Por Luis Américo Illuminati.-
El apellido del exlegislador y médico pediatra Eduardo Lorenzo Borocotó desafortunadamente -para él y para la sociedad- dio lugar a una acción deshonesta que hoy es cosa normal y corriente. Este estado de declive moral y decadencia cual profeta lo había anunciado Santos Discépolo y que actualmente se materializa en la esfera o ámbito público y privado. En el campo cultural, religioso, deportivo, social, pero sobre todas las cosas, en el terreno político. La borocotización comenzó en el PRO y también se dio en LLA, la mala costumbre de pasarse a las filas de la oposición. Un ejemplo reciente. La diputada nacional Patricia Vásquez, quien recientemente se incorporó al bloque de La Libertad Avanza (LLA) tras dejar el PRO, cuestionó fuertemente a Mauricio Macri por sus críticas públicas dirigidas al presidente Javier Milei. Concretamente dijo que es una falta de respeto por parte de Macri criticar al presidente públicamente, en lugar de hacerlo en privado, añadiendo la diputada que “ya pasaste un límite”, cuando se actúa de tal manera. Nos parece un pésimo argumento para justificar una vergonzosa deserción, una deslealtad, que la única forma de darle un cariz ético a las desinteligencias o desacuerdos graves es renunciando a la banca. Todo lo demás es cháchara barata.
Lo cual lleva a concluir que Discépolo cuando escribió la letra del tango «Cambalache» en la «década infame» pintó la idiosincrasia de una sociedad que venía con la brújula averiada y andando el tiempo vemos hoy que fue reemplazada por otra con un mecanismo diabólico oculto que ha llevado a la sociedad por los laberintos del desenfreno y la inconciencia, agudizada la discordia, la división y la ignorancia ilustrada y bailando la danza bacanal de la locura. Una brújula que ha convertido el mundo en una casa de orates y a la Argentina en una suerte de granja orwelliana. Un Estado bribón que gobernó impunemente veinte años, pero como todo lo que sube tiene que bajar, ya sea lentamente o rápidamente, un régimen con rasgos netamente demagógicos, conducido al principio por un hombre cuya codicia lo cegaba y cuya viuda lo mismo que Isabel Perón sucedió a su esposo para agravar más las cosas, hoy está con tobillera electrónica y le quedan tres juicios más por delante. Llevó al país al colapso al designar con el dedo a Alberto Fernández para integrar la fórmula mágica para sentarlo en el sillón de Rivadavia y poder manejarlo como a un títere. Una temporada en el Infierno cuyas secuelas aún las estamos viviendo, una rodada cuesta abajo que ella le imprimió a su gestión plagada de escándalos. Una corrupción que salpicaba todos los niveles del Estado, haciendo de éste un chiquero donde los cerdos -la masa de los piqueteros y planeros- pisoteaban las perlas más valiosas (valores morales) que les arrojaron gratuitamente dirigentes innombrables. Pese a los porrazos y tropiezos que ha tenido hasta ahora Milei -casi todos por arrebatado- cuyo repunte -y sorpresa- ha sido por el espaldarazo que a último momento recibió de Trump, creemos que Argentina puede salir adelante y llegar la nave a buen puerto siempre y cuando el presidente Milei no se deje llevar por un triunfalismo que marea y distorsiona la visión de la realidad, la prudencia y la humildad, son dos virtudes hermanas que dejan de lado, aquellos que como Milei no entienden que no se puede avanzar si la precipitación, la euforia y la irreflexión son los impulsos que guían su juicio. No acaba de ganar las elecciones de los lugares necesarios para el Congreso y poder así sancionar buenas leyes -como la sustancial reforma laboral y penal- que salió a ofrecer a Santilli y Adorni fueran parte de su gabinete, lo cual burla la voluntad de los electores que, si se les hubiese advertido de eso, no les habrían dado su voto. Digan lo que digan dichas candidaturas fueron testimoniales, no importa si son «a priori» o «a posteriori» -como es el caso que nos ocupa- modalidad no cambia en absoluto el orden de los factores.
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