Por Jacinto Chiclana.-

Nadie debería ignorar que este mundo ha cambiado a la velocidad de la luz, a partir del fin de la 2da Guerra Mundial.

Los avances tecnológicos han impuesto una dinámica singular, a la vez que las relaciones humanas han mutado, muchas veces con giros no tan auspiciosos ni deseados, privilegiando siempre lo novedoso, sin importar muchas veces los desvalores intrínsecos y las consecuencias nefastas de esos cambios a mediano y largo plazo.

Hemos visto, en estos últimos años, cómo han descollado modas y costumbres en los que primaba la juventud de los protagonistas principales, cuando no la demanda de las nuevas generaciones a los mayores, evidenciadas en la crítica frase: “Éste es el mundo que ustedes nos dejaron… en todo caso ustedes tendrían que haberse esmerado para dejarnos algo mejor…”

Paulatinamente, el avance del siglo XXI fue destruyendo sin piedad ni pudor el viejo concepto de “el anciano de la tribu”, prevaleciendo la voracidad y el empuje de la juventud y ejerciendo una suerte de condena a todo aquel que, por viejo, resulta casi un residuo descartable que constituye más un lastre para la sociedad que una fuente de sabiduría y experiencia.

El presente está lleno de ejemplos que pintan ese cuasi desprecio por lo viejo y se manifiesta de muchas maneras, incluso ridiculizando las imágenes de personas mayores, identificándolas con una especie de analfabetismo funcional y tecnológico, ignorancia y desinterés por todo lo cibernético y supina brutalidad generalizada en el ámbito de la computación y las nuevas técnicas de comunicación.

A muchos les provoca gran hilaridad ver el video en el que el abuelo utiliza la Tablet regalada por los nietos para picar la verdurita para la salsa y luego, presentándolo como poco menos que una bestia, colocarla bajo la canilla para guardarla.

Por cierto, hay valores inalterables que perduran, pareciera, en algunos hombres y mujeres pertenecientes a esa despreciativa categoría titulada “viejos”, que no son verificados a simple vista, pero que deberían constituir un ejemplo para las nuevas generaciones.

Habría muchos nombres a mencionar para clarificar de que se trata todo esto, pero es probable que uno solo tenga la capacidad de reunir a todos ellos de manera más que simbólica: El caso de Señor Juez de la Corte Suprema de Justicia, el Doctor Carlos Fayt.

Medido, calmo, lleno de paciencia y fortaleza, portador de aquella serenidad y aplomo que dan los años vividos intensamente y embebidos en el dulzor inigualable de hacerlo en absoluta coherencia y sintonía con sus convicciones.

Un hombre del que seguramente se podría decir que el paso de los tiempos ha desgastado su maquinaria exterior, pero con una mente brillante y una valentía esencial que le ha permitido enfrentar y derrotar sin claudicaciones, el ataque feroz y despiadado de los soberbios y los advenedizos, carentes del mínimo exigible de estatura moral para colocarse siquiera a su sombra.

Un señor muy mayor que, como aquellos consejeros de la tribu del pasado, nos ha dado una clase magistral de templanza, enfrentando, cual Quijote apasionado y con su lanza en ristre, los embates de los descastados, que lejos de emular su ejemplo, han pretendido apartarlo del camino de la manera más cruel, haciendo gala de no poseer ni una pizca de decencia.

Pero estas nuevas técnicas de destrucción de vidas ajenas, no solo han permitido el intento de defenestración del Doctor Fayt. También han incursionado en la historia de nuestro país y de la misma manera en que han abandonado al olvido y el desinterés a la vieja e histórica casa de Yapeyú donde naciera nuestro libertador, han borrado de un plumazo la figura del gran maestro sanjuanino, con sus claros y sus oscuros. Han tergiversado la historia a discreción para hacerla funcional a sus particulares y espurias pasiones, han subido a unos bajando desvergonzadamente a otros, han convertido los mentados y proclamados derechos humanos en un negocio vil y nos han dejado indefensos y exánimes ante la inseguridad y la droga, convirtiendo nuestra sociedad en una masa chirla y sin sustancia, rehenes absolutos del presente a fuerza de modificar el pasado.

Y mientras tanto, han arrasado cual horda infame, con todo lo de valor que han encontrado, surtiéndose a placer de las exhaustas arcas del estado.

Para colmo de la degradación y obscena demostración de oportunismo, tal como hicieran con el antes odiado e ignorado Bergoglio, ahora “el amado y respetado Francisco”, propician una especie de homenaje al anciano Juez.

Si, aunque no lo podamos creer, los mismos que lo vilipendiaron y acusaron de senilidad inhabilitante cuanto menos, hoy quieren “homenajearlo”, exhibiendo descaradamente la esencia de que están hechos.

La sociedad asiste impávida, estoica y resignada a estos acontecimientos, anestesiada e insensible de puro acostumbramiento, ratificando la cruda y triste realidad que nos impide aprovechar al máximo el riquísimo país que poseemos: somos arcilla maleable, plastilina escolar, en las manos de los inescrupulosos profesionales de la política, que desde hace décadas hipotecan nuestro futuro como Nación.

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