Por Elena Valero Narváez.-

Los repetidos fracasos nos ha hecho desconfiar de la política y los políticos; los partidos se encuentran debilitados por las luchas entre facciones. Y el Congreso, muestra incoherencia total, desacreditando aún más al sistema político argentino.

En ese torbellino están pasando desapercibidas, noticias que impulsan medidas contra la Constitución. Lo ha permitido tantos años de ataques al sistema democrático, hoy vacilante y minado por la corrupción, sin condiciones suficientes para resistir los ataques de líderes, sin escrúpulos, que buscan más poder y menos controles a sus actos de gobierno.

Necesitamos políticos profesionales que observen al país con una óptica similar a la que tuvieron Alberdi, Mitre, Urquiza, Sarmiento, Roca, que muestren un esfuerzo renovado, cada día, para encaminarnos hacia el progreso, que demuestren que tiran con flechas potentes para dar en el blanco.

Ninguno de los candidatos con posibilidades de llegar a presidente, ha exhibido un plan coherente y objetivo para morigerar los problemas que nos tienen a mal traer. No es posible, por ejemplo, que siendo la inflación un fenómeno tan conocido -padecido por culpa de la acción irresponsable de muchos gobiernos- no se acierte con las soluciones ni se la evite, como lo hacen en la actualidad, otros países.

Tendríamos que desconfiar de políticos que, en realidad, continúan con la vieja política de discursos presuntuosos, sin contenido, y no renunciar, esquivando la responsabilidad a construir nuestro propio destino, permitiendo que el Estado lo maneje. La gente debe exigir a los candidatos responsabilidad en un año que será crucial para la República.

Ya que no podremos elegir, optemos por lo más razonable, rechazando la vieja política y los partidos de un solo hombre. Estamos en una situación económica comprometida, pero hay soluciones. Se tendría que comenzar a implementar un plan de emergencia, para que la economía el año que viene de un vuelco favorable.

La inflación es el problema que no hay que descuidar. Influye negativamente sobre la calidad de vida de la gente, sobre todo sobre los sectores más vulnerables, aquellos a los que se deberían cuidar y en vez, se le imponen las peores cargas. No olvidemos que el desorden que provoca ha terminado en muchos países en gobiernos autoritarios, a los que se les abren los brazos en pos de una reacción a los estragos que produce.

Las subvenciones, parte del enorme gasto público, por más que se otorguen con las mejores intenciones, no deberían, como lo han hecho tantos gobiernos, concederse indiscriminadamente. La corrupción por lo general es elevada y gran parte de la ayuda no solo se pierde sino que también perjudica. La solidaridad debe ser transparente y medida, y el que la recibe debe asumir el compromiso para ayudarse a si mismo lo máximo que pueda. Solo así la ayuda recibida no será gratuita sino una oportunidad para aprender y crecer como persona.

El sistema capitalista, tan resistido aún, por la mala propaganda de intelectuales socialistas y peronistas, es el que sacó de la pobreza absoluta a millones de personas en países atrasados, originando su ascenso social y cultural, también en otros países sometidos a su influencia, generando un gran sector de estratos medios.

En Argentina se ha enseñado a odiar a sectores generadores de riqueza y prosperidad, como es el sector agroindustrial, sin que sea responsable de los que están mal. Quien los convierte en marginados o excluidos con las políticas dirigistas, intervencionistas y estatistas, es el Gobierno.

La experiencia nos muestra que los políticos no han aprendido lo suficiente como para no repetir en nuevas condiciones las locuras del pasado, aun así, tienen posibilidades de ser votados, y candidatos aparecidos de la galera, con las mismas ideas, asoman al poder sin ninguna preparación previa. La responsabilidad de los intelectuales y políticos serios, es enseñar, racional, y también emocionalmente a los electores, acerca de lo que sucedió en el pasado, delatando a quienes envuelven los problemas en una tonalidad diferente para repetir los mismos errores.

De la lucha de ideas entre los liderazgos en pugna, dependerá si Argentina se acerca a países que tienen buena calidad de vida, lejos del terror autoritario, o se sumerge en el populismo, una vez más, con la consiguiente destrucción de las instituciones democráticas. Todo dependerá de lo que piensen las personas.

Los candidatos con alguna posibilidad de ser electos, proyectan mejorar la economía, ignorando o modificando las leyes del mercado, esa inmensa urna donde se manifiestan las preferencias de la gente. Creen, algunos con buenas intenciones, que de esta forma se podrán obtener mayores beneficios al corto plazo. Ignoran que es imposible hacerlo sin lastimar, o destruir, a los miembros de la sociedad. Es lo mismo que ir contra las leyes de la naturaleza.

No se entiende que el fundamento de todo mercado es el respeto al marco normativo, fundado en valores universales, donde todas las decisiones, basadas en él, son voluntarias. Aunque las normas nunca son perfectas, pueden mejorar o empeorar. El problema es la naturaleza humana, allí donde empresarios, obreros, intelectuales, empresarios, sacerdotes, y otros, sienten que pueden obtener alguna ventaja espuria, sin ser castigados, violarán cualquier norma que trate de moderar sus apetitos de cualquier tipo, sean socialistas, liberales de centro o izquierda. Sólo una mejora en la institucionalidad podrá mitigar estos perjuicios y elevar los grados de eticidad que reclamamos.

Los mercados aunque no son perfectos, siempre existen, en la medida que hay intercambios. Pueden ser distorsionados y sus funciones ignoradas pero persistirán como mercados “negros”. Por estemos seguros, si no se va hacia un orden social abierto, no habrá una dinámica capaz de generar crecimiento y las transformaciones que se buscan. Si bien la aventura de la libertad no evitará las crisis, sí hallará una respuesta adaptativa a sus desafíos. Por el contrario, la intervención en el mercado, aunque sea con propósitos bien intencionados, pero contrarios al orden espontaneo y no en su dirección, terminará en una crisis de mayores proporciones, perjudicará a la mayoría y lastimará el funcionamiento global del sistema, provocando y agravando la pobreza.

El gobierno más allá de las expectativas de ganar o perder las elecciones, debe actuar de acuerdo a las expectativas de los mercados, mejorando la información y fortificando la institucionalidad que los apoya. Será difícil, se necesitan decisiones políticas arduas, pero nos irá mejor.

La crisis, es un problema de las orientaciones de las personas frente a las opciones que ofrece el mercado, o frente a medidas intervencionistas a la funcionalidad de los intercambios. Las crisis, en nuestro país, en su mayoría, responden a medidas contrarias a ella, tomadas por el Gobierno.

El reparto de los bienes, por ejemplo, que ha hecho tantas veces el Estado, con grandes intermediaciones corruptas, fue realizado gracias a exacciones arbitrarias o impuestos. Para ello primero tuvo que haber cierta expansión capitalista, ya que sin esta, no hubiera existido la riqueza disponible para realizarla. Es más claro que el agua, pero las ideas antipatria, continúan poniendo anteojeras para que sigan, muchos argentinos, con los ojos cerrados. Por ello, algunos estamos tan preocupados, ante un 2019 muy difícil.

La democracia nos permite un cambio pacífico, con libertad, para manifestar ideas críticas acerca del gobierno vigente. No votemos a quienes acechan detrás de la puerta, a quienes quieren derribar las instituciones liberales, por acción u omisión. Votemos a quienes estén más cerca de asegurarnos un rumbo hacia la libertad política y económica.

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