Por Justo J. Watson.-

Cada tanto resulta útil (y sanador) elevar la mirada tomando distancia de la crispación mensual, anual o cuatrienal para ver las cosas en perspectiva. Con cierta prescindencia temporal en procura de entrever a futuro un modelo social como el libertario, sea para nosotros, sea para nuestros nietos o bisnietos, partiendo del sistema que sufrimos hoy.

Sistema, el actual, que se sostiene en juicios inducidos desde la infancia por un adoctrinamiento sistemático desde la currícula educativa estatal; en ideas adheridas al punto de conformar un asumido dogmático difícil de superar aún por personas cultas e inteligentes. Aun por gente que se percibe posicionada por sobre toda posibilidad de influencia ideológica sesgada, sea esta subliminal o explícita.

Dado que tanto la honestidad como la valentía intelectuales no deben subestimarse, confiamos en que al menos algunos podrán liberarse de preconceptos para situarse, por un momento, por sobre verdades estatales reveladas acerca de nuestro modelo estadodependiente.

Incluyendo la serie de dogmas que son para el común, todavía, cuestiones de fe. Y decimos “todavía” con un ojo puesto en ciertos signos del cambio de los tiempos. Como el constante declive del poder real de los Estados-nación en favor de conglomerados privados o los avances informáticos que empoderan cada día más a los individuos y sus decisiones de conveniencia personal-familiar por sobre fronteras y reglas de cuño prohibicionista.

Indicios que muestran a quien sepa verlos, hacia dónde se dirige la humanidad. Signos que confluyen con otros (irrepresentatividad y desprestigio de la política, tendencias secesionistas, criptomonedas, inoperancia -y costo- de los organismos internacionales, etc.) en presagiar cambios conceptuales de fondo para el mediano y largo plazo.

Uno de esos conceptos en revisión crítica es el del monopolio -innecesario, caro y peligroso según la escuela anarcocapitalista- de la justicia por parte del Estado, asunto polémico y denso si los hay pero en el que tenemos por certeza que en nuestra Argentina funciona muy mal. O casi no funciona (y ello es causa eficiente de casi todos los problemas que hoy nos asfixian) si consideramos sus inadmisibles tiempos, costos, rémoras, discriminaciones, contradicciones, absurdo papeleo, gravísimas corruptelas y demás extendidas falencias, bien retratadas por el experto abogado A. Fargosi en un demoledor artículo transcripto en Agosto de este año por el diario La Nación.

Se sabe: la matrix del fallido, en nuestro sistema legal, se halla en el “olvido” de la preeminencia del derecho natural por sobre el derecho positivo.

En tal inteligencia, debemos recordar que el derecho natural es literalmente el cimiento fundacional de la Ciencia de la Justicia estableciendo que cada ser humano, por el sólo hecho de nacer, tiene derecho inalienable a 3 cosas: a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Y que establece como contraparte la obligación absoluta de respetar otras 3: los derechos a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la propia felicidad de todos los demás.

Agreguemos que el derecho natural y su sistema social derivado, las ideas de la libertad, constituyen el mejor paraguas debajo del cual la civilización puede desarrollarse.

Por su parte, las leyes del derecho positivo, redactadas por los burócratas del Estado en sus legislaturas, son en general la metralla (consciente o no) que hiere de muerte al derecho natural y al sistema de la libertad con un claro objetivo: lograr que un grupo de hombres y mujeres someta y explote por la fuerza a otro grupo de mujeres y hombres en determinadas circunstancias, tiempos y lugares.

Fiel a su fundamento ético, el libertarismo ancap propugna que toda norma de derecho positivo se alinee, antes de su dictado, con las tres leyes del derecho natural ya que se trata de derechos previos e inmutables, válidos para todos sin excepción en todo tiempo, circunstancia y lugar.

Derechos cuya violación trajo aparejado el tren de desgracias (autoritarismos preñados de violencia fiscal, pobreza innecesaria, desesperanza, falta de oportunidades e infraestructura, inseguridad, alienación, estrés, muertes prematuras…) al que el Estado-nación y su monopolio territorial de la fuerza y la justicia nos tiene acostumbrados.

Tanto los cambios de largo, como los de muy largo plazo serán profundos e incluirán necesariamente la apertura de los gravosos monopolios estatales, que tan mal servicio nos han prestado, a la competencia de iniciativa privada.

Algo a lo que nadie debe temer puesto que el mercado en competencia real somos toda la gente de a pie, cooperando libre y voluntariamente en el curso de nuestros negocios e interacciones privadas, como lo hemos hecho siempre.

De hecho, todo progreso cierto y sustentable de la humanidad ocurrió a pesar del Estado; nunca gracias a él.

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