Por José Luis Milia.-

Han pasado nueve años y quince días de la desaparición de Julio Jorge López, oscuro personaje al que las “orgas” de DDHH se han empeñado en vendernos, como consecuencia de su patética evaporación del mundo real, como el “pimpinela escarlata” que con sus declaraciones condenó al Comisario Etchecolatz.

La realidad podría ser bastante diferente. Si nos atenemos a las declaraciones que en su momento hizo la “madre putativa” de algunos argentinos, él actuó más como un “collabo” que alegraba a sus captores cantando y que eventualmente cumplía su misión de topo sonsacando información a los detenidos, que desaparecerían o no de acuerdo a lo que él informaba. Más aún, los amanuenses que componían el tribunal coincidieron en que sus declaraciones aportaron poco y que ellos condenaron, más allá de las órdenes recibidas, en función de lo dicho por algunos otros testigos.

La frase final de mamá Hebe sobre este tema: «Si López desapareció, por algo será», tiene la misma cobardía y desinterés del “por algo será” con que muchos argentinos acallaban su conciencia en los setenta pero lleva implícito el mensaje -urbi et orbi- que incluso hoy, al igual que la muerte en los setenta, en los desaparecidos hay también diferentes categorías. Hay otra categoría de desaparecidos -los desaparecidos en democracia- que se aproxima al número de presuntos desaparecidos durante el proceso, pero más allá de cualquier polémica es un escándalo que desde 1990 hayan desaparecido en la Argentina, sin siquiera una guerra mediante, 6.040 personas y que sean sólo eso, desaparecidos.

Esto, y es justo decirlo, no lo dicen ni Clarín o La Nación; lo afirma Página/12 al hacerse eco del documento “Desaparición en democracia. Informe acerca de la búsqueda de personas entre 1990 y 2013” elaborado por la ONG Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT) en conjunto con la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex).

En ese lapso de tiempo “democrático” los “desaparecidos parias” -porque oficialmente a nadie parece importarle su destino- son niñas, niños, adolescentes y adultos que suman esa cantidad de los cuales el 54% corresponde a mujeres generalmente secuestradas por las redes de prostitución; pero como las circunstancias de su desaparición no están ligadas a los circos judiciales de “lesa humanidad”, ni tienen relación o actividad que pueda ser utilizada políticamente, carecen de valor y tienen el mismo tratamiento que los muertos del setenta que no pertenecieron a la subversión; ya que no hay, ni creo que alguna vez escuchemos un lamento oficial por el asesinato de Cristina Viola o de Paula Lambruschini o el reconocimiento por la muerte en combate de los soldaditos formoseños como se hace con los muertos de la guerrilla.

La realidad es que la disipación de López del mundo material -mal que le pese a la madre Bonafini- lo elevó a la categoría de ícono y ha adquirido una pátina de respetabilidad que antes se negaban a darle. Hoy es bandera, cuando se acuerdan de él, de cuanta algarada se haga por los desaparecidos. Obviamente de los desaparecidos elementales del proceso que sirvieron para pingües negocios, no de estos 6.040 que, sin ideología de apoyo, no sirven para nada y nadie busca.

Pero, sea por aburrimiento o por el cansancio que produce la mentira, la realidad es que hoy la desaparición de López tiene el mismo tratamiento que la de los “desaparecidos parias”: a nadie le interesa encontrarlos. Por más emblemático que sea Julio Jorge López poco y nada se ha hecho para saber, siquiera, como fueron sus últimas horas antes de desvanecerse de lo tangible. Más allá de abrir una causa judicial, nadie investigó los dichos del Sr. Rodolfo Buzeta, vecino de Atalaya que dijo haber visto a López caminando por la zona o la denuncia en sede judicial del Sr. Jorge Scanio que aseguró haberlo visto en el campo “San Genaro” en compañía de hombres armados, ni menos aún como o por que murió Rodolfo Buzeta a los pocos días de haber hecho su denuncia.

De esto podemos concluir que, aunque López ha desaparecido efectivamente, nadie cree en esa desaparición o, mejor dicho, en la fábula que inmediatamente plantaron de cómo habría sido: Falcon verdes con sirenas y mano de obra desocupada. Respecto de los “parias”, lo honesto, ya que sólo los familiares se preocupan por buscarlos, sería decir: “son desaparecidos, no sabemos si están muertos o ejerciendo la prostitución en algún lado, mientras no tengamos datos, son desaparecidos”, pero eso suena tan a Videla…

De todo esto, sólo podemos decir como epílogo que la “madre” Bonafini nos sigue sorprendiend: a sus muchas “cualidades”, suma la de vidente. Tenía razón cuando dijo: “Si López desapareció, por algo será”.

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