Por Luis Alejandro Rizzi.-

El intento de “UBER” para desembarcar en varias ciudades del país puso en pie de guerra al gremio de los taxistas, ya que ese sistema desarrollado a partir de internet y la telefonía celular genera un nuevo servicio de autos con chofer; no es más que eso.

Recuerdo que hace algunos años el personal del metro porteño generó un conflicto porque Metrovías pretendía reemplazar la función de los llamados “boleteros” por máquinas expendedoras de boletos, con el argumento de que se afectaba su fuente de trabajo, lo que visto linealmente era y es cierto.

En la mayoría de los países, esa función hoy es realizada por máquinas, y hasta el check in para los viajes en transporte aéreo se puede hacer por medios electrónicos, computadores, Ipads, celulares o por medio de máquinas habilitadas en los aeropuertos, etc.

Levy Yeyati escribía días pasados en La nación que: “En la Argentina, en un contexto de estancamiento, con motores de crecimiento histórico de baja demanda relativa de trabajo, y con una distancia creciente entre la formación de los estudiantes y las necesidades de nuestras empresas, la inevitable apertura tecnológica puede profundizar la caída de la participación laboral y la concentración de ingresos y riqueza. Entre otras razones, porque nuestra fuerza laboral es intensiva en calificaciones medias y está particularmente expuesta al reemplazo, como lo refleja nuestro primer puesto en el ranking del Banco Mundial que ordena a los países según el porcentaje de sus empleos que son reemplazables por la automatización”.

Esta cuestión de la automatización y el desarrollo tecnológico presenta nuevos y cada vez más difíciles desafíos para la gente, dado que si fundamentalizáramos la cosa, llegaríamos idealmente a una situación en la que la demanda de trabajo se reduciría a un mínimo insostenible socialmente. Que, es en cierto modo, la conclusión que se puede extraer de la nota de Levy Yeyati.

La cuestión de “UBER” no es en realidad una cuestión de “empleo vs. productividad”, como lo podría ser el caso de las “máquinas expendedoras de boletos” sino más bien de un sistema de “taxi” o “remis” de mejor calidad. UBER no es un sistema, al menos por ahora, que reemplace a los choferes por robots, sino que es, en definitiva, un aprovechamiento de la tecnología al alcance de todos sin afectar fuentes de trabajo, ya que es de suponer que, con el correr del tiempo, el sistema de taxis y remises será reemplazado por uno más “UBER”, pero siempre se necesitarán choferes. Ese avance es irremediable.

Además, este sistema posibilita mejorar la productividad del propio “uberista”, que serían los nuevos “taxistas”, ya que no sería necesario que tenga que andar recorriendo las calles en busca de un pasajero o usuario, ya que el propio sistema informático lo conectaría con el usuario más próximo.

Pensándolo con lógica, todos los actuales “taxistas” tendrían que querer ser “uber”, en vez de oponerse al nuevo sistema, como ocurre no sólo en Buenos Aires sino en otras varias ciudades.

La ciudad arguye que el servicio de “taxi” sólo puede ser solicitado por teléfono o en la calle. Pues bien, deberá agregar o por internet y debe dejar en la iniciativa privada la mejora de la calidad de este servicio público llamado “impropio” que son aquellos servicios de necesidad pública que el estado sólo reglamenta, como es también el de farmacias, por dar otro ejemplo.

Esta “resistencia heroica” a una mejor calidad, porque en el fondo de eso se trata, demuestra cómo las sociedades en general se van calcificando, lo que de algún modo, para mí es una especie de “desculturización” y llega un momento que puede ser el que estamos viviendo, que nos hace incapaces de encontrar nuevas formas de vida, ante las posibilidades ilimitadas que nos da la ciencia y la tecnología.

Me haría una pregunta. ¿Es que hay que invertir menos en “ID” o es que necesitamos una educación que nos enseñe a vivir en esta nueva era cuyo comienzo, los historiadores del futuro fijarán muy probablemente a partir de internet?

Ortega habló en 1930 y pico de la “misión de la Universidad”. Nos tendremos que volver a plantear cuál es la “misión de la educación” y probablemente la jornada de trabajo se deba reducir a mínimos insospechados. Surgirán nuevas actividades que tendrán que ver, en definitiva, con una nueva estética de la vida.

Estoy convencido de que todos los abusos -o mejor dicho malos usos- son consecuencia de que hemos dejado de lado el concepto de estética. La protesta sin límite, el piquete, el paro sorpresivo, el desprecio por lo público, el fundamentalismo, en definitiva, son formas antiestéticas del pensamiento, como la grosería lo es al buen gusto y a la educación.

Más que disminuir la jornada de trabajo diría que nos debemos preparar para otras formas de vida que sólo Dios sabrá si serán mejores, pero serán diferentes. La alternativa sería suspender por cien años la ID en todo el mundo… porque si nos oponemos a sus resultados para que se gasta dinero en esas actividades. ¿No?

Mi conclusión: La cuestión no es “uber”; es una negativa a dar un paso de calidad en la prestación de un servicio y eso es una calcificación de nuestra forma de pensar.

Ésta es la verdadera cuestión y espero que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y los propios taxistas la sepan resolver, porque será un bien, para el bien común.

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