente un impuesto, eso lo dijo tambien Ud. y lo sabemos todos.
El problema es el calculo del “costo-beneficio” que todos hacemos en casi todas nuestras acciones.
Cuando Argentina estaba entre los 10 mas importantes paises de la tierra, la presion fiscal no excedia el 20 %, hoy con una presion fiscal superior al 50 % (real), ocupamos unos de los ultimos puestos.
Hasta aqui el problema planteado en terminos Macro Economicos.
————————————
Yo voy a exponer por enesima vez, el Teorema de Ironics, tratando de explicar el porque de la aparente sinrazon.
Enunciado:
La multiplicidad de leyes y especialmente en el orden impositivo la presion tributaria excesiva, termina por convertir al “ciudadano en habitante”.
Desarrollo:
Es imposible cumplir con todas las leyes que regulan la actividad de las personas en este pais, incluso algunas de corte netamente inconstitucional, muchas negadoras de la propiedad privada, pilar fundamental de la sociedad occidental, hablo de economia de mercado y de libertad de movimientos y acciones al efecto.
Esto obliga al ciudadano, a transitar la doble via.
Es decir legalidad e ilegalidad en su accionar, si es que quiere subsistir, en un mercado donde la competencia impide el cumplimiento de imposiciones lesivas al patrimonio de las personas.
Aqui encontramos la genesis de como el ciudadano relega su condicion de tal, para convertirse en habitante, porque la doble via a que es obligado a transitar le quita sus “derechos civiles”.
Ya nadie podra señalar al funcionario corrupto, porque sera inmediatamente inspeccionado por la AFIP, a sabiendas que sus libros no guardan el orden requerido porque hay leyes incumplibles.
Esta perversidad se repite y se afila cada vez mas en los gobiernos de corte populista, no es ingenuo pensar que tiene una finalidad ulterior perversa,
desarmar al ciudadano de sus derechos, para luego manipular todo.
Desde los negociados usando al Estado, hasta la discrecionalidad de sancionar personas o comercios, segun el arbitrio del funcionario.
Nadie que tenga alguna responsabilidad que cuidar, se animara a denunciar nada, porque se sabe en infraccion.
Infraccion a que ? A leyes que fueron dictadas a sabiendas de su incumplimiento, por imposibilidad manifiesta.
Conclusion:
Si no volvemos a presiones tributarias razonables, recuperar la republica, que es base de la democracia, sera solo una utopia.
PD:
Lo mas lamentable que hoy la opcion a esta anomala situacion que se fue desarrollando, son estas tres posibles:
A) El funcionario presiona y recibe una coima y ahi volvemos a estar a derecho
B) El funcionario nos perdona, porque se da cuenta de lo absurdo de la ley.
C) El funcionario es incorruptible e insensible y nos saca del mercado.
En el caso
A) Nos libramos de el por cierto tiempo, pero sabemos que volvera el u otro a repetir la historia.
(aunque nos sintamos complices de un delito fabricado, al menos experimentamos cierto alivio)
B) Nos aliviamos, pero sabemos que quedamos debiendo un favor, cuyo precio aun no conocemos.
C) Es lo peor que nos podria pasar, no hay forma de solucionar esto, y nuestro esfuerzo se ira a la basura y si nos quedan fuerzas volveremos a empezar. Algunos cierran sus empresas y se emplean a trabajar para terceros y otros emigran.