Por Manuel Lichtenstein.-

En víspera de alcanzar mis primeros 91 añitos, siento que las cicatrices que luzco en mi gastada osamenta, que supe conseguir subyugado por la pasión por el fútbol -el fobal para los pibes de mi barrio- son algo así como condecoraciones ganadas como afiebrado hincha de fútbol.

Soy lo que la jerga futbolera etiqueta de hincha, pero me parece que tiene más potencia y predicamento que aficionado. Un aficionado es sólo eso; un hincha es el que se entrevera con sus pasiones y de ahí en más las sufre o las goza, pero cero de indiferencia.

Hoy, después de la ominosa muestra de delincuencia humana, deportiva e institucional, me siento más perdido que turco en la neblina.

Desde que siendo apenas un niño y que la razón estuvo de mi lado, el fútbol, más bien el fobal de mi niñez, pasando por mi adolescencia y mi juventud, hasta que ya más grande y hecho a las circunstancias de la vida, nada fue más caro para mí desde lo deportivo y lo sentimental que el fobal.

Hasta que de pronto, en la aciaga noche del jueves 14 de mayo de 2015, en la Bombonera, se me nublaron los recuerdos, un manto de ignominias e insólitas actitudes criminales oscurecieron a ese escenario donde una vez más se mostró hasta dónde el hombre, vaya uno a saber cuáles son las raíces de ese miedo que los inspiraron al zarpazo endemoniado, olvidando que la solidaridad y el acompañamiento al semejante en los momentos difíciles son más que una obligación, una necesidad de mostrar su lado bueno.

Los jugadores de Boca Juniors, especialmente sus figuras estelares, como los son Agustín Orión y Fernando Gago, dejaron su profesionalidad olvidada no sé en qué recoveco de sus conciencias y abandonaron cuando más los necesitaron sus pares que quedaron solos, sin que fuera relevante que no vestían los mismos colores en sus camisetas deportivas, seguramente esperando que serian acompañados, sobre todo ante circunstancias que nadie hubiera previsto.

Pero hete aquí que el deteriorado juicio de los simpatizantes de Boca Junior, más su maldita barra brava y todas las autoridades institucionales, policiales y de seguridad que tuvieron que ver con lo sucedido en la Bombonera, no podrán limpiar de su conciencia lo acaecido esa noche que más que nunca llenó de imparable mugre a este escenario que supo de grandes glorias deportivas conquistadas, pero que los episodios de esas tristes, horribles e inolvidables circunstancias jamás se borrarán en la memoria de millones y millones.

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