Por Gabriel Conte (MDZ).-

El asunto no es sólo Tinelli y los presidenciables que van a su show. ¿Alguien se anima a pensar? Una opinión.

Hace muchos años, más de 15, se presentaba al mundo hispanohablante una obra/provocación del italiano Giovanni Sartori: “Homo videns: la sociedad teledirigida”. El hecho me encontró allí, en el palacio de las Bellas Artes de Madrid junto al “maestro”, y otros comparables a su talla, el catalán Roma Guvern, historiador y reconocido crítico de cine; Enrique Gil Calvo, catedrático de la Universidad Complutense, al igual que Julián Santamarina; Adela Cortina, especialista en Ética y Filosofía de la Universidad de Valencia; la presentadora televisiva Victoria Prego y el también periodista Manuel Campo Vidal.

¿A qué viene el recuerdo? No se trata de simple melancolía, sino de emergentes. En aquel momento, 1998, Internet comenzaba a hacerse lugar a los codazos entre la desconfianza y el éxtasis. Por lo tanto, que un italiano filósofo, cientista político y sobre todo, provocador, viniera a anoticiarnos de que se había acabado la era del “homo sapiens” para empezar a vivir en la del “homo videns”, generó que muchos, en principio, lo acusaran de “telefóbico” y otros, de inmediato, de apresurado, mientras aguardaban que la “Red de Redes” enterrara en una tumba catódica a los televisores.

Hoy cuando es imposible hilar una frase sin mencionar la presencia de los principales aspirantes a la presidencia argentina por el programa de Marcelo Tinelli, es bueno echarle un soplo al polvo de las páginas de Sartori. No por Tinelli y su ShowMatch, sino por la televisión -y la argentina en particular- que se nos ofrece todavía saludable, de pie y triunfadora en nuestros hogares. El rating habla por sí solo. Y no si bien la presencia de Macri, Scioli y Massa y sus respectivas esposas en lo de Tinelli es el detonante de que hablemos de esto, la verdad es que un repaso por la “pantalla chica” nacional deja en claro que no es lo que los argentinos decimos ser de nosotros mismos, informados, orgullosos, exquisitos muchas veces, sino otra cosa: en todo caso, los vivos saben qué producto poner en el aire para “vender” y hacer fortunas, pero a costa de nuestra estupidización. Salvo honradas excepciones, ningún programa nos invita a pensar por sí solos. Es más: aun dentro de esos casos excepcionales se nos dice qué hay que pensar y se nos tilda de ineptos si no pensamos así.

Tenemos una televisión política de baja estofa, que apaña a la política de igual condición y más que eso: la promueve, estimula, se retroalimentan ante la mirada hipnótica del que llega de sufrirlos durante todo el día y ve en esas pantallas a los responsables de la situación que criticamos, básicamente “boludenado”.

Ese es el ritmo con el que nos enganchamos de cualquier pelea, sin saber, siquiera, por qué pelean. Cuando no, de cosas menores y chabacanas, que no ayudan en nada a pensar en el país en que vivimos, en qué podemos aportarle desde nuestros lugares ni de qué manera. Los por qué, directamente están ausentes: se pretende sostener la espuma bien alta y que no se vea qué la produce. Todos son parte de un mismo juego y, aparentemente, no hay quien lo frene, habida cuenta de que “la gente” acompaña con su control remoto en stand by.

Me gustaría recordar aquí algunos artículos de la crónica de la presentación del libro de Sartori que recogí en Madrid y que difundió el suplemento cultural “El Altillo”, que editaba el diario Uno por aquellos años. Mi charla con el autor fue breve y anecdótica y se centró en Menem, que gobernaba por aquí y que él veía más que como “un turco” como un compatriota suyo, terrible y simpático a la vez. De hecho, Sartori me hizo más preguntas que las que me dejó hacerle…

Preocupado por la influencia negativa de la televisión, aunque no en tono moralista, sino en el sentido de su poder hipnótico y anestésico, el debate que surgió en Madrid se centró en una sola pregunta: “¿Prohibiría usted a un niño ver televisión?”. No hablaba de pornografía ni de violencia: hablaba de moldeamiento del pensamiento. Homogeinización, en todo caso.

“Informarse viendo”

Conté, con la primera edición de “Homo videns” en español en la mano, que el libro plantea, esencialmente, que el avance de las tecnologías multimedia llevarán a un triunfo de la imagen por sobre la palabra. Y esto, apocalípticamente, redundará en “el fin de lo inteligible y la primacía de lo visible”. Este empobrecimiento intelectual de la raza humana que proclama Sartori tiene su origen en la televisión, pero se profundiza con la revolución digital que otros (tal el caso de Nicholas Negroponte, del MIT, con su Being Digital) adelantan como revitalizadora de la vida sobre la tierra.

El italiano no teme en descalificar al norteamericano y se defiende de quienes lo acusan de “retrógrado” o “reaccionario”. A ellos, en su obra, les dice que “el progreso tecnológico no se puede detener, pero no por ello se nos puede escapar de las manos, ni debemos darnos por vencidos negligentemente”. El hecho de “informarse viendo” es para Sartori la génesis de este cambio. Y lo explica: “La imagen de un hombre sin trabajo no nos lleva a comprender en modo alguno la causa del desempleo y cómo resolverlo de igual manera, el hecho de demostrar a un detenido que abandona la cárcel no nos explica la libertad, al igual que la figura de un pobre no nos explica la pobreza, ni la imagen de un enfermo nos hace entender qué es la enfermedad”. Esto, le permite afirmar que el niño que pasa horas frente a la TV crece cultivado en ese caldo. El “video niño” pasa a ser un “adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del saber transmitidos por la cultura escrita”. Y estamos, de hecho, gobernados ya por ex “video niños”, según su análisis y por eso vamos camino a un nuevo adulto empobrecido, “marcado por una atrofia cultural”.

El triunfo de la TV sobre Internet

Sartori predice en “Homo videns” que la televisión no dejará de ser el ombligo del planeta y esto, obviamente, daría por tierra con quienes centran sus pronósticos en un eje distinto como Internet. Para la red, augura un público estúpido, ya anulado por la televisión. Esta, dice, hará pasar a Internet a “analfabetos culturales que rápidamente olvidarán lo poco que aprendieron en la escuela y, por tanto, analfabetos culturales que matarán su tiempo en Internet. (…) Se pensará -agrega luego- que todo esto no tiene nada de malo. Es verdad, pero tampoco hay nada bueno. Y, por supuesto, no representa progreso alguno, sino todo lo contrario”.

El volumen del autor italiano no había llegado todavía a la Argentina y entonces conté en mi todavía actual artículo de 1998, algunos de cuyos párrafos estoy transcribiendo en esta columna, que el libro, dividido en tres capítulos, centra su polémica en el primero, La primacía de la imagen. Pero también aborda la crisis de representación que produciría a su entender la televisión. Es en el segundo capítulo -La opinión teledirigida- en donde hace añicos las primacía de las encuestas en la democracia actual y cuestiona a la TV como medio de manifestación de la opinión pública. “La televisión -afirma uno de sus párrafos- se exhibe como portavoz de una opinión pública que en realidad es el eco de regreso de su propia voz”. En tanto, señala que los sondeos no son una forma de expresión inherente a la democracia. “Es la auscultación de una falsedad que nos hace caer en una trampa y nos engaña al mismo tiempo”, dice Sartori. Y los acusa de ser una expresión de poder de los medios de comunicación sobre el pueblo, con una influencia “que bloquea frecuentemente decisiones útiles y necesarias, o bien lleva a tomar decisiones equivocadas, sostenidas por simples rumores, por opiniones débiles, deformadas, manipuladas”.

¿Y la democracia?

El tercer capítulo (¿Y la democracia?) analiza el futuro de la democracia, víctima final del supuesto proceso de alienación televisiva. Sin generalizar, demoniza la política estadounidense (“cuatro de cada cinco americanos declaran que votan en función de lo que aprenden ante la pantalla”) y busca auscultar en la video política, su incidencia electoral y en el modo de gobernar. Recuerda que las campañas electorales se han personalizado, lo que lleva a los partidos a presentar candidatos mediáticos y no propuestas. Tras una minuciosa crónica de la historia política moderna, aborda los resultados de las “video elecciones” actuales. A una “colegio dependencia” de los representantes suma la “video dependencia”, de la cual señala como su elemento más importante el hecho de que los políticos “cada vez tienen menos relación con acontecimientos genuinos y cada vez se relacionan más con acontecimientos mediáticos (…) que son seleccionados por la video visibilidad y que después son agrandados o distorsionados por la cámara”. Finalmente, Sartori denuncia el debilitamiento del poder popular y, en consecuencia, de la democracia real. “La mayor parte del público -dice- no sabe casi nada de los problemas públicos”. Y esto, obviamente, para el autor, es culpa de la televisión.

El debate

Los periodistas que participábamos del debate en el Palacio de las Bellas Artes nos sentimos provocados. Ni qué hablar de los que estaban sentados a su lado en el panel de presentación.

Fue entonces cuando Gil Calvo abrió fuego contra Sartori, a quien -a poco de iniciarse el debate- se lo había calificado como provocador” y autor de un libro “vitriólico”. Sobre Homo videns dijo que “es un panfleto de la telefobia” y que es en ese contexto en el que aparecen libros contra la televisión como el del francés Bourdieu (Sobre la televisión) El hombre de la Universidad Complutense agregó que “no existe una batalla entre palabra e imagen”, tal como lo afirma categóricamente Sartori.

A su turno, Adela Cortina, interpretó al italiano. Dijo que la teoría de Sartori “lo que intenta, es demostrar que la democracia no es posible mientras subsista la cultura de la imagen”. Bueno sería recordar que fue el italiano quien acuñó la hoy tan utilizada palabra “videopolítica”. Cortina, en este marco, postuló que si el “homo sapiens”, nosotros, devenimos en “homo videns”, seríamos incapaces de sostener una cultura de la democracia. “Estúpidos -dijo- ha habido siempre. Pero el ‘homo videns’ es el peor de los estúpidos”.

Pero del lado de la defensa de la televisión, fue Gil Calvo la espada más audaz: “Si la guerra es la política por otros medios -señaló-, la televisión es la democracia por otros medios”.

Su colega de la Complutense Julián Santamarina, un reconocido hombre de las ciencias políticas en España, se refirió a Sartori y a su obra como “un homenaje a la provocación”, lo que no desmintió el autor. “Hasta que alguien rebata con seriedad mi teoría -expresó en la sala ubicada en el cuarto piso de un antiguo edificio de la avenida de Alcalá- debe aceptarse como acertada”. Pero tal vez el más claro de los expositores fue el catalán Romá Guvern. Diferenció a Sartori de Bourdieu y destacó la profundidad de la obra del italiano. “El libro -dijo- descalifica a la televisión; al medio y no al producto. La TV, para Sartori es intrínseca¬mente perversa”, agregó, para señalar luego que Bourdieu observa la TV detrás de las cámaras, mientras que Sartori se ubica frente a la pantalla para desarrollar su teoría. “La TV -acotó entonces- no produce conocimiento, sino sensaciones”.

A su turno, el autor del libro que dio origen al debate, difundido hasta el hartazgo en los días sucesivos por los medios españoles de comunicación -incluida la televisión, por cierto- se mantuvo en sus trece, pero dio un paso hacia adelante en la integración entre la palabra y la imagen. “En mi opinión -dijo- es posible el matrimonio virtuoso entre imagen y palabra. Y tenemos que luchar para obtenerlo, porque por ahora no lo tenemos. En este momento, la cultura de la imagen -continuó diciendo- está erosionando la cultura de la palabra escrita o hablada. Pero podemos revertirlo. Si el niño aprendiera a leer y escribir antes de ser educado a través de la televisión, funcionará de una forma muy distinta que el niño que empieza por la televisión, y va al colegio cuando ya está condicionado por ese tipo de impronta”.

Y e nuevo, sentados en el sofá hoy, frente al televisor, urge preguntarse si hemos cumplido lo que Sartori invitó a que hiciéramos hace más de 15 años y repito su frase aquí, para cerrar esta nota: “Si el niño aprendiera a leer y escribir antes de ser educado a través de la televisión, funcionará de una forma muy distinta que el niño que empieza por la televisión, y va al colegio cuando ya está condicionado por ese tipo de impronta”.

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