Por Jacinto Chiclana.-

Como si de fósiles se tratase, algunos valores ancestrales que venían implícitos en la educación que mamábamos en el seno de nuestra familia han quedado enterrados en lo profundo de nuestra corteza nacional, posiblemente esperando ser rescatados algún día, para volver a resurgir en su rol de cosas esenciales.

Como si la maraña de carencias y la profusión de oscuras miserias que nos acucian no bastaran para hacernos aparecer bañados en una espesa pátina de mediocridad preocupante, que nos augura un futuro incierto y en el que la pauperización parece irremediable; vamos dejando que queden sepultados dogmas imprescindibles que constituían el esqueleto principal de nuestra educación y cultura.

Es posible que no pese en la conciencia de nuestra sociedad atribulada el suicidio desesperado de René Favaloro. Estoy casi seguro de que nadie se siente responsable de la sucesión de indiferencias y la epidemia de oídos sordos, con la consiguiente desatención, que llevaron a su decisión extrema de abandonar el mundo material en el que no era escuchado.

Seguro que todos los personajes nefastos involucrados mirarían hacia los costados y hacia atrás, buscando a quién cargarle las culpas por una pérdida que no sólo es imposible de mensurar, sino que además resulta incómoda y molesta y, entonces, hay que esconderla bajo la alfombra.

Si se pudiese preguntar a la mayor parte de los funcionarios del gobierno de la alianza qué les dijo o les pidió Favaloro y qué hicieron para evitar que tamaño personaje decidiera quitarse la vida, es probable que entráramos en un gran Don Pirulero en el que nadie se sienta responsable de haber obligado a ese genial dedo índice que manejaba su bisturí con excelsa maestría a apretar ese fatídico gatillo que puso fin a sus habilidades y al mismo tiempo a sus enormes virtudes humanas.

Dentro de no muchos años, algún historiador puntilloso quizás también repase las circunstancias de este ataque bárbaro y salvaje al Juez Fayt y tampoco encontrará a quién señalar con el dedo.

Todas estas nefastas y despreciables personas que hoy lo atacan con saña, desprejuiciados y crueles, zombis cebados de carne humana, en su afán de agradar a quienes les dan de comer y al mismo tiempo protegerse de futuras revisiones de sus inmorales actos, no poseen conciencia. Por lo tanto, ni les tiembla el pulso ni se les altera el ritmo cardíaco cuando atacan de manera tan rastrera como cobarde a este otro señor que ha hecho de la honestidad y la coherencia un culto irrenunciable y de su extensa vida, un ejemplo.

Por si a alguien se le ocurre creer que esto pretende establecer una generalización irreal, queda claro que el solo hecho de ser mayor no otorga por sí ni chapa de moralidad ni de respetabilidad. Es cierto que todos los viejos no son necesariamente buenos.

Arquímedes Puccio, el delincuente asesino jefe del clan que secuestraba y mataba gente para vivir bien, era también mayor y murió anciano, alejado de la ignominiosa prisión tan sólo por su condición de “viejo”; porque en algunos casos nuestra justicia, que a veces espía por una ranura de la venda, tiene la espada de madera balsa y la balanza “toqueteada” como ruleta de garito clandestino, por razones “humanitarias” manda a su casa a “algunos” ancianos, aunque rebosen salud y frescura y hayan sido unos reverendos hijos de puta.

Como todo el mundo sabe, los que laburan de idiotas útiles ahora dirigen a Fayt sus dardos envenenados, deseosos de provocar su colapso y producir el hueco anhelado. Ése que les permita dormir más tranquilos y sin que se les aparezcan atormentadores barrotes en sus pesadillas.

Casi como de casualidad, pertenecen a la misma corporación a la que pertenecían los que no atendieron a Favaloro, los que le prometían “ocuparse” y realizar otras acciones esperanzadoras, que olvidaban en el mismo instante en que sus lacayos lo acompañaban hasta la puerta de sus lujosos despachos.

Son los que pertenecen a la casta indeseable de los que han encontrado su espacio en el nicho agusanado de la política en el que reina el slogan “el fin justifica los medios”. Los que, de tanto transitar por los andariveles de la inmoralidad y la corrupción, hace ya mucho que son carentes funcionales de conciencia y han adiestrado la totalidad de sus podridas neuronas tras el innoble objetivo de alcanzar la mayor cuota de poder y la impunidad necesaria para protegerlo y mantenerlo.

Lo cierto es que nuestra Khaleesi les ha dado carta blanca a sus dragones para que lancen sus lenguas de fuego sobre un nuevo enemigo.

Esta vez es Fayt la víctima propiciatoria, aunque en realidad, todos los ciudadanos de esta balante y domesticada sociedad seremos las víctimas finales, expertos y curtidos en este arte y estilo de habernos convertido en simples y despreocupados espectadores, mientras el señor o la señora feudal de turno ejerce su derecho de pernada a voluntad.

Total, el reino les pertenece y ya se sabe… uno con los súbditos, hace lo que se le canta… incluso hacerlo incinerar por alguno de sus dragones, hasta quedar morocho y duro como morcilla recocida…!!

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