Por Claudio Chaves.-

El peronismo -o al menos un sector importante del mismo- debería agradecerle a Mauricio Macri haber resuelto su más grave entuerto político de los últimos años, esto es, sacarle de encima la pesada carga del kirchnerismo -obra que no pudo o no quiso realizar el justicialismo- enviándolo a las profundidades de la historia, donde Heródoto todo lo devora y lo deglute. No ha sido la primera vez en nuestra agitada vida política que la oposición resuelve una interna que el partido del poder no puede zanjar. Urquiza entregó la batalla de Pavón a Mitre para que este desalojara de la presidencia a Santiago Derqui, quien desafiaba al entrerriano en la conducción del Partido Federal del Interior, desapareciendo para siempre de la vida política. El general Julio Argentino Roca dejó correr la Revolución del ‘90 hasta el preciso momento en que el doctor Juárez Celman, Presidente de la Nación y desafiante del liderazgo partidario de Roca dentro del Partido Autonomista Nacional, tuvo que renunciar a la presidencia por el motín cívico-militar de radicales y mitristas que el tucumano miró con cierto entusiasmo. Juárez Celman al igual que Derqui se perdió en las neblinas de la historia. Más cerca de nosotros Perón, sin apoyarse en la oposición, alentó el desplazamiento de Cámpora de la Presidencia, a la que había llegado por la proscripción del jefe justicialista con el siguiente argumento: “yo conservaba siempre la intención de culminar el mandato recibido; así me le requerían las aspiraciones del Pueblo Argentino.” Como si las aspiraciones del pueblo argentino hubieran sido el camporismo y no el peronismo. Esfumándose el “Tío” para siempre del escenario político. Finalmente al culminar la década del 90 el escaso entusiasmo de Carlos Menem por la candidatura de Eduardo Duhalde podría haber ayudado al triunfo de la Alianza. Aunque el riojano esta pirueta siempre la negó. Lo diferente fue que Duhalde no desapareció. Ante el fracaso de la Alianza, Duhalde fue Presidente y Menem marchó a la historia.

Volviendo a la actualidad lo que hay es un peronismo libre de las cinchas que sin maneas busca un lugar en la política. No es fácil volver de la inacción y la parálisis y menos del descrédito en que lo dejó el kirchnerismo. Atomizado y con programas políticos y económicos muy diferentes, las distintas facciones no acuerdan en un horizonte compartido. Ciertos intelectuales y opinólogos que prosperan en programas de televisión, radio y medios electrónicos aseguran que frente a las dos grandes desviaciones que padeció el peronismo en los últimos veinte años, esto es menemismo y kirchnerismo o lo que es lo mismo neoliberalismo y progresismo, hay que volver al peronismo. Y aquí se abre un inquieto interrogante ¿a cuál peronismo imaginan retornar? ¿Al que nació en los albores de la Guerra Fría, que promovía ni yanquis ni marxistas, peronistas. Patria sí, Colonia no. ¿Al de la ley de alquileres? ¿Al del IAPI? ¿Al de la nacionalización de los depósitos bancarios? ¿O al peronismo del Segundo Plan Quinquenal de Alfredo Gómez Morales? de la productividad, las inversiones extranjeras, y los contratos petroleros con capitales norteamericanos. Es posible que otros pretendan volver al Plan de José Ber Gelbard y sus consecuencias: el Rodrigazo y finalmente el Plan Mondelli. Y por supuesto muchas variables más como alentar la guerrilla, luego condenarla, hablar de la doctrina social de la Iglesia y más tarde de la Teología de la Liberación, como si todo fuera lo mismo. De modo que sería oportuno para el peronismo dejar el pasado a un lado y afrontar el presente tal cual se presenta. Cortar amarras con los ‘90 y también con los últimos diez años. Percibir que el capitalismo ha triunfado sobre cualquier alternativa posible: socialismo de Estado, del Siglo XXI o castrismo culposo, de los cuales hay que alejarse como quien toma distancia de la peste bubónica. Que el Estado debe regular aspectos esenciales de la economía sin impedir el desarrollo de la empresa privada a la cual debe alentar e impulsar. Que la globalización es la cara de una nueva revolución capitalista y no la cara espectral del Imperialismo, según entendía Lenín a este último, esto es, la destrucción y vaciamiento económico de los países emergentes en beneficio de los centrales o para decirlo de otra manera hay países ricos porque existen países pobres a los cuales aquellos esquilman. Esta antigüedad o retroprogresismo llevó al kirchnerismo, al peronismo remolón, la izquierda, el chavismo y Maradona al error marplatense contra el ALCA. Equívoco que puso en evidencia el triunfo de Trump en un EE.UU. deteriorado por su política globalizadora. La globalización benefició a los países emergentes y perjudicó a los países centrales. Lo que el capitalismo globalizado hizo con los EE.UU. no lo logró ni la Unión Soviética ni Lenín, ni Trotsky ni el Ejército Rojo. Lo que llevó a decir a Patrick Buchanan, periodista y ex asesor de Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, luego del triunfo de Trump: “EE.UU. subyugó al mundo, pero se perdió a sí mismo.”

El peronismo guarda en sus pliegues valores permanentes, más duraderos que la práctica política circunstancial y que abrazan distintos momentos de la historia mundial y argentina. Aunque es para otro artículo podemos señalar la idea de Comunidad Organizada, de armonía social y su crítica al concepto de lucha de clases y la valoración de las instituciones republicanas por más que algunos lenguaraces de moda lo nieguen. En su historia se hallan ínsitas fechas como el 24 de febrero de 1946 y las sucesivas elecciones ganadas en el marco de las instituciones democráticas, inclusive su negativa a reprimir a los violentos anti republicanos que se sublevaron en el ’55. “Entre la sangre y el tiempo, elijo el tiempo” manifestó Juan Perón en la oportunidad, y si tenemos razón hemos de volver. Y así fue.

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