Por Paul Battistón.-

Veintisiete símbolos fonéticos, otros tantos de puntuación, 10 indicadores de cantidad y un mínimo de 4 operaciones básicas para cruzar ese límite que deja atrás lo analfabeto. La clara diferencia de utilidad entre los símbolos fonéticos y los que son indicadores de cantidad nos indica la existencia de esas dos importantes asignaturas que abarcan casi todo nuestro inicio de la educación, vendidos por sus enseñadores como “la más importante de todas” sin importar entrar en contradicción con quien enseñe la otra en cuestión.

Los que tengan apego por cuantificar, aun sin que les impongan el sello de más importante, la sentirán así, las matemáticas en su reglamentación exacta impone entre quienes presentan una natural fluidez en su manejo la sensación de una importancia superior.

Quienes aprueban una importancia superior de la matemática tienen la sensación que esta es el primer gran aprendizaje, la lengua viene puesta y en todo caso la escritura es el complemento para poder usarla más allá de la duración de los pulsos de presión que viajan hasta nuestros oídos.

Quienes se encuentren al otro lado de las preferencias y tempranamente demuestran una cierta exquisitez para ubicar correctamente los símbolos fonéticos sin errores en sus reglas y su agrupación con cierta gracia ven en la ciencia de los números un agregado importante y secundario en su imposible existencia sin una falta de comunicación previa.

Después vendrán la geografía, la historia, la biología todas ellas “la más importante” y casi con certeza tomados con el descreimiento de que lo son por parte de los instruidos. Cada educador percibe por convicción, conveniencia o gusto su disciplina con la importancia por encima del resto pero en general los aprendices ya están convencidos que esa importancia se encuentra en una de las dos primeras.

Quienes hayan tenido cursos tempranos de contabilidad o economía también habrán tenido ese “más importante” como inicio inevitable del curso y seguramente considerando la distancia de éste al de aprendizaje de las disciplinas básicas, ese “más importante” debe haber sido descreído en mayor intensidad y con cierta sorna.

Específicamente los cursos contables iniciaban indefectiblemente definiendo el comercio. Inmediatamente dicha definición lleva adherida la calificación de importancia suprema que el instructor trasladaba a toda la disciplina. Calificación que a esa distancia de los estudios era absolutamente descartada por los cursantes.

Si un hombre primitivo no hubiera ofrecido “algo” a cambio de “otro algo” no podríamos hablar de propiedad privada. Si ese mismo hombre primitivo no hubiera renegado de cierta condición de intercambio no podríamos hablar de precios relativos. Si los fenicios no se hubieran lanzado al mar en su recorrido de búsqueda y ofrecimientos no podríamos hablar de rutas comerciales, de exportaciones e importaciones y de costos de traslado.

Sin intercambios no habrá sido necesario cuantificar, ni valuar, ni negociar, ni hablar traspasando los lenguajes, ni redactar acuerdos en definitiva el señor contable con su definición de comercio y su calificación de suprema importancia no nos mintió (más allá del grado de su propio convencimiento).

Puede haber hoy día miles de motivos y circunstancias válidas para bajarle el tono a esa calificación en favor de otras disciplinas pero la llama creadora del comercio estará detrás de ellas y su posición elevada en el podio inamovible. La negación solo viene de quienes buscan un retroceso en la condición humana o de quienes en su incapacidad o improductividad se vean desfavorecidos en el régimen de intercambios. En el límite cero de un apagón de intercambios cada uno debería producir como mínimo lo que consume lo cual sería una muy baja expectativa como premisa.

La capitalización es la energía potencial de una economía, es el equivalente al agua contenida en un dique que con su altura (nivel) nos permite transformar su potencial en regulada energía cinética que impulsa las turbinas. El capital es él que liberado en las direcciones y cantidades convenientes impulsará los desarrollos económicos.

Combatir el capital es la estupidez de perforar la pared del dique para que el nivel descienda a una altura equitativa mientras las turbinas perdiendo posibilidad de girar te miran y te dicen “Hey guey ¿Qué estás haciendo?” y en devolución a tan osado cuestionamiento les das latigazos para que no dejen de girar. Tal grado de estupidez solo puede surgir de la ideologización y su cimiento de intelectualismo masturbatorio.

El empirismo, la práctica, el sentido común y el método científico como resumen son relegados. Para lograr esa puesta a un costado es necesario convencer con un discurso poderoso capaz de falsear lo impartido como disciplinas probadas u ocupar el lugar de éstas en caso de ausencia. Sostener en el tiempo lo contrario al camino de la lógica requiere de una constante desinstrucción de formato pedagógico para llegar a la misma el camino recorrido fue el de la culturización de dogmas emblemáticamente endebles o estúpidamente irracionales convirtiendo a los mismos en una lucha contra una pared sostenida por ellos mismos.

Combatiendo el capital (a pura marcha), por lo abarcativo puede no haber sido tan contundente como lo fue en los ’70.

Bronca porque roba el asaltante pero también roba el comerciante (versión de gira).

La estigmatización del negocio traduciéndolo a despectivo en negociado cuando su utilidad es convenientemente grande o inconvenientemente envidiable para los culturizadores de la equidad y los justos calculadores del precio de los bienes ofrecidos.

Destruir la libertad individual básica es el recorrido final de la tan intelectualizada propuesta de determinación del valor de los bienes a contramano del rumbo natural del libre lenguaje del mercado.

Recalculando los bienes de uso
Desde que está sola, sólo conmigo quiere
no importa la hora porque me prefiere
y su ex no dice nada, no hace nada
porque sabe bien que acá estamos bien, le mandamo’ bala

¿Quién le pone precio a la producción de L-gante?

Dos Porsche, una Hummer, un BMW por una elegante colección de combinaciones de onomatopeyas entrelazadas con estrofas arjonianas a la décima potencia pasadas por un destructor ortográfico a puro gutural graznido como soporte de movimientos inocuos a cualquier ritmo (que tampoco los hay). El mercado lo decidió así, un mercado barrani barrani, pero es lo que hay y así es el resultado del intercambio. ¿Qué valor le pondrían los mercadistas del anticapital a la producción de L-gante? ¿Dos 3CV, un Seiscientos y un Gordini?

¿Dónde va la gente cuando le llueve?

Con cada traba, con cada impedimento, cada vez que es intervenido desviado o forzado, cada vez que sus valores son trastocados en más o en menos, entonces sencillamente una de las formas de comunicación más antiguas y complejas del mundo es tergiversada y convertida en entendimiento selectivo.

El desentendimiento es puesto a funcionar creándose condiciones para el conflicto, para el amparo de cuestiones inviables pero por sobre todo para el perjuicio de quienes se ponían a reglamento. El amparo de la oscuridad es el camino cuando quien se empecina en alterar el dialogo del intercambio es en realidad quien debería garantizar la libertad del mismo.

lo que en un principio podría considerarse un perjuicio al estado, en los casos extremos termina siendo el sostén de la economía y del estado mismo de las cosas. Es sencillo entenderlo si suponemos que existe un mecanismo mágico capaz de desaparecer la economía informal (lo barrani) en forma instantánea y lo hiciéramos en este preciso instante donde esta representa más del 40% de la actividad actual. Nada sobreviviría.

Cuando quien se encarga de hacer llover es el estado, el refugio obvio será el desentendimiento con el mismo.

La alternancia inviable

No es una opción válida la autoflagelación para regocijo de los predicadores del onanismo ideológico. Tampoco es válida la alteración de las condiciones surgidas de la genuina comunicación de los participantes de ese lenguaje llamado comercio. Mucho menos es válida la descapitalización como medio a una pretendida equidad.

La equidad como objetivo en búsqueda de la llanura apaga en el límite cualquier actividad económica. El desequilibrio como fuente motora (no como meta) es el que pone en movimiento los mecanismos de la comunicación. La libertad con reglas claras juega de justiciera acabando con privilegios decretados y normalizados. Las diferencias de niveles son inevitables como lo son los diferentes niveles de las sucesivas capas de agua de un dique, solo que el lenguaje de intercambio permite su convección y su nivel superior dará el nivel de energía capaz de ser imprimida al sistema.

Ninguna circunstancia debería poner como solución al problema del sistema.

Las regulaciones a las libertades de comunicación incluido el comercio o la domesticación de las libertades a colectivismos de estado superpresente no son caminos a ser optados. Su única elección se corresponde con un pedagógico trabajo de desinstrucción.

Las alternancias de matices en las administraciones ha sido reemplazada por una alternancia de inviabilidad con el crecimiento y en el límite de inviabilidad con la existencia de formatos republicanos contraproducentes para las políticas de regulación y control.

Alternar capitalismo con gobiernos colectivistas (en especial la izquierda) equivale a andar y desandar la dirección del crecimiento con consecuencias empeoradas a las que se hubieran obtenido si se hubiera planeado no crecer. Solo que al cobijo de las inercias el aparato pedagógico de desinstrucción podrá volver a cargar las tintas de su relato de pobreza de la inequidad sobre el malo capitalismo y la equivocada libertad de oponerse al régimen del control. En cierta forma reconocen este escozor por la libertad cuando dibujan un enemigo y en un acto fallido lo llaman neoliberalismo.

La libertad es un pecado y el colectivismo de la obediencia (en la pertenencia) es la corrección.

Esta alternancia inviable es el juego impuesto por las aspiraciones gramscianas del foro de Sao Paulo como camino definitivo a la no alternancia culminada en la miseria equitativa y sustentable, en el apagado del flujo de comunicación comercial y la capitalización sólo por parte de un estado monstruoso y de los amigos del estado (a esa altura, los del partido).

La izquierda no es una opción válida en una democracia; es la antítesis de la misma, es el botón de autodestrucción incorporado solo por gusto. Es lucifer intercalado entre los santos en el interior de una iglesia a la espera del pedido de una plegaria en la dirección equivocada.

Cuando nuestra constitución habla de prosperidad para quienes pisen este suelo no incluye que quienes por razones particulares no lo sean puedan elegir su miseria para los demás.

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