Por Jacinto Chiclana.-

Señoras y señores… recrudece la batalla.

No, en la serie no. Game of Thrones es un poroto de soja, ese simple y crucial “yuyo miserable” que les ha permitido subsistir hasta ahora, además del saqueo de varias cajas y la inefable colaboración de las “rotativas” de imprimir billetes.

La batalla continúa, porque hace rato que vienen arrasando lo que se les ponga adelante.

En esta aguda cuesta abajo, al mejor estilo de Las Calles de San Francisco, montados precariamente en el viejo y añorado carrito de rulemanes, con colisión obligada contra el paredón de la cortada, la batalla ha recrudecido hasta límites insospechados.

¿Quién se quedará finalmente con los 23 reinos?

En esta lucha descarnada en la que ni la compasión ni los escrúpulos tienen lugar, parece que todavía ninguno de los contendientes cuenta con el favor definitivo de alguno de los tres dragones que echan fuego por sus fauces, aunque últimamente, el fuego destructor (de documentos seguramente comprometedores), parece haberse adueñado de nuestra realidad y de paso, como sucediera en Iron Mountain, llevándose puesta la vida de varios servidores públicos, algo más para demandarles oportunamente y si es que llega alguien con las agallas suficientes para, por lo menos, no obstruir el renacimiento de la supuestamente blanca e inmaculada señora de la justicia, esta vez con los ojos vendados en serio, la espada sin mellar y la balanza libre de contrapesos internos.

Si hasta ahora, luego de doce largos años de exacerbación de artes casi inéditas, en el viejo oficio de hacer política, nos ganó no pocas veces el asombro y la incredulidad, haciéndonos exclamar horrorizados: “¡Dios mío! …estos tipos son capaces de todo….”, lo que veremos de aquí hacia octubre, nos hará abrir grandes los ojos como el dos de oros.

La realidad vernácula es tan, pero tan especial, que un muchacho que suele estar muy bien relacionado me ha comentado que la UBA, casi fracasado el intento de emblandecer el CBC, estaría estudiando la composición curricular de una nueva carrera, relacionada con el estudio y la recopilación de hechos contra natura de la realidad argentina.

Es decir, una especie de antropólogos investigadores de las barbaridades cotidianas que, en sacrosanto nombre de la política, se dan con mayor frecuencia por estas latitudes.

De aquí en más, la compra de terrenos fiscales por chauchas y moneditas, para luego venderlos en millones de dólares; los costosos vuelos de aviones de alta gama para llevar diarios y revistas, enseres domésticos, plasmas, abanicos, la cartera que hace juego con los zapatos, etc.; el pago de veinticinco mil “manguetes” a barras bravas de clubes de fútbol para hacer número en actos partidarios; las bolsas de papel madera con inexplicables billetes de varios colores; las cometas cobradas a Formosa por la empresa del ratón de carbonería, por “asesoramiento” sobre renegociaciones de deudas; el asalto a la fábrica de hacer billetes; los negociados de “anchoíta” Jaime; los ídem de los “Family Killers Schoklender” con la empresa “Robos Compartidos”; las valijas y bolsos con kilos y kilos de Euros; las fiscales que tienen que investigarse a sí mismas, y a su madre, a su hermana, sus primos, etc.; en fin, la gran tracalada de barbaridades que sólo un pueblo manso y balante como el nuestro puede tolerar, serán boludeces de polirubro de barrio al lado de lo que vendrá.

Cualquier cosa para asegurar que no se pierdan los reinos conquistados y mantener siempre a mano la lealtad y obediencia de los tres dragones, aptos de absoluta capacidad para incinerar a cualquiera que ose siquiera imaginar que estos próceres de la inmoralidad se marchen a cuarteles de invierno o puedan ir en cana.

Esos tres dragones, domesticados sólo por una voz de mando, bautizados desde que emergieran de sus especiales huevos, con sus emblemáticos nombres: Fueros, Extorsión y Cometa, estarán prestos a volar con sonoros batidos de sus alas, para envolver con lenguas de fuego al que ose posar la mirada crítica sobre su ama y la corte cada vez más numerosa y desparramada hasta en las boleterías de las estaciones ferroviarias.

De aquí en más, lo que nos parecería grave pasará a ser una nimiedad absoluta e intrascendente y a nadie extrañará que pronto se construya, a un costo por supuesto sideral, una manga exclusiva, para que la sacerdotisa de todos los reinos baje de alguno de los carruajes de la flota, abrigadita y a reparo de los inclementes vientos sureños.

Todo lo que pase de aquí en adelante debería llevar impresa la leyenda “No recomendable para nadie saludable”, que advierta a cardíacos, gentes propensas a sufrir ataques de pánico y otras vicisitudes tan nuestras.

El veneno, la poción mortal, la fatal mordedura de alguna Viuda Negra o un artero áspid, la ponzoña del escorpión, el roce de una de las púas del pez piedra, el estilete veneciano, el puñal romano, la faconeada trapera, el famoso Kalasnikov, la Bersa calibre 22 y otras herramientas capaces de cambiar definitivamente nuestro estado, pasando del status de vivo a muerto, serán imitaciones de utilería, comparándolas con las mil maneras de inocular “gangrena gaseosa fulminante” en honras y prestigios ajenos.

La lucha descarnada y desigual, en la que todo vale veinte, por la conquista de los Veintitrés Reinos, amerita todo lo que se ponga al alcance y quedan derogadas “ipso facto” todas las reglas y convenciones existentes o por inventar.

Como ya está sucediendo, veremos, estoicos, resignados y con ojos llorosos, la creación de decenas de organismos autárquicos de generosa “independencia” y “duración” en los que la condición para ser conchabado es pertenecer a la agrupación apadrinada simbólicamente por “el Tío”. Aquel hombre de la sonrisa precursora de los correctores dentales, que el viejo líder echó poco menos que a las patadas cuando, ¡oh sorpresa!, terminó de darse cuenta de que cargaba para el lado de la zurda.

Alianzas por aquí, pactos por allá, lo cierto es que aun los dragones flamígeros pertenecen a la reina de todos los reinos y ninguno de los postulantes a sucederla promete encerrarlos con triple candado ni cambiar sus molestas costumbres de prenderle fuego a cuanto ser viviente se les oponga o signifique un riesgo para la seguridad futura de cualquiera de los cortesanos.

Y ni que hablar si alguien osa mirar medio torcido a la Daenerys Targaryen autóctona. Un batir de poderosas alas, un silbido en el aire y cualquiera de los tres dragones, lo convertirá instantáneamente en un chorizo del día anterior que se quedó olvidado sobre la parrilla encendida.

Por eso, los productores de la afamada serie, que ha desbancado con éxito a House of Cards, como símbolo y emblema de la laberíntica política argentina, para evitar eventuales juicios millonarios, habrían decidido colocar al inicio de cada capítulo la leyenda: “Cualquier parecido con la República Argentina… es mera coincidencia”.

No insista: si usted persiste en intentar identificar a cualquiera de los personajes de la política nacional, con los de la serie, enano incluido, desista de tan negativa actitud.

Ya sé, no me lo diga, Sersei tiene un aire a la sacerdotisa arrabalera… pero le repito que es simple coincidencia, nada más.

Y ojalá tuviéramos en ciernes a alguno con valores parecidos a los del enano, porque por lo menos tendríamos la esperanza de acabar con los dragones para siempre y mandar en cana a los capos y capas de la corte.

¡Dios proteja a la Khaleesi…!

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