Por Guillermo Cherashny.-

La soberbia presidencial es un clásico en la Argentina, como se demostró en 2013, cuando cristina dijo: «hay que temerle a Dios y a mí un poquito», lo que desencandenó la primera marcha importante contra el kirchner-cristinismo después de diez años de gobierno. Luego vino la derrota en Buenos Aires y el #8N, la más gigantesca marcha de la que se tenga memoria y ahí se sentenció el «Cristina eterna» y se crearon las condiciones para el recambio de gobierno y Mauricio Macri, que desde la jefatura de gobierno de la ciudad fue el socio de la obra pública de Julio de Vido y José López, por el «relato» de Lilita Carrió, se transformó en el más duro opositor al kirchnerismo cuando, siendo jefe de CABA, no asistió a la marcha de la rural en el 2009. La UCR también se sumó a convertir al multiempresario en un opositor al régimen K, cuando fue un beneficiario personal y político de la corrupción K.

Así asumió con una imagen de honestidad personal pero la soberbia le jugó una mala pasada ya que, si bien salió muy bien del cepo y del arreglo con los holdouts y el aumento exponencial de la inflación no le hizo mella, el tarifazo que Macri impulsó con Aranguren lo hizo chocar contra la realidad. Pero el presidente no se dio cuenta, por las encuestas truchas que le dan Durán Barba y Marcos Peña, y persistió en mantener el tarifazo y su famosa frase «en remera y en patas» y la convocatoria de organizaciones de consumidores con el apoyo de lo que queda del cristinismo le armaron un cacerolazo muy inferior a las marchas citadas anteriormente pero lo suficiente como para demostrar la soberbia de Macri y Aranguren. Pese a las cajas de seguridad de CFK, los bolsos y las monjas, el ruidazo logró convocar a un cacerolazo respetable en todo el país, que colocó al gobierno en la encrucijada.

Share