Por Mariano Simón.-

“La patria Argentina, nuestra patria, es un producto directo de las ideas liberales”, aseveraba el escritor Emilio Perina, a la par que agregaba acertadamente que “no es posible oponerse al liberalismo sin menoscabar nuestra identidad nacional.”

Casi de manera premonitoria, Perina nos advertía la necesidad de recordar estas premisas hace ya dos décadas, y es que, a miras de las elecciones venideras, será menester recordarlas. Como ciudadanos, en los próximos comicios debemos plantearnos lo que nos exponía hace años Mariano Grondona; debemos preguntarnos si queremos un cambio EN EL sistema, o DE sistema.

Previendo esto, el oficialismo viene desde hace doce años “preparando el terreno” en lo cultural para dicho momento, en que ante un inevitable malestar socio-económico (causado por una década de irresponsable manejo de la administración pública) y que la sociedad se decidiese a buscar un cambio, éste sea EN EL sistema, y no DE sistema.

Al respecto, su principal medio ha sido lo que se conoce como “el relato”, el cual no promueve, sólo defiende las políticas oficiales; no innova, sólo justifica cada una de las acciones del gobierno. Sumado a esto, tiene la tarea de “censurar”, mediante la difamación pública, a cualquiera que se atreva a desafiar, cuestionar o siquiera dudar de las acciones del oficialismo. Este relato funciona como filtro maniqueo. No existen grises, no existen puntos medios, todo está acaparado por el oficialismo y dentro de ello la voluntad del pueblo. Este ardid de identificación de pueblo = gobierno es esencial para poder ubicar a cualquier honesta oposición como el anti-pueblo a nivel mediático. Para ello, es necesario “copar” todas las instituciones de la sociedad civil, desde los medios de comunicación hasta las escuelas y universidades. Todo ámbito generador de opinión debe dar conformidad a una cosmovisión totalitaria (técnica ya empleada en regímenes totalitarios como el nazismo, el estalinismo o la China maoísta).

En aras de acrecentar esta dicotomía, se llegó a extremos de posicionar al oficialismo en la izquierda política, y así, por descarte, cualquier crítica quedaría ubicada en la derecha (incluso cuando la crítica viene de partidos o intelectuales de izquierda de larga trayectoria, a quienes se acusa de “hacerle el juego a la derecha”).

Quizá el más grande de los logros de esta “batalla cultural” haya sido la difamación de las ideas liberales. Se las ha asociado con doctrinas opresoras, que sólo toleran la libertad en lo económico y sólo parcialmente, lo cual demuestra la efectividad de esta sistemática ingeniería mediática del relato, al punto de ser capaz de convencer a la sociedad de tomar por cierta semejante contradicción.

Volviendo a Perina, éste refería al liberalismo en términos mucho más acertados como sistema que propicia un Estado ágil, que vigila la marcha hacia los grandes objetivos nacionales, y concilia la libertad con la seguridad y la justicia social con el progreso. Por lo que, al leer estas líneas, cabe preguntarse: ¿No es acaso este sistema más coherente con lo que pensaron los padres fundadores del país, que el sistema actual del oficialismo?

La gran debilidad del liberalismo estriba en ser poco atractivo. Como bien planteaba el académico Ian Buruma, los autoritarismos apelaban a dar a los hombres una breve visión de gloria mediante la ilusión de ser parte de algo más grande. Esta clase de ficciones no son apreciables en las democracias liberales, donde se sustituye la gloria ilusoria por el bienestar material. Al respecto, es precisa la metáfora usada por el politólogo Claudio Fantini, quien comparaba a las ideas de las democracias liberales con le oxígeno: es incoloro y no tiene peso, recién se lo valora como imprescindible cuando no está y sobreviene la asfixia.

Por lo que, retomando la dicotomía de Mariano Grondona, debemos cuestionarnos si lo que buscamos para los próximos cuatro años es un cambio de formas (EN EL sistema) o de contenidos y fines (DE sistema), ya que en esta decisión personal se encuentra el futuro de nuestro país.

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