Por Sorge.-

“Si no puedes hacer el bien, al menos no hagas daño.” Hipócrates.

Como todo ciudadano medianamente ocupado y preocupado por los destinos de la polis y sus asuntos -la política, en su definición aristotélica-, quien esto escribe dedicó unos minutos de su valioso tiempo a analizar el reciente debate entre los dos contendientes a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por el espacio PRO en TN. Como muchos, aguaré pacientemente por un debate de temas liminares que hacen a la administración de una urbe y a los basamentos de su organización -considerando a la Salud en primera instancia, luego la Educación y la Seguridad.

Pero, a contramano de lo esperado, se asistió a un pretendido debate en el que sobreabundaron los elogios entre uno y otro aspirante. A la postre, fácil fue concluir que el debate no comportaba mayor necesidad: Michetti podría perfectamente votar a Larreta, o viceversa.

A raíz de una simple caída de un familiar en su vivienda, pude comprobar el modo en que funcionan los hospitales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; en este caso puntual, el Hospital Vélez Sarsfield.

A prima facie, el familiar de referencia fue derivado al citado nosocomio, sitio en donde se le diagnosticara una fractura de cuello de fémur. La paciente permaneció 24 horas en guardia sin que le fuera asignada habitación alguna, y sin que se tomara la mínima precaución de remitirla a otro centro asistencial que dispusiera de cama habilitada. Vale aclarar que la persona era afiliada de PAMI y, acorde a su cápita, le correspondía la red hospitalaria municipal.

Hemos de decir que allí comenzaron a desandar su calvario la paciente y, como es lógico, su atribulado núcleo familiar: desde el día 8 de octubre hasta el 21 de ese mes de 2014, se mantuvo a la persona tendida en una cama sin realizársele la intervención quirúrgica correspondiente, dado que en el medio de las fechas referidas se interponían los tristemente célebres fines de semana ‘puente’. Espacio temporal en donde no hay emergencia alguna, por cuanto los hospitales quedan vergonzosamente semivacíos. Mejor ni referirse a las interminables excusas esgrimidas desde el comienzo, entre las que se cuentan falta de quirófanos, y carencia o escasez de prótesis necesarias (y cuyo suministro era responsabilidad insoslayable de la obra social PAMI).

Y los argentinos ya lo tienen bien claro: las urgencias sólo le aplican a la salud de la Excelentísima Presidente de la Nación o a su señora madre Ofelia Wilhelm. Pero siempre en instituciones privadas, que luego facturan al IOMA las erogaciones registradas en el Sanatorio Otamendi.

Una vez operada, mi familiar transitó por un sendero eterno de dificultades y complicaciones, potenciadas por infecciones intrahospitalarias -bacterias que colonizaron el delicado organismo de la persona. Acto seguido, tomé notas: el grueso de las habitaciones del nosocomio exhibía cartelería que rezaba: ‘Aislamiento de Contacto’ y advertencias relativas a virus y bacterias (desde meningitis en adelante).

Víctima de la sorpresa, inquirí al personal de seguridad; éste me respondió que todo era parte de una situación ‘normal’. ‘A éste hospital, lo llamamos Triple Frontera: media Sudamérica se atiende aquí, y hay cero limpieza y desinfección’. El individuo me recomendó consultar con el personal de la firma de limpieza. Se me dijo en modalidad off the record: ‘Acá está todo rebajado al 10% con mucha suerte; es más, si puede, concurra Usted a la habitación portando sus propios elementos de higiene, si no quiere contraer una enfermedad’.

Un mes más tarde, mi pariente fue enviada de regreso a su domicilio -con cama ortopédica; alquilada obviamente en formato privado, dado que se me dijo que PAMI demoraba meses en la entrega de todo artículo relacionado-. A la hora de la recuperación kinesiológica, debo confesar que jamás en mi existencia fui testigo de tanto dolor y sufrimiento ante cada pretendido ejercicio de recuperación. Alarmado, me comuniqué con el personal médico del Vélez Sarsfield. Al concurrir a domicilio, los doctores comprobaron que la paciente había recibido el alta pero, al decir de ellos, ‘totalmente infectada’.

A partir de este episodio, y asistiendo con impotencia a la flagrante inoperancia de los jóvenes galenos que la atendían (y que, con mucha fortuna podrían siquiera desempeñarse en enfermería), comprobé que éstos eran residentes bajo la supervisión del Doctor Daniel. O Bouret (MN 44.183) jefe del Departamento de Traumatología. El profesional apenas tomó contacto con la paciente en un par de oportunidades.

Acto seguido, mi investigación me empujó a indagar sobre el tipo de prótesis y procedimientos quirúrgicos de similar tenor; pude cotejar que existen prótesis cementadas y no cementadas con perlas de antibióticos, que devuelven resultados disímiles. Variante que jamás nos fue explicada previamente por el personal a cargo. Tampoco se nos consultó si era plausible optar por otro tipo de prótesis, aunque más no fuera aportando la diferencia monetaria.

Desde luego que me vi forzado a multiplicar las consultas de rigor con otros profesionales, e incluso con investigadores médicos con quien iba tomando contacto durante mi lúgubre derrotero. Descubrí que los residentes nunca fueron adecuadamente asesorados en relación al retiro de las prótesis, a los efectos de interrumpir la continuidad y recurrencia de infecciones. Menos aún cumplían aquellos con los procedimientos de profilaxis post-quirúrgica -cuya ausencia conduce invariablemente al regreso del paciente al quirófano. Esta profilaxis era implementada -con mucha suerte- cada un aproximado de veinte días, cuando lo correcto es que se realice con rigor semanal.

En este punto, me había convertido yo en un lego en la materia: los residentes no eran informados por el responsable de Traumatología, sino por quien esto escribe. Naturalmente, ante cada oportunidad en que me apersoné con investigaciones científicas impresas en mano, se me dio la razón; la prótesis colocada inicialmente en mi familiar fue retirada. ¿Dónde estaba el Doctor Bouret, encargado de asesorar y supervisar al, por ejemplo, residente Doctor Formica? Me fue imposible hallar a esta suerte de homicida matriculado. Mi indagatoria incluso me ayudó a certificar, por la palabra de otros profesionales, que lejos está Bouret de llenar los zapatos de su padre Carlos (de quien se dice heredó el interés por la Medicina). Al parecer, el refrán ‘De tal padre, tal hijo’ lejos está de aplicar a este caso.

Retomando mi relato, el siguiente paso -y tras el retiro de la prótesis- coincidió con duros meses de terapia intensiva para mi familiar. Mis acompañantes y yo, munidos de la legislación que entiende sobre los derechos del paciente, exigimos copia de la historia clínica de referencia, mas los señores galenos se negaron terminantemente a suministrarla. ¿Habrán temido, desde esa instancia, a la eventualidad de un proceso por mala praxis? Los médicos, al ver que se aproximaba el fallecimiento de la paciente, intentaron trasladarla a otro centro asistencial -lo cual no podía explicarse sino como un fútil intento por evadir la propia responsabilidad. Por supuesto, logré impedir el traslado, al tomarse contacto con el jefe de derivación de PAMI. Este, al comunicarse con el Vélez Sarsfield, fue contundente con los facultativos: ‘Ustedes cuentan con los recursos y elementos mínimamente indispensables para terapia intensiva; la señora se quedará allí’. Y preguntó luego a su interlocutor en el nosocomio: ‘¿Hace mucho que no ves un muerto? Bueno; cuando la señora fallezca, andá y mirá. Porque esa será tu obra’.

Tal fue el epílogo para mi familiar: pereció tras permanecer un total de 56 días en la unidad de terapia intensiva; los doce últimos días, sedada y entubada.

Será también hora de compartir con los lectores otros resultados obtenidos luego de mi periplo por el sistema de atención sanitario en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Enfermeros y médicos de trayectoria casi me obligaron a tomar nota:

– Los hospitales porteños se caracterizan por una evidente escasez de medicación e insumos (sueros, solución fisiológica y dextrosa al 5%);

– Se ha naturalizado el empleo de, por ejemplo, jeringas descartables de pésima calidad (abunda material importado de la República de la India);

– Las llaves de tres vías (utilizadas para el suministro de sueros) arriban falladas; el resultado es que la ya de por sí escasa medicación intravenosa se pierde, pues se derrama sobre el paciente o en el suelo; las agujas carecen de filo: provocan extremo dolor al insertarse en las extremidades de los pacientes;

– Escasean también insumos críticos de bioseguridad, como ser camisolines, guantes de látex, pervinox, clorexidina y antisépticos. La manipulación de elementos -al no cumplirse con criterios mínimos de profilaxis- han multiplicado exponencialmente virus y bacterias que están exterminando a pacientes (problemática que se ha extendido también a la Provincia de Buenos Aires): Escherichia coli, pseudomonas, Staphylococcus aureus, bacilos gram-negativos, Klebsiella pneumoniae, y otros muchos;

– Finalmente, todo cobra un cariz tenebroso, cuando profesionales de la medicina reportan que la multiplicación de bacterias asesinas en los nosocomios de la órbita pública es un tema que jamás debe llegar a los medios de comunicación: funcionarios políticos ordenan reprimir cualquier intento de liberar información al respecto. A esto se le conoce como cerco informativo.

Mi experiencia personal, sumada a la información compilada renglones arriba, contrasta groseramente con lo prístino de las instalaciones fotografiadas para los sitios web de los hospitales porteños. Pero el maquillaje del Internet (a cargo del Señor Marcos Peña, del PRO) no puede tapar el sol con la mano. Como tampoco puede ocultar bajo de la alfombra a los indigentes y a los familiares de presos que se apilan para dormir en los pisos de las guardias de los nosocomios de la Ciudad (cuando no lo hacen en los ingresos y en las veredas circundantes).

Al cierre, la denuncia penal y por mala praxis del autor de esta nota tendrá por objetivos al ya mencionado Doctor Daniel Bouret, y a la inexistente Ministro de Salud de la Ciudad Autónoma, la Doctora en Oftalmología Graciela Reybaud.

Uno entiende que otro centenar de personas deben haber transitado situaciones tan desagradables como la mía. Si la cuestión no merece figurar ni ser tratada en los debates entre Gabriela Michetti y Horacio Rodríguez Larreta -y menos todavía por el Jefe de Gobierno, Mauricio Macri), lícito es que un conjunto de damnificados nos unamos y pongamos las cosas -y a sus funestos protagonistas- en su merecido lugar.

A la memoria de Lydia.

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