Por Juan José de Guzmán.-

Leyendo en los medios que un granjero colombiano que tenía planificado instalar un sistema de riego para la plantación de palmeras aceiteras se topó al excavar la tierra con enormes contenedores azules repletos de bolsas transparentes que en su interior tenían fajos de billetes de 100 dólares por un monto de 600 millones se me ocurrió que tanto la ciencia como la IA podrían (y deberían) hacer un aporte importantísimo a la humanidad.

Sabido es que las inmensas fortunas que salen de los sistemas financieros legales suelen ir a esconderse, en su gran mayoría en paraísos fiscales facilitados por ingeniosas maniobras elusivas de traspasos que terminan en cuentas indescifrables de entidades que las reciben y guardan en silencio sin preguntar su origen, sólo se limitan a guardarlos sin brindar informes de ellos a extraños cobrándoles importantes comisiones por ello.

Hoy se sabe, por casos como el arriba mencionado, hay coincidencia en apuntar a Pablo Escobar como el dueño de esos contenedores porque se dice que enterró fortunas en todo el territorio colombiano y por algunos arrepentidos, que otra forma de esconderlos es “enterrándolos bajo tierra” (todos recordamos que tras un rumor que llegó a oídos del fiscal Marijuan durante varias jornadas los medios esperaron la noticia del año para llenar sus titulares luego de que, con la participación de potentes máquinas excavaron (sin éxito) varios lugares de terrenos que pertenecían a Lázaro Báez pretendiendo encontrar dinero enterrado que la confesión de un arrepentido había ubicado en zonas imprecisas pero con alta dosis de verosimilitud vinculadas al socio testaferro de los K.

Lo que intento sugerir es que Don Lázaro no va a romper la omertá para con los Kirchner, jamás y que los lugares donde escondió los incontables dólares y euros que fueron pesados, para abreviar tiempos de embolsado (otros fueron filmados haciendo trabajar las máquinas contadoras de billetes a destajo en La Rosadita, con brindis de los hijos de Báez incluidos) no serán develados mientras viva, ni Lázaro ni los que guardan el secreto de los tesoros robados por los Kadafi, los Correa, Fidel Castro, Idi Amín, el Chá de Persia, Pinochet y muchísimos otros que sería imposible cuantificar en porcentaje cuánto del PBI mundial vive en las sombras en medio de la hambruna y pobreza extrema que azota al mundo.

Entonces,  en vez de dedicar esfuerzos en lograr el enriquecimiento del uranio con fines bélicos la ciencia y la IA deberían abocarse al descubrimiento de un “detector de los elementos que componen las tintas con que se imprimen los dólares y los euros billetes”. Ese detector tendría como objetivo lograr la ubicación precisa de este tipo de escondite debiendo tener una capacidad tal, capaz de poder traspasar los materiales de los contenedores,  los envoltorios y los metros cúbicos de tierra en donde están los fajos enterrados, porque todos los dineros robados a los estados terminaron fuera de los sistemas financieros convertidos en esos dos billetes (muchos más en dólares).

No resulta sencillo para un simple escritor de Cartas profundizar en cómo se debería encarar esa investigación pero de lo que no me caben dudas es que de lograrse ese invento la humanidad toda se verá grandemente beneficiada pues los Estados podrán blanquear esas fabulosas sumas recuperadas para sus arcas del Tesoro y aumentar en sus presupuestos anuales la asistencia a los expulsados del sistema y/u obras de infraestructura, en tanto que los científicos que lograren ese aporte sentirán que en sus vidas aportaron mucho más a la Paz en el mundo que aquellos que inventaron la bomba atómica.

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