Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Populista es aquella persona que predica ideas que sabe falsas entre personas que sabe idiotas”. Henri Louis Mencken.

A escasos 22 días –y a 13 tormentosas jornadas hábiles– de estas elecciones legislativas que la perversa creatividad de la oposición y la inveterada torpeza del oficialismo han transformado en cruciales, los argentinos nuevamente hemos sido puestos ante el cruel –pero teórico– dilema de optar entre malvados e insensatos, o sea, entre el “tren fantasma” de Axel Kicillof, Jorge Taiana, Roberto Baradel, Fernando Espinosa y tantos otros de su calaña, y “la Armada Brancaleone” de La Libertad Avanza. ¿Aceptaremos pacíficamente que unos crápulas ladrones y criminales, aupados por un Conurbano –ese “altar a la miseria planificada”, como tan bien lo calificó José Luis Milia– al que han construido ex profeso para ser votados a cambio de migajas y transformado en mercado para el narcotráfico del cual son socios, nos lleven al suicidio colectivo?

Entre las muchas estupideces en que incurrió el Presidente desde su asunción, hoy destaca que él mismo esté haciendo de fusible para un tipo tan sospechado como José Luis Espert, que hace rato hubiera debido, si fuera honorable, renunciar a su candidatura –que además no concita entusiasmo alguno entre la ciudadanía de la Provincia de Buenos Aires– y presentarse ante la Justicia. Aquí y en el mundo entero las inminencias electorales son tiempos sucios, cuando se dan acusaciones cruzadas, reales o falsas, pero en este caso el imputado se enredó con las explicaciones y las pruebas en su contra parecerían ser sólidas, por lo cual Javier Milei hubiera debido abstenerse de ejercer su defensa tan vehementemente.

Pero lo que realmente importará el 26 de octubre es si dotamos, o no, al Gobierno, sea con legisladores propios de LLA, sea con otros republicanos, de los instrumentos necesarios para permitirle sobrevivir cuando la envalentonada jauría de perros hambrientos de cajas y prebendas se abalance sobre él, como viene haciendo el último año. La principal de esas herramientas, y así debemos verlo, es el ya famoso tercio bloqueante en las cámaras del H° Aguantadero, que impida a los pero-kirchneristas y sus compañeros de ruta expulsar a Milei de la Casa Rosada mediante un juicio político, el mismo mecanismo que intentaron, con nula fortuna, para echar a los jueces de la Corte y así evitar que Cristina Fernández fuera condenada por los inmensos latrocinios que cometió con la complicidad de la banda que aún comanda y que tanto nos complica.

Ver ahora a esos chacales e hienas rasgarse las vestiduras frente a la forma en que los DNU transitan por el Poder Legislativo, cuando se trata de un invento que la propia rea impulsó durante el mandato de su marido muerto, da verdadero asco, tanto como el que genera Kicillof cuando encabeza marchas en favor del Hospital Garrahan mientras, como Gobernador, adeuda sumas siderales a ese mismo establecimiento.

No sólo en el H° Aguantadero tenemos los ejemplares más repugnantes de la zoología. Me refiero, claro, a los asesinos togados y acomodaticios que dicen aplicar la ley cuando sólo son instrumentos de la inmunda venganza de los criminales terroristas vencidos en la batalla final, cuando pretendían transformar a la Argentina en otra Cuba durante los fatídicos años 70. El ejemplo paradigmático es Ricardo Lorenzetti, uno de los tres supremos que, hace muchos años y sin ponerse siquiera colorado, dijo que los ilegales juicios por delitos de lesa humanidad –en su gran mayoría, con cargos inventados y testigos falsos e indemnizados– eran una política de Estado, “consensuada” (sic) con los otros dos Poderes; ahora agravó su infamia cuando afirmó que, para llevar adelante estos procesos stalinistas, los jueces habían escuchado “el clamor de la calle” (sic). ¿Y la Justicia, qué?

Suena repugnante porque, mientras cientos de militares siguen presos en cárceles que no permiten la adecuada atención de las lógicas patologías que acompañan a su avanzada edad (el promedio supera los 78 años), a punto tal que ya han muerto más de 900, las sensibles veletas que coronan el edificio de Comodoro Py permiten que Cristina Fernández, condenada por robar a manos llenas al Estado, siga siendo una actriz relevante en el panorama político, a la cual se le permite utilizar las redes sociales, gozar de un lugar privilegiado para su detención, recibir permanentes visitas de sus adláteres y salir a la puerta a saludar a esos fanáticos que sabe idiotas.

Un vuelo rasante sobre la realidad mundial, en especial sobre los pavorosos escenarios de Ucrania y Medio Oriente, justifica una extrema preocupación. Europa ha comenzado a prepararse para una guerra que Rusia amenaza con extender a Polonia y a los países nórdicos y bálticos, desafiando con drones baratos a las defensas de una OTAN que, al menos por ahora, sólo dispone de carísimos misiles para interceptarlos; por su parte, Donald Trump continúa con su política de abstención frente a las agresiones de un envalentonado Vladimir Putin, transfiriendo de ese modo a Bruselas la responsabilidad exclusiva de resguardar su territorio.

El Presidente de EEUU, después de reunirse con Benjamin Netanyahu, propuso un plan de veinte puntos para Gaza, que fue respaldado –como era previsible– por varios países árabes y ayer aceptado sólo parcialmente por Hamás. Ante esa reacción, Washington ha amenazado con dar luz verde a la ofensiva final prometida por Israel sobre los terroristas mimetizados entre los palestinos. Si así fuera, resulta imposible imaginar qué harán los vecinos, particularmente Irán, que acelera su programa de enriquecimiento de uranio para disponer de armas nucleares, o Jordania y Egipto, que se verán invadidos por millones de forzados emigrantes.

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