Por Luis Américo Illuminati.-
Los grandes palacios de Roma hoy son ruinas que atestiguan el esplendor de un Imperio que no se vino abajo de la noche a la mañana sino que cada día iba degradándose un poco más hasta desaparecer completamente. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta que le pase lo mismo a la actual civilización. Será la Argentina la primera en convertirse en ruinas. La causa desencadenante no será otra más que la abyección de las clases dirigentes, la ruinosa casta, juntamente con la ignorancia y fanatismo de las masas.
Resulta esclarecedor en la búsqueda de un punto equidistante de las ideologías extremas leer el pensamiento filosófico de Erich Fromm, un hombre tan profundo, discípulo de Freud, de quien adoptó algunas de sus ideas, pero desarolló un pensamiento propio con influencia de la filosofía existencialista de pensadores como Nietzsche, Kierkegaard y Heidegger, enfocándose en temas como la libertad, la responsabilidad y la búsqueda de sentido. Porque haya leído y tomado algún punto de vista de Marx y lo haya reelaborado eso de ninguna manera lo convierte en marxista o comunista. Hay muchos pensadores que parecen conservadores, y se declaran católicos, pero esconden en su pensamiento un clon marxista totalitario. No es el caso de Erich Fromm, quien ha dicho la genial frase: «El ser humano siempre muere antes de haber nacido por completo» o «La historia de la humanidad empezó con un acto de desobediencia y es muy probable que termine con un acto de obediencia». Ese fariseísmo es el caso puntual de sacerdotes «progresistas» que bajo la excusa de la panacea del modernismo, han erigido otra Iglesia antagónica y herética que pretende conciliar la doctrina cristiana con la de Karl Marx, siendo que ésta es totalmente disolvente ya que con su falaz utopía pone a los hombres unos contra otros. Erich Fromm igual que J.P. Sartre, podría decir: «Un pesimista es un optimista con experiencia».
El brillante ensayo «Discours de la servitude volontaire» -Discurso sobre la servidumbre voluntaria- de Étienne de la Boétie (Siglo XVI) ha fascinado a varias generaciones de intelectuales, es la mejor herramienta o antídoto para refutar los sofismas de las demagogias populistas -no importa si “progresistas” o reaccionarias-, que se presentan bajo la fachada de la democracia, pero que en realidad reposan en el dominio de las voluntades -un consenso obtenido por subyugación, hechizo o encantamiento ejercido por un establishment pervertido que obedece a un poder siniestro en connivencia con grupos económicos anónimos e invisibles que a su vez, indistinta y difusamente controlan al Estado y a la “clase media”, que cada vez se confunde más con la clase baja e indigente, pareciéndose -consciente o inconcientemente- al “populacho” de la antigüedad o a las masas de las que hablaba Ortega y Gasset, con la variante de que en la República Argentina las masas son dolosamente mantenidas en la ignorancia, con el objetivo de dirigirlas y arriarlas como ganado.
Desde hace siglos el «Discurso de la servidumbre voluntaria» de Étienne de la Boétie representa uno de los grandes estandartes del deseo de la auténtica libertad individual, además de un rotundo rechazo a toda forma de tiranía y de poder absoluto. Se trata de una verdadera denuncia contra los abusos del poder cuyos tópicos han contribuido a hacer de este texto un manifiesto de la liberación del ser humano del yugo de todo tipo de dominación política.
Y en época actual, de plena crisis de representatividad, en que surgen falsos liderazgos que son una desviación de los principios de una sana “democracia representativa”, el alegato de La Boétie deviene totalmente justificado, ya que la tentación de apelar al nefasto sometimiento voluntario de las masas y los restos que quedan del pueblo, no cede sino que aumenta, por parte de los sátrapas y candidatos populistas y demagogos baratos que ganan elecciones por compra de la
misma candidatura -tal como en la Edad Media, que los ricos compraban cargos, dignidades eclesiásticas y otros importantes puestos del Estado, para ellos o sus familiares- o compra de voluntades mediante planes, bolsones, subsidios y viviendas en zonas inundables.
El alegato de La Boétie -convertido en un texto clásico de la teoría política- funciona como una reflexión sobre las relaciones entre el sujeto y el poder, como defensa de libertad individual contra el vasallaje consentido, pero también como texto reivindicativo, una contundente denuncia contra las “tiranías” modernas identificables con el corrupto sistema político vigente. Este equívoco se sustenta en otro, posible a partir de una larga tradición doctrinal que identifica toda monarquía con la autocracia o tiranía y, las nociones fundamentales de “república” y «democracia» son identificadas con los sistemas colectivistas o populistas, hijos ideológicos de la Revolución Francesa, un ominoso acontecimiento, un desquiciamiento que reemplazó a otro desquiciamiento por valores tergiversados de la libertad, igualdad y fraternidad, que terminó devorándose a sus hijos como el dios Cronos.
Más allá de las categorías o clases con que Aristóteles definió las formas de gobierno y sus desviaciones, sin entrar en la polémica de cuál sistema puro es el mejor, quisiéramos antes hacer una interpretación antropológica y psicológica del fenómeno demagógico sobre el sujeto: una exégesis sobre la dominación en general, un lugar donde habita el hombre “alienado” de la tradición marxista-comunista.
El ensayo de La Boétie no es un Manual de agitación política como el de Mao, el Che Guevara o Antonio Gramsci o un Vademecum para ganar y conservar el poder como el caso de «El Príncipe» de Nicolás Maquiavelo, antes bien, la obra de La Boétie, “hombre de orden”, “enemigo -como lo define su amigo Montaigne- de las agitaciones, desórdenes y revueltas sociales. Y quizá el famoso pasaje de Montaigne ofrece la mejor caracterización del talante político de La Boétie: tenía otra máxima soberana cuya impronta llevaba en el alma: obedecer escrupulosamente y someterse con plena conciencia a las leyes bajo cuyo amparo había nacido. Nunca hubo mejor ciudadano, ni con mayor afecto por la paz de su país, ni más enemigo de los disturbios y novedades de su tiempo. Habría empleado todos los recursos para apagar un incendio provocado intencionalmente.
Más allá de matices y detalles historiográficos, es un dato comúnmente aceptado que, en la mitad del siglo XVI, la dialéctica política se movía entre los intentos de centralización e inclusión de los monarcas y las resistencias y oposiciones de los Parlamentos. Éstos eran supuestamente los encargados de velar por la compatibilidad de las leyes tradicionales con las medidas regias-. El intento de reorganizar las finanzas por parte de la monarquía chocaba con los intereses de la alta burguesía, del clero y de los grandes agentes financieros, los cuales han existido en todas las épocas. Así las cosas, estamos ante un texto conservador, alejado de las líneas directrices de la modernidad política que que apela, como alternativa social, a la “unión de los mejores”, esto es, la meritocracia, a la cual el comunismo y la izquierda moderna combaten para dar paso franco al igualitarismo mediocre sobre la excelencia.
La equiparación, y la confusión entre monarquía y tiranía, la buena doctrina, desde Platón en adelante, distingue cuidadosamente. La Boétie utiliza un famoso pasaje bíblico (I Samuel, 8-17), que de alguna manera instituye dicha equiparación en la siguiente locución . ¿Qué puede ser esto, cómo diremos que se llama, qué desgracia es ésta? ¡Qué vicio, o más bien qué aciago vicio, ver a un número infinito de personas, no obedecer, sino servir […] sin tener bienes, ni padres, ni mujeres, ni hijos, ni su vida misma que les pertenezcan, sufrir los saqueos, los desenfrenos, la crueldades, no de un ejército […] sino de uno solo! Y más adelante: “Sembráis vuestras cosechas para que él las estrague; amuebláis y remozáis vuestras casa para proveer sus saqueos; criáis a vuestras hijas para que tengas con qué saciar su lujuria; criáis a vuestros hijos para que lo mejor que puedan hacerles sea llevarlos a sus guerras, conducirlos a la carnicería”.
Por tanto, si sustituimos al “tirano” ya sea un rey como Fernando VII o un feroz dictador como Nicolás Maduro o Fidel Castro, para La Boétie cualquier forma de poder basado en el consenso o voluntad «viciada» de las masas populares: el leviatán populista, simulacro de la democracia no se corresponde exactamente con tiranos típicos como Stalin, Mussolini o Hitler, su poder no se basa en el miedo y la fuerza, sino en una extraña forma de “autoconvencimiento” -que es más un lavado de cerebro que otra cosa- que para La Boétie es una suerte de hechizo -modernamente es una especie de automatismo como el de los robots y los zombis- mediante el cual los pueblos se someten voluntariamente y obedecen mansamente, no por temor sino por comodidad, villanía y pereza.
Aristóteles instituye una aceptación voluntaria de poder como forma virtuosa de consenso, al definir el “gobierno regio” como “poder aceptado espontáneamente”; al negar esta “aceptación voluntaria”, deconstruyéndola, diría Jacques Derrida, La Boétie desemascara el sofisma de llamarle asentimiento o aquiesencia a una servidumbre que festeja la gleba electoralista de la sección y el territorio al que pertenece.
La afirmación de Séneca, quien en la famosa carta a Lucilo sobre la esclavitud, relaciona la servidumbre voluntaria con el sometimiento a las pasiones: “Te señalaré a uno que fue cónsul y que acabó de esclavo de una vieja; a un rico, esclavo de una criada; te mostraré a unos jóvenes de la nobleza, a merced de unos mimos: pero ninguna esclavitud es peor que la voluntaria”. En cuanto al segundo supuesto –el uso del nexo a fines de lucha política inmediata–, especialmente relevante, por la afinidad ideológica y por el tono retóricamente sostenido, un pasaje de las Filípicas de Cicerón (I, 14): “Acaso el pueblo romano nos hizo cónsules para que, una vez puestos en el grado más alto, despreciáramos la República? ¡Ni una sola voz de apoyo al ex cónsul L. Pisón, ni una mueca de la cara! ¿Qué clase de servidumbre voluntaria es esta?”.
Un pasaje de Petrarca contribuye por su parte a deslindar el fondo doctrinal del concepto. En su De remediis utriusque fortune –obra de corte esencialmente moral y de inspiración estoica, muy leída en la Europa del Siglo XVI– el primer humanista describe el sometimiento al tirano (ahora sí, en el sentido propio de la doctrina), atribuyéndolo a una “culpa” del pueblo, enfatizada por el carácter voluntario o acomodaticio de la servitus como una “segunda naturaleza” adquirida a base de costumbre: Quis aut veteres aut novos numeret tyrannos? Qui tam multi hodie, tamque alte, hinc suis opibus ac potentia populorum, illinc moribus atque dementia, radicati sunt, ut nec numerari iam valeant, nec convelli, neque minus apud vos quam apud Egyptios aut Medos libertate pessumdata ac sepulta, versa servitus in naturam sit, sic ut pars maior populorum tyrannum si non habeat, quesitura precario seu pretio emptura videatur, usque adeo patres vestros esse quod nati erant puduit: vos enim pene omnes in servitio nati atque educati, ut doloris antiquam, sic novam querele materiam non habetis … Raro equidem tyrannus absque culpa civium surrexit in populo. Vetus est autem verbum: Ede quod nutristi.
Puesto que, tal como indica la tradición jurídica, “es libre el que tiene libre albedrío”, es decir, la principal cualidad racional del ser humano, no es ningún justificativo para los sujetos que otorgan su consenso a un régimen oprobioso y en respaldo del «monopolio de los derechos humanos” en nombre del cual se justifica toda la acción política de la nueva y vieja izquierda, eligiendo arbitrariamente quiénes son las víctimas y quiénes los villanos.
La mención a “los ojos” del rey es un elemento tópico que indica la necesidad de una burocracia estatal, cuyo origen se remonta nada menos que a Jenofonte, y que en el Discours tiene la función de rechazar la formación de burocracia centralizada ya que es el organismo del Estado que ofrece posibilidades de ascenso social a “aquellos poseídos por una ardiente ambición”. El problema que plantean esos “ambiciosos”, aquellos que se ven favorecidos por las posibilidades de ascenso inmerecido que hacen carrera y nunca han trabajado más que para embrutecer al pueblo.
El consenso popular es entonces el auténtico objetivo polémico de La Boétie, y en contra de una casta parásita imbuida de idiosincrasia oligárquica para él, el populus –esa entidad escurridiza y bifronte que La Boétie quiere proteger de los abusos del poder político– es multitud, populacho, rebaño dócil, es el hombre-masa, que definió Ortega y Gasset.
Agrega La Boétie: «mas ciertamente, así como los médicos aconsejan no tocar las llagas incurables, yo no obro sabiamente pretendiendo predicar sobre esto al pueblo, que ha perdido desde hace mucho tiempo todo su conocimiento. Lo cual, puesto que ya no siente su mal, demuestra suficientemente que su enfermedad es mortal. Aquí, La Boétie rescata la metáfora platónica del médico y resaltada en su obra La República y otros escritos.
Continúa diciendo. «Y si al repartir los presentes que la naturaleza nos ha dado, ésta ha dado la mejor parte de su bien a unos que otros, sea al cuerpo o al espíritu, no obstante, no ha pretendido ponernos en este mundo como en un palenque, y no ha enviado aquí abajo a los más fuertes ni a los más avisados como a salteadores armados en un bosque para devorar a los más débiles, sino que debemos creer más bien que al hacer así a unos los miembros más grandes, a otros más pequeños, ha querido hacer sitio al afecto fraternal, a fin de que tuviera donde emplearse, teniendo unos el poder de prestar su ayuda y otros la [imperiosa] necesidad de recibirla».
El Discours no subestima ni rebaja a la multitud sino que culpa a los gobernantes de degradar al pueblo, mala costumbre que viene de lejos: para “los pueblos antiguos”, con Juvenal, “los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores” etc. representaron “el precio de su libertad, los instrumentos de la tiranía”; “esta canalla” desgraciadamente busca ser engañada, “se deja conducir». Panem et circus.
Hoy en día la res publica está ordenada de tal forma que nada es de nadie, ni la casa, ni la tierra, que no se pueden ni vender ni legar, porque todo está en poder de un Leviatán despilfarrador e insensible. El que vivan no ya siguiendo su propio criterio, sino el de los nuevos amos de la Argentina. La biopolítica por un lado y la narcopolítica, por el otro. La consecuencia inmediata es que a los ciudadanos les interese el placer por el placer mismo -que es vicio y desafuero- y no la libertad, y que además todo ello lo hagan no ya obligados por la violencia de las armas, sino voluntaria y espontáneamente, pues todo esto es un signo inequívoco del ánimo envilecido y servil.
Jamás ha sucedido que los tiranos -y los demagogos actuales- para asegurarse, no se hayan esforzado por hacer que el pueblo se les acostumbre; y no solamente a la obediencia y a la servidumbre, sino incluso a la devoción, como si fueran considerados dioses del Olimpo. Aristóteles no dice en ningún momento que la técnica de adquisición del consenso sea habitual (“jamás ha sucedido…”), sino, al contrario, se refiere a las cautelae como a uno de los medios para establecer un medio capaz de evitar la anarquía.
La pirámide social que dibuja La Boétie es indudablemente la de un poder político que reposa en el consenso de la base popular y en la que todos no pueden salir beneficiados. Al principio, parece que es sólo una exigua camarilla la que –“sin tropas de caballería, sin armas”– sostiene al “tirano o tirana de la demagogia populista”. Es verdad que siempre son cinco o seis los que mantienen al cqndidato a santo o supuesto mesías de la democracia (mediocracia o cleptocracia), cuatro o cinco los que para él mantienen a todo el país en servidumbre. Pero luego esos seis tienen a seiscientos que prosperan bajo su protección, y hacen a esos seiscientos lo que ellos hacen al régimen. Y estos seiscientos tienen bajo ellos a seis mil, a los que han otorgado privilegios y a los que hacen que se les dé o el gobierno de las provincias o el manejo de estas últimas. ¿No es acaso esta descripción de el sobredimensionamiento del Estado que en los últimos veinte años han dado nacimiento a un estado elefantiásico. Un catoblepas.
Aquí aparece descrito, ni más ni menos, el mecanismo del organigrama del Estado. Pero, finalmente, la pirámide se extiende hasta coincidir con la totalidad del cuerpo político y social: “Grande es el cortejo que viene detrás de todo esto, y quien quiera entretenerse en tirar de este hilo, verá que no son aquellos seis mil, sino cien mil, sino millones los que se atan al tirano [léase dirigente, líder, jefe, caudillejo, etcétera] con él”.
“De ahí vino el aumento del número de senadores bajo Julio César, el establecimiento de nuevos estados y provincias, la creación de oficios”. [con el ejército de asesores, ayudantes y ñoquis]. La critica de La Boétie a la avaritia es la oposición a esta forma de generar consenso general comprado: la avaritia, concebida en términos ciceronianos, es, según La Boétie, el principal factor que destruye el derecho de propiedad.
Son justas las observaciones del Discours sobre la vida curial y los “consejeros del rey” (que él llama “favoritos”), es decir, los altos cargos del Estado. Se trata, en efecto, de viejos tópicos de la miseria curialium, al menos en parte directamente remontables a la homónima obra de Enea Silvio Piccolomini (Siglo XV). “Estos miserables ven relucir los tesoros del tirano [léase dirigente] y contemplan boquiabiertos los brillos de su esplendor, y engolosinados por este fulgor, se aproximan y no ven que se meten en el fuego, el cual no puede dejar de consumirles”. Igualmente justa es la idea según la cual el “favorito” está eternamente destinado a la servidumbre: “nunca escapan de las manos de aquel al que sirven: nunca se salvan del «rey» [léase sátrapa moderno] que le sucede. Si es bueno, hay que rendir cuentas y reconocer al menos su razón. Si es malo e igual que su predecesor, no dejará de tener también él sus favoritos…”, disquisición que tiene su paralelo en el De miseriis curialium de Piccolomini: “Alios vero vix unquam vidimus in curia successoris tales esse quales apud antecessores fuere, sed praecipitari complurimos ex gradu cernimus ita ut quanto prius honoratiores et potentiores censabantur tanto exinde debiliores et inhonoratiores fiant”. Así, se viene a cubrir bajo el manto de la retórica el malestar del oligarca de provincias por el ascenso social de los funcionarios estatales.
Hay que recordar que, en la línea del humanismo político, La Boétie se interesa tanto de la calidad humana (virtud moral)de la clase dirigente como de las instituciones en sí mismas (eficacia). Ello indica que su interés se dirige a la preservación de las instituciones “virtuosas”, por la preeminencia de la ley y por la idea de “hombre fuerte”, el hombre magnánimo.
No es justo la crítica que se le hace a La Boétie sobre un desprecio hacia la plebe o muchedumbre. Lo que pregona es su polo opuesto, que son los individuos que ennoblecen la raza o pueblo, no los borregos de Panurgo que saltan la cerca para caer en océano siguiendo el rebaño.
Conclusión
Si se asume que la verdadera equivalencia que subyace al Discours es “libertad = dignidad, y “servidumbre» = indignidad, queda demostrado que su objetivo consiste en impedir los gobiernos que consiguen ganar el poder y mantenerlo en base a un consenso artficial, lo obtengan mediante el fraude, el engaño y por malas artes. En este sentido, se explica también por qué el éxito del Disvours que descubre el semblante de dominación de las élites, logias y grupos de poder enmascarados. La aparente realidad es un simulacro y una cortina de humo que, como atestigua la crítica hermenéutica de Msrtin Heidegger sobre el Dasein y la «existencia auténtica», Alain Badiou, Jürgen Habermas, Jean Baudrillard, Zigmunt Bauman, Jacques Derrida, Paul Ricoeur contribuye a impedir que ejerzamos el «pensamiento critico» para descubrir la aporía estructural de los actuales regímenes de democracia “electoral” fraudulentos y de sus bases ideológicas y doctrinales. Una forma de dominio ejercida por dichos grupos sustancialmente incontrolables, una forma apócrifa sustentada en la ficción del consenso popular: un populas cada vez más difuso, más descreído, más escéptico, más amenazante, que en cualquier momento se pueden volver como perros rabiosos contra sus amos.
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