Por Carlos Tórtora.-

Todo proceso electoral conlleva un cierto grado de incertidumbre. Pero el actual en la Argentina supera los estándares normales. Las PASO nacionales dejaron la impresión de que Daniel Scioli está muy cerca de cubrir la brecha de 6 puntos con la que aventaja a Mauricio Macri y consagrarse presidente en primera vuelta. Pero no sólo aparecieron las inundaciones y el alocado viaje a Italia, sino que el cristinismo se movilizó en pleno para demostrar que es CFK la que define la línea política y económica de su sucesión y que el gobernador simplemente deberá continuar con más de lo mismo. El proyecto de Ley para la conformación de la Agencia Nacional de Participaciones Estatales en Empresas que la presidente anunció que enviaría inmediatamente al Congreso Nacional no sólo preocupó a los mercados. Fue una bofetada a Scioli, por cuanto un candidato oficialista que está cerca de alcanzar la presidencia no puede ser un convidado de piedra en las decisiones de su propio gobierno. Las inconsistencias de la declaración jurada patrimonial del gobernador vinieron a continuar la racha, por cuanto se trata de una verdadera burla a la opinión pública que no resiste el menor análisis. En la historia política reciente hubo un presidente, y con liderazgo, Raúl Alfonsín; otro que empezó en forma imprevisible, aunque también ejercía un fuerte liderazgo, Carlos Menem, y ahora, de ganar Scioli, se daría el caso de un presidente imprevisible y sin liderazgo, porque todo indica que Aníbal Fernández, si gana, va a construir su propio feudo en Buenos Aires, dejándolo a él sin el control de su propio distrito, para no hablar de su carencia de legisladores e intendentes propios, etc.

En este punto es donde los mercados y el establishment se preguntan si no estamos ante un abismo. El que se abriría si Scioli gana y no es capaz de asumir la plenitud del poder, rompiendo el corralito que le armó el cristinismo. Comparado con un ejemplo de trágico final de gestión -Fernando De La Rúa- Scioli también sale perdidoso. El radical no ejercía un fuerte liderazgo ni controlaba su propio partido, que seguía liderando Alfonsín, pero al menos contaba con un merecido prestigio intelectual y una trayectoria política exitosa en la función pública, que en el caso del gobernador no lo es tanto. Esta sensación de que el país camina por una cornisa podría todavía sumarle algunos votos más de clase media a Mauricio Macri. Pero la solidez del kirchnerismo en el NOA y el NEA pesa mucho en la balanza de los cómputos. Hoy en Tucumán, es probable que uno de los ministros de CFK que más se enriquecieron durante su gestión, Juan Manzur, obtenga un triunfo aplastante en Tucumán sobre el radical Tomás Cano, aliado de Macri y Sergio Massa. En otras palabras, que las señales de debilidad y falta de jerarquía política que emite Scioli no le estarían produciendo una caída importante de votos, por la sencilla razón de que a prácticamente el 50% de la población que vive del clientelismo y el empleo público, estas disquisiciones no le interesan en absoluto.

Hacia una guerra interna en el PJ

Mientras tanto, la situación regional -sin hablar de la crisis China- muestra cambios importantes a partir de la crisis brasileña. Con Guatemala, son dos los casos. La detención de la ex vicepresidenta de ese país, Roxana Baldetti, por sus presuntos vínculos con una red de corrupción enquistada en las aduanas de Guatemala, ha puesto al presidente de ese país, Otto Pérez Molina, en una situación similar a la de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, con el gigantesco escándalo en Petrobras.

Mientras en Brasil grupos opositores tratan de impulsar un juicio político de la presidenta con vistas a su destitución, en Guatemala el Ministerio Público y la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG) solicitaron el “antejuicio” de Pérez Molina.

El antejuicio tiene como fin quitar la inmunidad al jefe de Estado para que pueda ser investigado por el mismo caso por el que la “número dos” de su Gobierno renunció en mayo pasado y fue detenida el viernes.

La principal diferencia entre la situación de Pérez Molina y la de Rousseff es que él debe dejar el poder pronto -el 6 de septiembre los guatemaltecos elegirán a su sucesor- y ella inició su actual mandato, que es el segundo consecutivo, el 1 de enero de 2015.

La justicia argentina ha exhibido hasta ahora condicionamientos tan fuertes del poder político que es impensable una situación a la brasilera. Pero sin duda que el cristinismo deja montadas dos bombas de tiempo, la crisis económica y la corrupción, y que Scioli no parece estar en condiciones de encarar ninguna de ellas. Los emergentes en el círculo del poder peronista, esto es, entre otros, Aníbal Fernández en Buenos Aires, Omar Perotti en Santa Fe y Juan Manuel Urtubey en Salta, parecen ansiosos por superar al kirchnerismo pero no se sabe si pueden ser el embrión de una liga del interior que lo presione a Scioli para que siga un rumbo determinado. Es que éste, a su hermetismo habitual, le agrega cierta resistencia a los acuerdos políticos explícitos. Su comprensible cuidado en no irritar a CFK es razonable, pero lo cierto es que ella lo está empujando hacia una victoria que puede ser pírrica. De ganar efectivamente Scioli, el escenario más previsible es el de una interna salvaje en el peronismo entre un cristinismo que se negará a replegarse y los sectores del justicialismo que quieran dar vuelta la página. Ya se sabe que, por ejemplo Massa y Aníbal Fernández, conspiran contra Scioli y que Florencio Randazzo proyecta liderar una corriente poskirchnerista. Las guerras internas en el peronismo, cuanto éste se encuentra en el poder, son simplemente sinónimo de peligro de ingobernabilidad. El ejemplo más sonado es el de Isabel Perón, que sucumbió luego de que el sindicalismo en masa volteara a su mano derecha, José López Rega, lo que abrió el camino para que un metalúrgico que gobernaba Buenos Aires, Victorio Calabró, se levantara contra el gobierno nacional. Hoy no existe el perfil de violencia ni la virulencia política de aquellos tiempos, pero sí las condiciones casi ideales para una crisis interna del PJ. CFK se convertirá inevitablemente en la jefa de una facción, no del conjunto, y frente a ella surgirá un peronismo distinto. ¿Podrá Scioli timonear esta tormenta?

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