Por Guillermo Cherashny.-

El atentado terrorista contra la embajada israelí en Argentina quizás fue el primero de esos hechos que afectaron a decenas de inocentes en el mundo. Hezbollah en 1982 dejó más de 200 muertos en el Líbano por tres atentados, cada uno sobre bases militares americanas, francesas y británicas. De ahí que la embajada de Israel y la AMIA en 1994 fueran las pioneras de las masacres de inocentes en países que querían castigar el terrorismo internacional, ambas veces de origen musulmán chiíta.

Desde las torres gemelas e impulsado desde Irán, la posta la toma el wahabismo, es decir, el fundamentalismo islámico de origen sunita originado en las mezquitas sauditas. Éstas son las mezquitas que colaboraron con los Estados Unidos en la guerra de Afganistán contra la invasión Rusa, pero que luego se les volvió en contra.

En 1992, los investigadores de la contrainteligencia de la SIDE hallaron un dedo desprendido de un cuerpo entre los restos de las víctimas. Después de un serio análisis y un estudio que se pidió a los servicios de inteligencia, se llegó a la conclusión de que hubo un conductor suicida.

En su momento, los periodistas, analistas y políticos se tomaron para la chacota esas conclusiones y debido a su demonización de Carlos Menem dijeron que eran mentiras, que la Secretaría de Inteligencia no servía para nada. Además, la acusaron de no poder prever el atentado y hasta en la Corte Suprema se habló de un posible autoatentado israelí.

Las críticas fueron permanentes hasta que el 18 de julio explotó otro conductor suicida en el edificio de la AMIA y nuevamente se criticó a la SIDE, al Ministerio del Interior y a Menem, por supuesto. Se escribieron libros sobre Siria, la conexión local y se dudó nuevamente de la existencia del suicida. Sin embargo, los meses anteriores, la Secretaría de Inteligencia siguió a Moshen Rabbani, el agregado cultural iraní, que estaba visitando una agencia de autos con intención de comprar una camioneta, cosa que había hecho dos días antes, del 18 de julio de 1994. Se perdió esa pista y se produjo el atentado. Y se perdió la pista, porque la embajada iraní y los terroristas eran altamente profesionales; entonces no se los pudo detectar y evitar la masacre.

Nuevamente aparecieron las criticas negando al conductor suicida con argumentos acerca de una conexión local integrada por la policía federal o los carapintadas. Finalmente, por artículos de Román Lejman y Tuny Koolman en Página 12, se enfocó a la bonaerense y al comisario Ribelli, quien se comió ocho años de cárcel y finalmente fue liberado por el tribunal oral.

La contrainteligencia de la SIDE estaba convencida de que no hubo conexión local. Sin embargo, por la presión de los familiares de las víctimas, como Ginzburg, Malamud, el tesorero de la AMIA, Sergio Szpolski y las autoridades de la comunidad le pagaron a Telleldín, quien vendió la camioneta sin saber a quién. Así desviaron la investigación, de modo que la conclusión fue que la bomba la había puesto Carlos Menem y no el conductor suicida ni el Hezbollah.

El viernes pasado, los atentados de París dejaron, por ahora, 130 muertos. El domingo, la inteligencia francesa encontró un dedo suelto en los escombros y determinó la identidad del terrorista del ISIS y el cabecilla. El creador del siniestro plan ya está identificado, pero acá huyeron Comorabbani y los diplomáticos iraníes en 1994. Esto demuestra la efectividad de la inteligencia francesa, por encima de la SIDE, que ni siquiera pudo prever el atentado.

Es más, en el suburbio belga de Malenbock se descubrió que salieron los terroristas que asesinaron al general Massoud en el 2001, quien peleaba contra los talibanes, además de que prepararon los atentados sucedidos en Atocha en el 2004.

Varios atentados más, como el de Chalie Hebdo y los últimos de París demuestran que, ante la alta profesionalidad de estos terroristas, se puede prever pero no impedir, excepto en los Estados Unidos. Allí, por la Ley Patriota, no se los deja ingresar al territorio, o bien, cuando ya entraron, se los detiene sin prueba alguna.

¿Se arrepentirá el chanterío argentino que demolió al gobierno de los ‘90 por no impedir estos atentados? Y lo más importante: ¿se arrepentirán de las pavadas que dijeron durante estos últimos 23 años? Seguramente no; hablar pavadas en la Argentina es totalmente gratuito.

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