Por Jorge Azar Gómez.-

«No sé bien si hace dos o tres décadas, o algo más o menos, y en todo caso es lo de menos, pero sí puedo afirmar que el país era otro, muy distinto al actual, al que nos dejaron 15 años de desgobierno frenteamplista, se produjo una metamorfosis.

Tenía menos vehículos circulando, pero caminábamos más y sin peligro.

Tenía menos presupuesto educativo, medido en relación al PIB, pero mayor calidad de la educación. Tenía pobreza, pero más digna y, sobre todo, con esperanzas ciertas de ascender social y económicamente.

Teníamos inestabilidad política, pero dirigentes más formados.

En suprema síntesis, teníamos muchísimos problemas, pero mucho orgullo de pertenecer a Uruguay y una inmensa confianza en el futuro del país, en el destino común. Todos tenían una segunda madre, la señorita maestra, grandiosa constructora de la sociedad. Era inspiradora de una suerte de nobleza republicana. Hace medio siglo faltaba mucho por hacer, pero nos prodigábamos un envidiable respeto entre nosotros.

Todas las instituciones funcionaban con insuficiencias y deficiencias, pero eran creíbles.

Confiábamos en la Justicia, en la Policía, el burócrata que nos atendía, en el partido político que nos representaba e incluía, en el plomero o electricista, en los dirigentes deportivos, en el servicio penitenciario.

La confianza reinaba, aunque siempre hubo estafadores y tramposos.

Hace más de 30 años, nuestras calles estaban limpias. Comparándolas con las de hoy, eran un espejo. Inclusive podían verse advertencias en los muros de los inmuebles que indicaban la prohibición de escupir que todos acataban.

Éramos un país en serio de buena gente. A pesar de que la política había agitado el resentimiento de clases, los trabajadores eran señores y la clase media sabía que, más tarde o más temprano, esos asalariados le golpearían a sus puertas, deseosos para ingresar, lo cual hacían con todo derecho y naturalmente.

Era un Uruguay progresista de veras, no era un progresismo corrupto. Teníamos un país en el que los padres les decían inexorablemente a sus hijos, cuando orillaban los 17 o 18 años: ‘Hijo, o estudias o trabajas’. Ningún hijo ignoraba o era displicente ante ese dilema. Imperaba la cultura del trabajo, esa herramienta colosal que construye dignidad personal y, a la postre, colectiva.

Nadie creía que podía realizarse llevándola ‘de arriba’. El esfuerzo era la clave y el mérito sabía ser la llave abrepuertas. Esencialmente, teníamos orgullo uruguayo y enormes expectativas.

No estábamos conformes -la queja es proverbial al ser uruguayo-, pero sí esperanzados.

Adictos siempre hubo, pero si se estaba bajo los efectos de estupefacientes no se le ocurría conducir. Tampoco embriagado. Existía tanto respeto por los otros que eso no se le pasaba por la cabeza.

Viajar en el transporte público era casi un placer. Íbamos al fútbol en familia. En los estadios no existía nada más que algarabía vocinglera. No se escuchaban en la calle insultos e improperios. No regía la prepotencia, el avasallamiento del otro. Esa acechanza que puede aparecer en cada esquina.

Teníamos falsas disyuntivas como campo vs. industria, pero en general tratábamos de debatirlas civilizadamente.

Siempre se le hizo trampa a la ley, pero ésta inspiraba gran respeto y todos intentábamos que fuera cumplida.

Cerveza y vino siempre se bebió, pero los adolescentes nunca lo hacían. Era la conducta normal, no porque hubiera un celador que la imponía. Era la educación que establecía comportamientos y límites.

El honor y la honradez eran valores que estaban antes que nada en el currículum de cada uno. Eran el punto de partida y acompañaban toda la vida, nunca un ‘prontuario’ se consideraba como currículum. Ese Uruguay, ¿volverá? Porque para ir, algunas veces hay que retornar, no para quedarse atrás, sino para recobrar energías, básicamente espirituales, y reimpulsarnos.

¿ Cómo, en 15 años, pudieron pulverizar nuestros valores y estilo de vida ?

¿ Cómo pudieron desmoralizar a 4 generaciones ?.

¿ Cómo pudieron imponer la cultura de la corrupción, de la droga y de la vagancia ?.

¿ Cómo pudieron dejar abandonados a nuestros ancianos ?.

Nuestra tarea ahora, con un gobierno serio y que aboga por recuperar nuestros valores, es orientar seriamente a las nuevas generaciones y cuidar a nuestros ancianos.

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