Por Luis Tonelli.-

La nota sonaría surrealista en la mayor parte de las democracias de este globo, pero no aquí, por lo que el país mismo es el surrealista. Una nota aparecida en La Nación dando cuenta de que frente a los “errores” que cometió el novel gobierno se ha constituido una mesa política chica, que entre otros reúne al Presidente, al Jefe de Gabinete y al Ministro del Interior, para evitarlos a futuro.

Tanto el fallido nombramiento de dos miembros en comisión a la Corte Suprema de Justicia como el decreto reasignando un mayor porcentaje de coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires fueron directamente “errores reconocidos públicamente por el Gobierno y enmendados públicamente”. Y no sólo esto, es el mismo gobierno el que reconoce explícitamente que se debieron a que no “tuvo en cuenta a la política”.

Dado que esta “mesa chica” reúne a lo más empinado de los colaboradores del presidente, uno puede deducir entonces, que las decisiones siquiera habían sido consultadas entre todos los integrantes de ese pequeño grupo de funcionarios, los cuales están obligados a firmar los decretos de marras.

Pero el párrafo que echa luz sobre toda esta declaración, que sería un sincericidio si la diera a conocer la administración Obama, o pongámosle el Gobierno de Bachelet, para no irnos tan lejos para arriba (digo hacia el Norte) aparece un poco más avanzada la nota. Allí, un off de algún funcionario aclara que no se trata de que de ahora en más “el Gobierno hará política”, sino que seguirá en su tesitura de “gestión y comunicación”, aunque ahora poniéndole más atención a las cuestiones políticas que implican sus actos de gobierno”.

Dejemos de lado cuestiones escolásticas sobre la definición conceptual de lo que es política. Aquí lo que importa que hay un contexto social detectado y aprovechado por el macrismo que considera que toda la política es politiquería. O sea, tipos que se aprovechan cínicamente de la confianza que los demás depositaron en ellos para que gobiernen en su favor y terminan solo favoreciendo sus negocios particulares. Esto es lo que ha sido largamente tratado como la crisis de legitimidad en las democracias contemporáneas (solo que por estas playas llega a niveles exorbitantes, cuestión que no deja de generar sus propias paradojas. Por ejemplo, las renovadas ilusiones que una y otra vez son depositadas en alguien para luego aparecer el inevitable desencanto).

Siendo así, los actos administrativos en los que el veto/protesta de elementos poderosos del sistema político (senadores, gobernadores) obligaron al Gobierno a dar marcha atrás y recalcular su decisión no fueron a la luz de la G.E.N.T.E. bravatas de un poder ejecutivo decisionista, o sea, que les quiere mostrar a los demás “que él es el que decide” (fiel al famoso diktumschmittiano “el soberano es el estado de excepción”), un Néstor Kirchner invertido, como lo interpreta Beatriz Sarlo.

Por el contrario, y como están las cosas, Macri y los suyos están demostrando que hoy en la Argentina “soberano es el que no tiene problemas en reconocer sus errores en la persecución del bien público y enmendarlos”. Cuestión que se refleja en la performance balística que tiene el Presidente en las encuestas.

Obviamente, que gestión y política aparezcan separadas en el imaginario popular y en el del Gobierno, tiene que ver con la ideología antipolítica que caracteriza el Zeitgeist, el espíritu de nuestra época. Baso su imperio,  la forma paradoja de hacer Política con “p mayúscula” (o sea, de tomar decisiones vinculante para toda la comunidad nacional) es advirtiendo que no se está haciendo política con “p” minúscula (o sea, mantenerse en el Sillón de Rivadavia, preservando la gobernabilidad diariamente y ganando las elecciones cuando sea necesario). Aunque claro, la P mayúscula es solo posible si se atiende a la p minúscula, como lo aclaró de una vez para siempre Nicolás Maquiavelo, ese señor tan agudo según Baruch Spinoza, pero con tan mala prensa.

Desde las tiendas un tanto ajadas de la Vieja Política se espera impaciente el momento en que el reconocimiento de errores deje de ser positivo, pasando la G.E.N.T.E. a pedir directamente que el Gobierno no los cometa así no tienen que reconocerlos. Dependerá de la memoria que se tenga de la infalibilidad de la papisa Cristina, que gobernó si dudar y sin retractarse durante un octenio y ahora muchos de dan cuenta de que sus éxitos tenían la consistencia de la manteca tirada al techo.

El macrismo tiene otro punto de vista: “la política no va a lograr que el Gobierno deje su vocación por gestionar los problemas de la gente”. Podrá decirse que es ingenuo. Podrá decirse que es simplista. Podrá decirse que es hasta hipócrita. Pero goles son amores, y ganar las elecciones y aumentar día a día la popularidad son las pruebas ácidas de la democracia. En ella, se sabe, Vox Populis, Vox Dei. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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