Por Elena Valero Narváez.-

Destino esta nota a recalcar algunos de los logros de la década del 90. Quiero incitar, con ello, a que se revean los dos gobiernos menemistas los cuales son terriblemente desprestigiados sin tener en cuenta el cambio positivo que Argentina tuvo en esa época.

Carlos Saúl Menem intentó revertir las consecuencias a las que nos llevó la política de décadas anteriores, la cual nos sumergió en el desprestigio internacional y nos llevó a sufrir una inflación descomunal por la cual Raúl Alfonsín abandonó el gobierno antes de tiempo, al no poder encontrar una solución.

Ningún gobierno se animaba a desmantelar el proceso de ingeniería social que significaron las nacionalizaciones, el proteccionismo y la perspectiva autárquica, así como sus secuelas. El conjunto de éstas políticas institucionalizaron la corrupción, la pereza en el trabajo y cortó de cuajo la necesidad de superación que requiere la competencia y el progreso social y cultural.

El presidente Menem con su equipo, luego de algunos titubeos, decidieron afrontar el costo político que significó encarar el cambio de insertar al país en el mundo, con la estructura peronista en contra; realizar la ímproba tarea, de convencer a los peronistas para que apoyaran o toleraran cambios estructurales. La ley de Emergencia Económica y la de Reforma del Estado fueron fundamentales.

Hubo que restaurar la confianza perdida de los países capitalistas, base ineludible de una política encaminada a captar inversiones y en 1991, la “convertibilidad”, que en esa época tuvo enorme prestigio, terminó con la inflación, volvimos a tener esperanza en el futuro. Destacados e imparciales economistas que hoy pueden ver más a la distancia el ahora discutido fenómeno de la convertibilidad apuntan que debió dejarse flotar el dólar desde aproximadamente 1997, pero lo cierto es, que permitió rápidamente derrotar al terrible impuesto que devoraba los sueldos de los argentinos.

El entorno Menem y su discutida reelección diluyeron los logros -de su primer gobierno y parte del segundo- que estimuló Menem al cambiar radicalmente la política que mantenía el país desde 1943.

La modificación de la Constitución de 1953 con motivo de lograr la reelección fue un grave error. La supresión del Colegio Electoral, implicó un golpe al Estado Federal; la Provincia de Buenos Aires y la Capital Federal se vieron notablemente favorecidas por ser los dos distritos más poblados. La primera que antes tenía un 23,6% del Colegio Electoral, con el nuevo sistema obtuvo el 37% del padrón, (la comuna de La Matanza, tiene más habitantes que 18 provincias juntas) por lo que la campaña electoral se redujo a los tres distritos más grandes. Se estableció, de esta forma, un desbalance entre el Estado Federal y las provincias que perjudica claramente al interior. Este cambio y otras medidas fueron -justificadamente- criticadas por los defensores de la Constitución de 1953/60 y por los críticos del “Pacto de Olivos” que la hicieron posible.

Pero si bien se pueden señalar errores de grueso calibre como éste, quiero destacar, que a pesar de las críticas exacerbadas al ex presidente Menem, por parte de destacados políticos, economistas, e intelectuales, no se puede dejar de reconocer que él fue el que cambió el rumbo que había llevado a la Argentina al borde del desastre político y económico.

Sus objetivos en política exterior fueron: desarrollar una relación estrecha con EEUU, avanzar en la integración económica con nuestros vecinos sobre todo Brasil y Chile, restablecer el vínculo con Europa afectado por la guerra de Malvinas, y una acción participativa en el Medio Oriente.

Debía alcanzar buenas relaciones con los árabes, pero revertir la política exterior anti-israelí la que había sido sostenida por nuestro país, en consonancia con nuestra actitud anterior de conservar estrechos lazos con los países no alineados o del “tercer mundo”, los cuales rechazaban la política exterior de Israel.

En base a estos lineamientos definidos por Menem, Domingo Cavallo y Guido Di Tella realizaron una excelente política exterior y Cavallo dio un vuelco positivo, también, a la economía, cuando llegó a ser Ministro de esa cartera.

La política de acercamiento a EEUU contribuyó enormemente a las buenas relaciones con ese país, opuesta a la que había seguido la Argentina por décadas. El proyecto Cóndor que defendieron fervorosamente Raúl Alfonsín y Erman González desmantelado durante su gobierno, mostraba a un país que no cumplía con las normas internacionales en materia de producción de armamentos, y que además permitía la entrada y salida del país, sin registro alguno, de personas, bienes y dinero. Esta actitud nos hacía muy poco confiables a nivel mundial en el combate contra el narcotráfico y el terrorismo.

Pese a las críticas de los radicales, el gobierno liderado por Menem, envió naves al Golfo e integró la fuerza internacional para expulsar a los iraquíes de Kuwait.

Recopilemos otras medidas que nos ligaron a los países desarrollados: recuperar los niveles de exportación fue una de las preocupaciones primordiales de ese gobierno, y eso se logró a partir de la convertibilidad con reglas de juego diferentes. Décadas de estancamiento de las exportaciones, acentuadas en la del 80, fueron superadas. Se dieron incentivos importantes para que ocurriera, como fueron la eliminación a las retenciones agropecuarias y trabas a las importaciones.

Esta nueva política no fue fácil. Se debió pasar por encima de la presión de sectores poderosos como lo fue el F.M.I. y los siempre perezosos empresarios que preferían colgarse de un Estado protector en vez de encarar la apertura económica, que implicaba competir.

La desregulación del comercio exterior fue una política meritoria en un país donde predominaron vergonzosamente los intereses de sectores privilegiados por el gobierno. No se tenía en cuenta ni la calidad de los productos ni al postergado consumidor argentino que debía conformarse con bienes de malísima calidad y muy caros.

La lucha que se encaró contra el estatismo, el proteccionismo, las regulaciones excesivas y, paradójicamente, contra la corrupción en diferentes áreas, cambiando muchas de las reglas de juego, merece un juicio más justo del que se le hace en la Argentina a ese gobierno.

El ex presidente se convenció, luego de algunos titubeos, de liderar un cambio de tinte liberal en la política argentina.

Con la asunción de Carlos Menem, el centro derecha empieza a participar en el gobierno y en administraciones provinciales. Esta tendencia se acentuó durante el año 1990 tanto en el gobierno como en la gestión de empresas públicas.

La política de privatizaciones, la recomposición de las Fuerzas Armadas a partir de los indultos, el acercamiento hacia los EEUU, la distancia que tomó el gobierno, de Saúl Ubaldini, representante de la vieja política peronista, y la recomposición de relaciones con gran Bretaña, fueron hechos que repercutieron en la visión positiva que el presidente tuvo sobre el electorado de centro-derecha.

Si bien se comenzó a hablar de privatizar durante el gobierno de Alfonsín, la gran estocada al corazón de las empresas estatales, destruidas por la política, la burocracia, y los sindicatos, la dio el presidente. No le quito mérito a su gran ministro, Domingo Cavallo, quien tuvo que lidiar, en todas las áreas, contra los que vivían de las dádivas del Estado. Gracias a su entusiasmo y fuerza se realizaran cosas que parecían increíbles apenas unos años antes, pero la decisión política de realizar el cambio la tuvo el Presidente, sin ella hubiera sido imposible semejante tarea.

Recordemos la privatización de Entel, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Gas del Estado, Agua y Energía y de los Servicios eléctricos del Gran Buenos Aires. (SEGBA), todas empresas ineficaces e insolventes, incapaces de innovación tecnológica.

Logró, Carlos Menem, que los sindicatos, apoyaran el proceso de privatización. La política de retiros voluntarios y propiedad participada fue una buena idea para llevarlo adelante.

Para privatizar hubo que vencer poderosas corporaciones y para ello no solamente ideas fueron necesarias, sino también la pelea que enfrentó con dinamismo espectacular Domingo Cavallo y los privatizadores. Vaya mi aplauso para María Julia Alsogaray -responsable de la impecable privatización de Entel- a quien no se le perdonó su firmeza, eficiencia e inteligencia. El kirchnerismo la convirtió en chivo expiatorio, en connivencia con un juez del mismo signo, quien la persiguió sin medida.

En la década del 80 todos los días había cortes rotativos de luz programados, el abastecimiento de electricidad era deficitario, lo cual afectaba a las casas de familia y también a las empresas. Con la privatización la tarifa de energía eléctrica mayorista se redujo en el periodo 1992-2001 un 51% y la minorista, a usuarios finales, el 24%. La calidad del servicio que recibieron los consumidores pasó de 21 a 5 horas de interrupción por año y se llevó el suministro de energía a zonas rurales, llevando la cobertura al 97% de la población.

El decreto de desregulaciones Nº2284, del año 1991, derogó enorme cantidad de restricciones a la competencia y a la transparencia en el funcionamiento de los mercados. Abarcaba el mercado interior de bienes y servicios, el comercio exterior, las economías regionales, los regímenes promociónales para industrias-intensivas y el mercado de capitales. Permitió suprimir monopolios de grandes mercados concentradores de frutas y hortalizas, la apertura de nuevos mercados mayoristas, la eliminación de restricciones en cuanto al horario de atención de comercio minorista, acabar con regulaciones corporativas y con organismos de intervención. (Junta Nacional de Granos y de Carnes y una serie de oficinas estatales que regulaban actividades forestales, pesqueras, azucareras, hípicas, entre otras).

Se suprimieron impuestos que distorsionaban precios y afectaban la producción, dando libertad de elección al consumidor que podía comparar entre productos.

Aparecieron beneficios de la recreación de la competencia como la aparición de hipermercados, el abaratamiento del precio de la electricidad, (de 5 a 2 centavos el kwt/hora). Se redujeron los costos de escrituración de propiedades (del 9 al 21%) según el distrito. La atención de las farmacias mejoró: además de poder instalarse en el lugar de preferencia del inversor, (antes la ley lo prohibía) ofrecieron el “delivery”, entre otras ventajas.

Se terminó con el control de precios -un medio socialmente y culturalmente nefasto- después de más de medio siglo de vigencia.

Las Estaciones de Servicio con la competencia perfeccionaron el servicio, la estética, con lugares acogedores donde se pudo tomar un café o tener un almuerzo rápido con los diarios y revistas del día.

Los transportes mejoraron gracias a que se suprimió la reserva de corredores, se simplificaron trámites y requisitos (más servicios, más opciones, mejoras de precios, más calidad en la atención) En el transporte de pasajeros, el aumento de empresas del rubro fue espectacular. En 1991-1995, aumentó la conexión entre provincias, sin pasar por Buenos Aires.

La calidad (por competencia) nos permitió viajar en ómnibus con TV y asientos-cama donde comenzaron a ofrecer mantas y una comida frugal, que permitieron viajar cómodamente y conciliar el sueño. Baños limpios y música funcional fueron otros de los lujos que aseguró la competencia.

La desregulación en el transporte aéreo de pasajeros hizo que disminuyeran los precios de los pasajes a las provincias un 45 % promedio.

Hubo demoras de los gobiernos provinciales y municipales en seguir la política del gobierno nacional, por eso las modificaciones no se sintieron en todas partes por igual. Pero una de las características del cambio es que rara vez coincide en el tiempo. Pensemos que se hicieron transformaciones de tipo estructural, recordemos como vivíamos en la Argentina hasta 1989: seguían casi intactas las estructuras creadas por Perón. Menem fue el que encaró el cambio animándose a hacerlo en democracia -se hizo mejor- y en un país con una cultura política muy atrasada.

Pocos recuerdan que se presentó el presupuesto nacional dentro de los términos constitucionales y se sancionó antes de la iniciación del siguiente ejercicio (1992) Esto había sucedido solo 3 veces durante el siglo XX. Significó un intento por evitar el abuso en las erogaciones como sucede cuando no se presenta un presupuesto ordenado. Con respecto al gasto público, es verdad que cometieron graves errores, se impulsó el déficit, la deuda y se debilitó la confianza. Los capitales comenzaron a irse del país.

Es que el tema de la nueva reelección -era imposible según la Constitución- minó algunas de las cosas que se habían hecho bien en el primer gobierno.

No olvidemos qué sucedía con las deudas inter-empresariales. Antes, las empresas estatales: YPF estatal, Obras Sanitarias o Ferrocarriles, ENTEL y los Ministerios inclusive, no pagaban lo que consumían. Nadie pagaba la luz, pasajes, combustibles; se consumía sin límite, se sabía que no se les cortaba el suministro, por falta de pago. Los funcionarios que administraron esas empresas públicas dispendiosamente, y con contratos sobrevaluados, por ejemplo, no son criticados y nadie se ocupó para que fueran a la cárcel.

La figura del ex presidente, sus excesos en la vida privada y sobretodo pertenecer al peronismo hacen que sea maltratado por mucha gente, analistas e intelectuales. Dejan pasar las críticas a las políticas de radicales no exitosos pero bien considerados por su honestidad y buenas intenciones. Éstas son válidas pero deben complementarse con el análisis de los efectos posibles o reales de los actos de gobierno, si hay o no congruencia con las intenciones y los resultados reales, así como su comparación con los esperados. Esto, en general, no se hace.

El gobierno menemista decidió desmantelar métodos de saqueo del patrimonio público, por ello fue transparente la ejecución y la formulación del presupuesto. Se podía saber en qué se gastaba

No se pudo resolver el tema del PAMI, fuente de corrupción, donde políticos de distinto signo se pelean, aún hoy, por beneficios espurios. Sin embargo en los 90 se pudo ver el vaciamiento al que era sometida esa entidad. El gobierno, a pesar de la resistencia que ofrecieron quienes deseaban seguir con sus manejos corruptos, organizó el pago de sueldos por Bancos, lo cual permitió localizar a los ñoquis (cobran sin trabajar) o a quienes recibían remuneraciones de varias dependencias del gobierno.

Se pagó, en 1992, la deuda de 18.000 millones que se tenía con los jubilados, aunque la Corte Suprema había intimado al presidente Alfonsín a pagar, éste había rehusado hacerlo.

A Horacio Liendo le cupo tratar de resolver el problema más grave relativo al gasto público: “la industria del juicio” contra el Estado. Esta era una organización mafiosa destinada a defraudar al estado (peritos, abogados de empresas del estado, particulares, testigos falsos, lesionados truchos, empleados desleales), donde sobresalía la llamada “banda del juez Nicosia”, era una organización constituida para la corrupción judicial. Cavallo y sus colaboradores lucharon a brazo partido para reducir a niveles tolerables la corrupción. No queda ninguna duda al respecto, pero se intentó obstaculizar su acción llegando a límites inimaginables. Creo que debemos reconocer el mérito que tuvo quien se ofreció para mejorar la vida de los argentinos y que luchó contra un Congreso donde una mayoría gozaba de privilegios obtenidos por vías ilegitimas y a los que no querían renunciar. El ministro Cavallo se expuso, no solamente ante un Congreso donde se paseaba oronda la corrupción, sino donde también era mayoritario un pensamiento antiliberal, compartido tanto por peronistas como por radicales.

En el segundo gobierno se intentó regular a favor de los correos y los aeropuertos. Ya estábamos en un camino cruzado por obstrucciones de todo tipo y con concesiones que Menem debió ofrecer a cambio de la reelección, pero que luego fueron en su contra a tal punto que se afirmó en la sociedad -con la ayuda de todos los medios- un mezquino e injusto análisis de su gobierno.

No se lograron discutir durante su segundo gobierno en el Congreso Nacional, las normas laborales, ni la desregulación de las Obras Sociales ni se aprobaron las privatizaciones de Yacyretá -un antro de corrupción- y las centrales nucleares. Faltaba hacer funcionar la Salud Pública, la Educación, la Justicia y la reforma de Obras Sociales, entre otras cosas pendientes. Le tocaba el turno a Antonio De La Rúa, pero la Alianza no le dio el apoyo que necesita un presidente y a él le falto la fuerza y convicción que tuvo Menem para gobernar. No obstante sus abundantes proclamas programáticas, los promotores y líderes de la Alianza no tenían la menor idea acerca de lo que había que hacer en ningún plano fundamental de la vida argentina.

Se puede seguir enumerando bienhechoras políticas menemistas: la eliminación de las regulaciones en los sectores de la petroquímica y la siderurgia, la privatización de SOMISA y del Polo Petroquímico Bahía Blanca. Fueron todas obras meritorias. La política petrolera también fue inobjetable. Les agregó a las compañías nacionales y extranjeras no solo el riesgo minero ya incorporado por el ex presidente Alfonsín, sino también, la libre disponibilidad del recurso. Los resultados que mostró la privatización no resisten objeciones al respecto.

Los decretos en materia de minería, puertos o seguros, transportes, fueron criticados por la UCR y corporaciones favorecidas por los regímenes de privilegio.

La minería, con el cambio de legislación, hizo que más de cien empresas mineras del mundo iniciaran tareas de exploración e inversiones en la producción de minerales, mientras que la eliminación de retenciones a las exportaciones, la nueva política de puertos, la privatización de los elevadores de granos en los puertos del interior y en general la desregulación económica favoreció la agricultura, la ganadería y la pesca.

Más, el campo se puso al día con una revolución tecnológica solo comparable a la de 1870-1910. Toda la producción del campo aumentó en calidad y cantidad. Es con esos logros que enfrentamos la terrible crisis del 2001, preparada por el gobierno de la Alianza. Sin esa revolución agro-industrial, no podríamos haber aprovechado los altos precios de nuestros productos en el mercado internacional durante 2002-2005.

Salimos de tres crisis exógenas (México-Rusia-Brasil): El Tequila (México) (1994) dejó secuelas que otras crisis aumentaron, aunque se pudieron enfrentar gracias a las medidas de ese gobierno. No contaron con la situación favorable internacional y con períodos de precios exorbitantes de los granos como durante el gobierno del presidente Kirchner.

Otro grave problema que no se pudo solucionar fue la fiesta de créditos concedidos sin cuidado por favores políticos por los bancos provinciales. La debilidad del sistema financiero no se caracterizó por la eficiencia. Debieron haberse privatizado los bancos provinciales y los nacionales, todos centros de elevada corrupción porque están ligados a prebendas políticas.

Hoy, el gobierno menemista sólo se recuerda por el entorno corrupto o se insulta a Domingo Cavallo por los errores que cometió en el intento de salvar al gobierno de la Alianza en un acto de heroísmo político, ya que perdió la posibilidad cierta que tenia de ser presidente de los argentinos.

Nuestra sociedad silencia con qué fervor votaron a favor de la continuidad de Carlos Menem en el gobierno: gano 4 veces en las elecciones nacionales en las que se presentó. En 1991 (diputados y gobernadores), 1993 (diputados), 1994 (Constituyentes), 1995 (presidente, gobernadores y diputados). Eduardo Duhalde -quien venció a Menem por la campaña de desprestigio en la que se alineó para arrebatarle el poder que había alcanzado dentro del partido, ganó en su primera gobernación -1991- gracias a la aceptación del plan económico, y porque era en ese momento el vicepresidente de Menem. La gente premió al Partido Justicialista porque vivía mejor: triunfó en la Capital en 1993, luego de dos derrotas consecutivas (en 1991 y 1992).

Esto no significa dejar de reconocer los errores de la política de ese entonces como el aumento del gasto público que sumó $56. 400 millones en la década del 90. Nadie puede defender la política fiscal de esa época.

En resumen, objeto, que de golpe y sin compasión olvidamos que la ley de convertibilidad superó el periodo inflacionario, nos dio estabilidad y pudimos convertir nuestros pesos a dólares, sin problemas, durante años. También gozamos la suspensión de subsidios a la promoción industrial, las privatizaciones de bancos provinciales, de correos y aeropuertos, además de Y.P.F., teléfonos, aerolíneas, petroquímicas, concesiones aéreas, petroleras, entre otras, que terminaron con enormes y crecientes focos de corrupción. La reforma del sistema jubilatorio, las desregulaciones en el transporte de cargas, en los productos farmacéuticos, en el transporte automotor, la disminución de aportes patronales y de reembolsos a las exportaciones fueron obra de ese gobierno.

Con la Ley de Puertos aparecieron las terminales portuarias privadas, disminuyeron los fletes marítimos: un buque que se cargaba en 10 días con un costo de 10.000 dólares diarios se llenaba en 2 ó 3 días y a veces en uno.

Argentina pasó a ser el principal exportador mundial de harina y aceite de soja. En 1991, con la privatización de los ferrocarriles, los fletes desde Tucumán se redujeron de 24 dólares a 15 dólares/tonelada. Y con el dragado del río Paraná a 32 pies se mejoraron más aun los precios FOB: los fletes a Rotterdam se redujeron de 24 a 19 dólares/tonelada. Hubo una enorme desregulación y apertura económica que incentivó a los productores, como siempre ocurre con políticas liberales.

La eliminación de las retenciones en abril del 91, hizo con las otras medidas anteriores que Argentina exportara en 2002, 5.000.000.000 de dólares, entre harinas, aceites, y porotos de soja.

La tecnología que se incorporó al proceso de producción fue también muy importante. Las empresas que realizaron inversiones mejoraron y pudieron competir, pero muchas que no pudieron acceder a esos cambios debieron cerrar sus puertas. Dejaron de existir todas las que dependían del cierre de la competencia o de la dádiva estatal, empresas obsoletas, a veces fantasmas que representaban organizaciones atrasadas e irrecuperables. Los empresarios que crecieron a la sombra del Estado rechazaron durante décadas las innovaciones tecnológicas a la vez que las prohibiciones y reglamentaciones paralizaban al sector que quería invertir y modernizar sus instalaciones. No había flexibilidad ni capacidad de adaptación que valieran para saltar por encima de tantas normas esclerotizantes y de un Estado que salvaguardaba las condiciones obsoletas existentes. Sólo quedaba el recurso de la corrupción.

No olvidemos como estábamos antes de las reformas de los 90 con degradadas instituciones políticas y económicas, aislados del mundo, con el terrible impuesto inflacionario, soportando gobiernos intervencionistas. La corrupción crecía al mismo tiempo que la inflación y el cierre de la economía.

La corrupción estructural y organizada, que estaba ligada a las empresas del Estado se minimizó con las privatizaciones pero no lo valoramos y, todavía, los funcionarios kirchneristas, y gran parte de los candidatos de la oposición, expresan la necesidad de nacionalizar empresas.

El primer gobierno de Menem fue una época donde el mundo volvió a confiar en la economía argentina. Dejamos el proteccionismo que nos aislaba del mundo, las personas comenzaron a decidir su futuro, cómo y dónde invertir, y tuvieron servicios eficientes, se acabó el flagelo que significó la inflación sobre los siempre magros sueldos de los trabajadores.

El producto bruto llegó a ser uno de los más altos del mundo y se intentó adoptar el modelo del primer mundo, el cual, la mayoría de los argentinos desprecia votando, reiteradamente, a gobiernos populistas. Además, el cambio monumental que tuvo la Argentina y del cual perduran muchas de las medidas que se tomaron, se hizo en una mejorada democracia. Menem terminó con el desacato: cualquiera podía criticar sin miedo al gobierno y al presidente.

Se efectuó un esfuerzo que deberíamos aplaudir y revisar -sin el ensañamiento que produce la pasión política- para corregir lo que se hizo mal pero sin abandonar el camino que, sin duda, nos llevaba a codearnos con los más prósperos países del mundo. El riesgo país, otra prueba que indicaba que íbamos bien, bajó considerablemente.

Las instituciones surgen por las fricciones que existen en la sociedad. Éstas se deben a que la información de la que disponemos no es ni igualitaria ni perfecta, por eso muchas veces no entendemos qué nos pasa y vivimos siempre con incertidumbre, es por ello que el Estado tiene un rol fundamental en la estructuración de los diferentes mercados y en hacer respetar las instituciones que promueven incentivos para que la sociedad actúe de la mejor manera y con la mayor libertad posible. Es imprescindible, se necesita en un mercado impersonal como es el mercado moderno, donde la respetabilidad ya no es el valor primordial, porque no se conoce a los que compiten, que haga cumplir las reglas de juego en forma imparcial. Es necesario un poder judicial que funcione bien y el estado de derecho.

El ex presidente Menem respetó la libertad política que alcanzamos en 1983, y logró, en muchas áreas, sacarle al Estado lo que había rapiñado desde el 43 en adelante, lo alivianó para que pudiera ocuparse mejor de lo que le corresponde.

Nos permitió vivir sin ninguna clase de control a la libertad de opinión y, cuando se dio cuenta, que sólo podíamos crecer si imitábamos a los países más adelantados del mundo, no vaciló en dejar su añeja postura peronista. Propició un cambio económico y político que nos abriera las puertas para relacionarnos con los países que nos podían comprar, si hacíamos los cambios adecuados a nuestra estructura económica ligada, estrechamente, al Estado.

La confianza es la base del crecimiento. Cuesta mucho a un país volver a ser creíble y con el tiempo que se dilapida perdemos, también, oportunidades para mejorar.

Muchos liberales piensan que no hay que hacer concesiones llamando liberal a la política menemista. Creo que donde deben hacerse concesiones no es en el campo universitario pero sí en el político, donde se innova frente a problemas de muy difícil resolución, y más aún, en países con ideas marcadamente anticapitalistas.

¿Cómo denominar antiliberal a un gobierno que dio marcha atrás con casi todas las políticas que convirtieron desde el 43 en adelante, a la Argentina, en un país de corte nacionalista y socialista?

Basta con repasar lo que hizo Perón a partir de 1946 para afirmar que Menem dio una vuelta de tuerca entera en cuanto a la orientación política e ideológica.

Share