Por Juan José de Guzmán.-

Mercedes Benz -ha trascendido- está a la espera de un comprador para su planta de González Catán, donde en la actualidad sólo se fabrica la Van Sprinter, que en un futuro cercano será reemplazada por la eSprinter (versión eléctrica). Esto nos sugiere que dejará de invertir en el país muy a pesar del fuerte vínculo que la empresa alemana mantuvo por más de 70 años (si bien la respuesta de sus directivos, ante la pregunta, fue que “no podían responder a rumores”. A buen entendedor…)

Esta sería una decisión de la casa matriz, como lo fue en su momento abrir la primera fábrica fuera de Alemania en Argentina.

Así, muy resumida, sería la historia que tuvo sus inicios en 1951 y tras décadas apostando por el país (a pesar de que nuestra historia política de desencuentros la forzaran a abrir otra en Brasil, más grande que la de Virrey del Pino) parece ahora aproximarse al final.

Uno podría preguntarse por qué no está contemplada la fabricación de esa versión eléctrica en nuestro Centro Industrial Juan Manuel Fangio pero obtendría, probablemente, tantas respuestas como las que explican la cantidad de oportunidades que la Argentina dejó pasar subida al tren del estancamiento y la decadencia, del que, recién ahora pareciera estar queriendo bajar.

Pero lo que subyace (diría el analista) debajo de esta lamentable noticia es la desaparición de “la gran familia Mercedes Benz Argentina”, o mejor dicho el luto que acompañará a los miles de empleados que usufructuamos los beneficios de un tejido fraterno creado a partir de las oportunidades que la empresa les brindó a sus empleados a lo largo de estos 73 años de existencia.

A quienes tuvimos la honra de pertenecer a esta inmensa familia durante nuestra vida activa la noticia aparecida en algunos medios nos provoca un dolor parecido al que vivimos cuando nuestros hijos se fueron de casa.

Aturdidos y ya con poco margen para asimilar cosas tristes sólo atinamos a compartir (a través de las redes) la consternación que nos produjo el rumor no confirmado aún.

“Tristeza nao tem fim”, decía Vinicius, y ahora, nosotros.

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