Por Juan Manuel Otero.-

Hoy es una fecha especial dentro del calendario familiar. El día del Padre es la razón perfecta para reunir a las familias. Y siendo apenas uno más de los millones de argentinos que hoy habrán festejado, no sólo como padres sino también como abuelos, rodeados de los seres queridos y recibiendo su afecto, compartiendo un almuerzo, sintiendo que la mano de Dios se haya posado sobre cada hogar bendiciéndolo con las palabras del Génesis «Creced y multiplicaos, poblad la tierra…», quiero agradecer al Señor y decirle que he cumplido con su palabra.

Pero mi corazón no está satisfecho en plenitud. No puede ser completa la felicidad mientras haya padres y abuelos que sin razón alguna se encuentran encarcelados a causa de una perversa y vengativa política, falsa política de derechos humanos que, contraviniendo normas jurídicas, éticas y naturales, ha volcado el odio que llevan en la sangre nuestros gobernantes en aquellos que simplemente cumplieron una orden del Presidente de la Nación, cual era combatir la guerrilla hasta exterminarla. No cumplir tal proclama habría significado la instantánea degradación. Pero ellos eran soldados de la Patria y cuando una amenaza como la que se cernía sobre ella comenzaba a desparramar víctimas inocentes por su territorio, no dudaron en armarse para combatir y vencer a los traidores.

Sin embargo, no les cabe a estos argentinos la posibilidad de ejercer derecho alguno; son una reedición de los muertos civiles de la Edad Media. Encarcelados apenas por dichos de falsos testigos, violando principios jurídicos como la necesidad de ley tipificante previa al hecho a juzgar, juzgados por jueces prevaricadores y acusados por fiscales que perdieron la independencia y la honradez por treinta dineros, tampoco se les concede el arresto domiciliario que por ley les corresponde, tanto por la edad como por el extenso y penoso plazo sin sentencia. Y si acaso el sufrimiento fuera poco, se los priva también del derecho humano a la atención médica bajo el servicio de sus respectivas armas, por el cual aportaron durante toda su vida.

He hecho llegar ruegos al Santo Padre, pero lamentablemente se encuentra muy ocupado con sus tareas evangelizadoras y políticas. Se me contestó con evasivas y pedidos de paciencia…

Y hoy hubo hijos y esposas que no pudieron acercarse a su ser querido siquiera para darle un beso, nietos que no conocen a sus abuelos, mientras en los colegios se los adoctrina con falsas historias y perversas consignas.

Realmente no puedo estar feliz en este Día del Padre.

Pido disculpas, pero no tengo ganas de festejarlo.

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