Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, tan plagada de mentiras por tanto tiempo, se hace difícil creer. En unos casos por la mentira en sí y en otros por la sospecha enraizada en la creencia popular que todo el que tiene la posibilidad del poder, del mandato popular, para llegar a él no apela a otro recurso que el embuste y la mediocridad del mensaje. Porque enfrente (el ciudadano) hay un grupo al que nada le importa y otro al qué, saturado de malas experiencias negativas, lo relativamente cierto, se le haga dudoso. Llevamos muchas décadas de modelos estatales fallidos. Una mezcla de ineptitudes, injusticias y cierto despotismo han marcado los límites dentro de los cuales se han desarrollado los sistemas de gobierno intentados. Las variantes de derecha o izquierda, más los períodos de facto, cada uno en su época, cuando se los profundiza, han tenido en la superficie y a su disposición un electorado que con su ignorancia, indiferencia o fanatismo les proveyó la base de sustentación para crear sistemas desnaturalizados de objetivos altruistas. El país hoy sufre las calamidades de ese origen. Se ha agotado el tirar de la cuerda. No hay ya espacios para intentos frustrados. El clásico Estado bobo, torpe, no va más. Ya no caben argucias ni discursos que los aleje de la responsabilidad que les cabe como gobernantes. Ya toda la aparente maestría del comienzo sucumbe a poco de andar. La realidad adormece el intento, cuando es honesto; ni hablar cuando la corrupción, o el desmanejo tritura la propuesta.

Venimos de padecer uno de los peores, si no el más detestable, gobierno sobre todo por su carga de corrupción, de la historia argentina. Con una ex. Presidenta privada de la libertad (una parodia de tal). Un ex. Presidente (oculto hace tiempo) con procesos varios. Funcionarios de distintos espacios del anterior poder en prisión o con múltiples causas. La sucesión, sobre la que la ciudadanía, aunque más no sea por elegir al menos peor (como de costumbre desde décadas) había depositado alguna esperanza de lo distinto, se vio manchada tempranamente por distintas denuncias; donde la Justicia, que tantas veces parece jugar haciendo malabarismos, debe abocarse a la tarea de investigar, guste o no, lo que se presentaba a la sociedad como lo más impoluto. De “vuelta la burra al trigo”. Y de nuevo el hartazgo. Una nueva desazón. Y la precariedad de los argumentos para intentar explicar lo inexplicable, tornan al justificativo, como siempre, en la incertidumbre.

Dicho eso, en pleno período electoral, cada uno por su lado, para atacar o defenderse, apelan a acusaciones, razonamientos, posibles pruebas o declaraciones que inundan el espacio de las más violentas acepciones. Nadie mide siquiera lo pecaminoso y ruin de su historia política. Los anteriores, por esa proverbial costumbre de esconder un pasado plagado de mala praxis y corrupción; y los nuevos, por ser tales, que lo poco por mostrar de bueno les queda eclipsado por causas que hacen trastabillar un proceso que insinuaba y venía para terminar con todo lo feo del anterior.

Y aquí nos tienen; siempre abrazados a un tutor. Los que se fueron, a Venezuela, Irán, China y otros desagradables “socios”. Los que arribaron, para sanear aquello, abrazados a los EE.UU. como tabla salvadora que nos instale, a pesar de todo, en un escenario diferente; donde sólo el tiempo podrá dar su veredicto. Mientras parte del resto, ignorando historias recientes, que la desmemoria popular les aporta, tratan por la estrecha avenida del medio, barajar y dar de nuevo. De experimentos busca votos, estamos llenos. Entre las diabluras y la santificación, esperemos que no sea como se expresa en el título: ¿“Lo de siempre”? A buen entendedor…

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