Por Carlos Marcelo Shäferstein.-

Desde tiempos antiguos han existido hombres que han sentido la necesidad de retirarse de la vida en sociedad y habitar en lugares apartados y solitarios, dedicándose a la oración y a la meditación. Se les ha llamado eremitas, anacoretas o ermitaños. Generalmente los penitentes elegían una cueva para vivir o se construían una humilde cabaña. Junto a esta celda, edificaban otra que utilizaban como oratorio. Cuando algunos de estos ascetas alcanzaban fama de santidad se les unían otros con el fin de estar cerca del venerable.

Los recién llegados se edificaban chozas cerca del primer ermitaño, formando así una incipiente comunidad. Al conjunto se le denomina lauras.

Llegó un momento en que fue necesario organizar a toda aquella congregación y estos fueron los comienzos de los cenobios (que serían llamados más tarde monasterios), lugar de vida retirada en común de los eremitas o ermitaños que pasaron a llamarse después cenobitas, monjes y frailes.

Se caracterizaban por su pobreza y austeridad y por su ambiente de oración y santidad. No se conservan restos de los primitivos cenobios y sólo han perdurado algunos rupestres, edificados en la propia roca, ya que habitaban siempre fuera de las murallas de las ciudades

Los monasterios -tal y como los conocemos hoy- surgieron por la necesidad de los monjes por encontrar un lugar para compartir y llevar una vida de aislamiento y oración, tanto en el cristianismo como en otras frugales religiones. La solución arquitectónica fueron estos edificios donde pudieron organizarse y llevar la vida que habían elegido.

Entonces coincidimos en que los monasterios tuvieron su origen en aquella antigüedad de las catacumbas; pero su época de apogeo, para aquellos católicos, fue la Edad Media, cuando se perfeccionaron los ambientes arquitectónicos y se dieron una serie de avances que fueron evolucionando de acuerdo con los tiempos.

Los monjes que se agrupaban en los monasterios renunciaban a los bienes materiales del mundo y su única aspiración era la oración, el estudio y el trabajo de la tierra; siendo que también vivían de la limosna, tolerada apenas para su subsistencia.

Con el tiempo sin embargo los monasterios fueron cambiando, convirtiéndose algunos en baptisterios suntuosos donde se acumulaban obras de arte y lujosas ornamentaciones. Esta contaminación fue debida a los laicos -los grandes señores y reyes- que con sus donaciones y regalos pretendían “comprar” las oraciones de los monjes para la salvación de sus almas.

Pero muchos de los grandes monasterios que se conocen y que son dignos de admiración por su arquitectura comenzaron siendo humildes cenobios edificados únicamente como cobijo de los monjes. Pero no duró mucho la época en que la santa pobreza y la mesura fueron virtudes relegadas, porque dentro de la misma Iglesia surgió la depuración que enmendó las conductas que desvirtuaban las órdenes monásticas. Para remediar los males que en la sociedad causa la “ignorancia” y la procacidad, en 1215 nació en España la Orden de Frailes Predicadores.

Los dominicos, benedictinos y cartujos, impusieron -a través de la severidad de sus reglas- la concepción de la humildad y el rechazo de las prebendas, a partir de lo cual -para llevar una vida “regular”- (esto es, según las reglas antedichas) la sencillez, la santa pobreza, el acatamiento y el recato reconciliaron la vida monacal.

En cambio, las “asociaciones privadas de fieles” son otra cosa absolutamente distinta. Porque una cofradía de ese tipo, en la Iglesia Católica es constituida por iniciativa particular. De manera tal, la asociación privada de fieles es un consorcio de acólitos de la Iglesia católica constituido por iniciativa de los propios feligreses para fines congruentes con la misión de la Iglesia.

La autoridad eclesiástica competente sobre una asociación privada fieles queda determinada por el ámbito de actividad de ésta -y de acuerdo con los cánones 312 §1 y 322 del Código de Derecho Canónico- será: La Santa Sede, para las asociaciones universales e internacionales (habitualmente al Pontificio Consejo para los Laicos); la Conferencia Episcopal, dentro de su territorio, para las asociaciones que por opción van a ejercer su actividad en toda la nación (llamadas por eso asociaciones nacionales); y el obispo diocesano, dentro de su territorio, para las asociaciones diocesanas, salvo aquéllas en las que por privilegio papal el derecho de elección esté reservado a otras personas.

A la misma le corresponde ejercer sobre las asociaciones privadas de fieles bajo su responsabilidad las siguientes funciones: revisar los estatutos de la asociación, con lo cual queda admitida en la Iglesia a efectos de otorgar a la asociación personalidad jurídica privada por decreto formal; vigilar que en las asociaciones se conserve la integridad de la fe y las costumbres; evitar que se produzcan abusos en la disciplina eclesiástica; vigilar que los bienes de la asociación se empleen para los fines de la misma; y suprimir la asociación si su actividad es en daño grave de la doctrina o de la disciplina eclesiástica o causa escándalo a los fieles.

Tenemos, entonces, que la asociación privada de fieles puede crearse para alcanzar todo tipo de fines congruentes con la misión de la Iglesia que no se encuentren reservados por su propia naturaleza a la autoridad eclesiástica. Entre los fines admisibles se incluyen el desarrollo de la vida espiritual de sus miembros y las actividades de apostolado, como iniciativas de evangelización, el ejercicio de obras de caridad o de piedad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal; pero no transmitir la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia o promover el culto público. Porque -siempre- su existencia o disolución está supeditada a la más anuencia eclesiástica, tal como sucedió en la historia de San Francisco de Asís y su trabajosa romería para que el Papa admita esa nueva orden mendicante.

Por ese motivo, el llamado “monasterio de Nuestra Señora de Fátima”, donde se ensayaba el beaterio de sólo dos “Monjas Misioneras orantes y penitentes de Nuestra Señora del Rosario”, no era tal.

La detención de José Francisco López en el predio, el descubrimiento -por parte de los perros rastreadores de dinero de la AFIP- de supuestos sepulcros, que en realidad eran enormes bóvedas para almacenar millones de dólares, dejó en evidencia el manejo turbio del dinero oficial durante la década kirchnerista.

Quedó fuera de toda duda que el monasterio Nuestra Señora del Rosario de Fátima en General Rodríguez, -donde fue arrestado el ex “mano derecha” de Julio de Vido- habría sido también utilizado por otros miembros del kirchnerismo para guardar los “vueltos” de la corrupción, atento a que eran constantes los encuentros de hombres ligados al “Frente para la Victoria” que frecuentaban a las ingenuas monjitas.

Una especie de “aguantadero” para guardar en el tesoro cementado aquel dinero sucio, que jamás fue a parar a obras elementales como autopistas, hospitales o escuelas de las que fue desviado.

En ese sentido, desconcertaba el notable crecimiento patrimonial que tuvieron algunos miembros de la diócesis de Merlo-Moreno, de la que decían dependía el monasterio, el cual luce refacciones millonarias allende su perímetro, que habrían sido pagadas por gente cercana al kirchnerismo.

Tales bastimentos -para un lugar donde solo vivían un par de religiosas- eran las que hacían pensar que el amplio espacio podría haber sido usado por López y otros hombres K, como un reservorio para ocultar la plata sucia que no podían blanquear. Los testimonios que constan en la causa judicial señalan que uno de los habitués al monasterio Nuestra Señora del Rosario de Fátima era el ex intendente de General Rodríguez, Juan Pablo Anghileri, un hombre alineado con el kirchnerismo duro y un conspicuo seguidor de De Vido y el Ingeniero López, Secretario de Obras Públicas desde 2003 hasta el 10 de diciembre de 2015, lugar desde el cual este último se ganó el respeto de los beneficiados constructores y contratistas del Estado con los cuales alias “lospesitos” celebró millonarios acuerdos.

Téngase en cuenta que ese humanoide -que se amancebaba con su propia hijastra- (ver nota anterior) manejaba todos los planes de viviendas del país; armó el sistema de cooperativas constructoras que terminaron en Sueños Compartidos, el escándalo que salpicó a las Madres de Plaza de Mayo y que dio por tierra con la adopción de Sergio Schoklender por parte de Hebe de Bonafini.

De hecho, son memorables las peleas entre el ex funcionario y Schoklender, que lo acusó de recibir coimas y de “destruir” el plan habitacional, vinculado estrechamente con Amado Boudou, el obsceno vicepresidente de Cristina.

Asimismo el inagotable López tuvo bajo su administración Vialidad Nacional, la poderosa caja que bendijo de millones el imperio de Lázaro Báez y Austral Construcciones, cuantiosos capitales que, a su vez, habrían retornado a la Casa Rosada y sus funcionarios. Esa ruta profana del dinero es la que el eterno ex segundo de Julio De Vido habría querido purificar en la tranquila casa profesa de General Rodríguez.

La arquidiócesis de Mercedes-Luján es la jurisdicción eclesiástica de la Iglesia católica que hoy se encuentra bajo la autoridad del arzobispo Agustín Radrizzani y que, luego de muchos cabildeos, se apresuró a emitir un confuso comunicado para aclarar la situación monacal.

“Ante los acontecimientos sucedidos en el día de la fecha, en el Monasterio de Nuestra Señora del Rosario de Fátima (Monjas Misioneras orantes y penitentes de Nuestra Señora del Rosario) ubicado en General Rodríguez, queremos informar a la opinión pública que las llamadas «Religiosas» constituyen una Asociación Privada de fieles, cuyo gobierno es autónomo”, inexactamente indicó.

En ese sentido, monseñor José Mª Arancedo, Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pidió que no se apunte contra las monjas del convento en el que fue detenido López intentaba dejar el dinero cuando fue detenido. “Culparlas no es apropiado porque son personas mayores, que se han encontrado involucradas en algo en lo que no tienen responsabilidad”, sostuvo. “Hay que separarlas de la situación porque desconocían lo que estaba pasando”, insistió.

Mientras tanto, el obispo de Mercedes-Luján no perdió tiempo en objetar elípticamente a su antecesor, Monseñor Rubén Héctor di Monte, convenientemente difunto hace unos meses. Radrizzani insistió en que el fallecido Di Monte -quizás- hubiese solicitado un permiso al intendente de la gestión anterior para poder hacer esos sepulcros. “Di Monte fue amigo del poder: de López Rega, de los militares, los radicales, de Carlos Menem, De la Rúa y del matrimonio Kirchner. Esa habilidad no es la que más beneficia hoy a la Iglesia”, dijo el obispo salesiano, que habló “confidencialmente” con los medios que hacían guardia en el camino de acceso al convento, admitiendo que bien pudo haber escondido dinero en esas bóvedas secretas. Para culminar, Radrizzani atribuyó la existencia las sofisticadas cámaras de seguridad que monitorean -tanto los pasillos como las oquedades de las criptas- a dos tentativas robos que habrían sufrido “las monjas” en el último tiempo. “Fue por donación de un señor” -comentó- además de dejar fundadas sospechas de que todo lo construido tras el discreto cerco perimetral bien pudo haber sido financiado con recursos del Estado.

Sin embargo, el intendente Kubar fue contundente: “Consultamos los permisos en el área de Obras Particulares y no hay nada. No tenemos ningún trámite iniciado al respecto. Nosotros no autorizamos que el supuesto convento tenga criptas para sepultar muertos. No es posible enterrar cadáveres sin hacer un estudio de la contaminación de las napas freáticas en el vecindario. Obviamente tampoco se encontró el supuesto permiso de la gestión anterior”, afirmó el jefe comunal.

Va de suyo que los terrenos de dicha asociación civil de fieles no eran -de manera alguna- suelo consagrado.

En la próxima crónica les hablaré de la enigmática y asidua concurrencia al misterioso “monasterio” de la prestamista y usurera del pueblo: la señora Ana Pronesti, que sin ser católica practicante en modo alguno, “gustaba de asistir a las hermanitas”.

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