Por Hernán Andrés Kruse.-

DOS ACTITUDES HACIA LA VIDA Y LA POLÍTICA: LIBERTAD NEGATIVA Y LIBERTAD POSITIVA

“Uno de los escritos centrales del pensamiento de Isaiah Berlin es Two Concepts of Liberty, que fue la conferencia inaugural de su toma de posesión de la cátedra de Teoría Social y Política en la Universidad de Oxford. Como así admiten los estudiosos de su obra, dicho ensayo es el “más célebre y se ha convertido en una pieza obligada para todo aquel que quiera ocuparse del tema de la libertad política” (Rivero). En efecto, Dos conceptos de libertad es uno de los escritos políticos que mejor contribuyen a la ardua tarea de comprender el devenir de la libertad política en la historia y, en concreto, a lo largo de la modernidad. Para abordar dicha tarea, Berlin se apoya en los grandes pensadores del liberalismo clásico como son Montesquieu, Benjamin Constant, John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville. De ellos toma varias ideas fundamentales, pero también se distancia, ya que él trata de repensar la idea de libertad a la luz de los trágicos acontecimientos de “un siglo terrible”, como el XX.

Berlin, en el citado ensayo, pretende diferenciar dos conceptos de libertad: la libertad negativa frente a la libertad positiva, sin que tal distinción suponga una apuesta “a favor” o “en contra” de tales conceptos, en principio. El teórico político de Oxford se propone, más bien, comprenderlos en su profundidad moral y desde sus raíces filosóficas e históricas para indagar en las posibilidades de acción del hombre contemporáneo. Además, tales conceptos no son meros instrumentos de la teoría política para diferenciar ámbitos de acción humana, sino que los mismos contienen dos visiones y/o actitudes morales-radicales ante la vida. De ahí, la importancia de la reflexión desarrollada por Berlin. Asimismo, en Dos conceptos de libertad el autor argumenta los principios de su teoría política, a la vez que elabora una crítica de la filosofía neopositivista de Oxford (que abrazó en su juventud) y expone una defensa de la filosofía política y de la historia de las ideas.

Dicha obra también es una apuesta en el campo político de la guerra fría, en el cual Berlin defiende la postura de la libertad formal-liberal (o negativa) auspiciada por las sociedades liberales democráticas y, por tanto, en clara oposición a la promesa de una libertad material-sustantiva (o positiva), defendida por el proyecto político de la Unión Soviética. Por último, Dos conceptos de libertad es, ante todo, una llamada a un liberalismo escéptico, prudente y en defensa del pluralismo radical de valores, en el sentido antes expuesto. Berlin, por tanto, define ambos conceptos de libertad y, a la vez, hace una disquisición profunda sobre las consecuencias sociopolíticas que en la vida práctica tienen los referidos conceptos de libertad.

Respecto al concepto de libertad negativa, lo define de la siguiente forma: el ser humano es libre si en su acción individual no existen interferencias o trabas sociales y políticas, es decir, humanas. El propio Berlin definió este concepto de libertad como no ser importunado por otros. Sin embargo, este tipo de libertad es el que históricamente más se ha opuesto a la tendencia general de la historia y, por ende, el menos frecuente. De hecho, el ser humano ha sido obligado, por doquier y contra su propia voluntad, a seguir cursos de vida en favor de su supuesta perfección individual y/o social que le han coartado su capacidad de elección. John Stuart Mill, quizá el pensador liberal con quien contrajo más deudas Berlin, definió y defendió la libertad negativa de manera clarividente: “La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás”.

Así entendida la libertad política es el espacio en el que un ser humano actúa sin ser molestado por otros seres humanos. El problema de la libertad así concebida es que vivir en sociedad, y el ser humano no puede vivir fuera de ella -solo un dios o una bestia puede vivir fuera de la sociedad, como decía Aristóteles-, implica asumir ciertas coacciones o limitaciones, que vienen dadas fundamentalmente por las leyes civiles y políticas, reglas de comportamiento social y normas morales que se construyen entre los seres humanos para facilitar su convivencia. Es decir, la persona no puede ser libre al margen o fuera de la ley y de la sociedad, en la medida en que está continuamente socializada, establece entramados de relaciones sociales y en ella persiste, pues, “la inclinación fundamental […] hacia los demás” (Elias).

Así, dice el propio Berlin: “Los hombres son muy interdependientes y ninguna actividad humana tiene un carácter tan privado como para no obstaculizar en algún sentido la vida de los demás […] La libertad de unos depende de la contención de otros”. He aquí el problema radical sobre el que se asienta este concepto de libertad negativa, el cual responde, a su vez, a preguntas centrales de la existencia humana: ¿puedo hacer lo que quiera sin que los demás seres humanos me lo impidan?, o dicho de otro modo; ¿cómo es posible evitar la interferencia de las demás personas en mi vida y acción individual? Sin duda, este ideal de libertad se vincula a un concepto muy concreto de hombre, el cual está enraizado en una concepción individualista del mismo, de lo cual es plenamente consciente el filósofo británico, tal y como deja dicho al comienzo de Dos conceptos de libertad: “Toda defensa de las libertades civiles y de los derechos individuales, y toda protesta contra la explotación y la humillación, contra los abusos de la autoridad pública, contra la hipnosis de masas de las costumbres o contra la propaganda organizada, tiene su origen en esta muy discutida concepción individualista del hombre”.

Evidentemente, cualquier elección/opción humana entre valores últimos tiene unas consecuencias patentes. Si optamos por crear una organización sociopolítica en la que impere la libertad negativa y, por tanto, no haya obstáculos o interferencias en dicha acción individual de cada agente humano (soy libre en la medida que no soy importunado por nadie), entonces puede ocurrir que los agentes más fuertes, con más recursos socioeconómicos, más inteligentes o más hábiles en las distintas esferas de la vida, se impongan a los más débiles, provistos de menos recursos, menos inteligentes o peor dotados de habilidades sociales. Expresado de otra forma: en un mundo donde no existan trabas sobre la acción de los individuos y, por tanto, se carezca de leyes, reglas y normas para la convivencia, surgirá una tiranía de los agentes humanos mejor provistos de todo tipo de recursos, y las desigualdades sociales se extenderán por doquier.

Las preguntas que se derivan de esta breve reflexión son, por ejemplo: ¿estamos dispuestos a dejar el máximo espacio de libertad individual, a costa de que se imponga la ley del más fuerte?, ¿dejar libertad absoluta a la acción individual llevaría a la imposibilidad de la convivencia humana?, ¿introducir la libertad negativa absoluta daría lugar a una sociedad indecente, injusta e insoportable? En cualquier caso, tales preguntas tienen respuestas complejas, variadas y nunca satisfactorias. Si tuvieran respuestas fáciles y siempre satisfactorias, no tendría cabida la reflexión teórica y práctica sobre la política; y es evidente que tal reflexión continúa su curso en variadas ramas de las ciencias sociales. El ideal de libertad política negativa, defendido enardecidamente de diferentes maneras, es el que aplaudieron los grandes pensadores liberales, tales como John Stuart Mill, Benjamin Constant o Alexis de Tocqueville. Todos ellos apostaron por una idea de libertad negativa, siendo esta libertad la que más claramente defienden los modernos según Constant, que condujera a un desarrollo más civilizado del ser humano en este mundo siempre imperfecto y mejorable.

Berlin pensaba que la idea de libertad negativa es producto de una sociedad moderna refinada y civilizada en la que, no sin dificultad, la razón individual se sobrepone a las pasiones colectivas humanas. Precisamente por la imposición de estas últimas (véanse, los movimientos sociales que defienden ideales absolutos como la uniformidad cultural, el predominio de ciertas creencias religiosas sobre otras, la supremacía de una identidad nacional, la superioridad de un grupo social sobre los demás, etc.) la libertad negativa no ha sido la normalmente defendida a lo largo de la historia, pues surge tardíamente durante el esplendor humanista en el Renacimiento y la consiguiente confianza en la capacidad de acción racional del individuo:“La dominación de este ideal ha sido más bien la excepción que la regla, incluso en la historia reciente de Occidente. Ni tampoco la libertad considerada en este sentido ha sido el grito de combate de las grandes masas de la humanidad. El deseo de que no se metan con uno, que le dejen en paz, ha sido el distintivo de una refinada civilización, tanto por parte de individuos como de comunidades. El sentido mismo de la privacidad, de un ámbito de relaciones personales sagrado por derecho propio, se deriva de una concepción de la libertad que, a pesar de sus raíces religiosas, en su estado desarrollado apenas es más antigua que el Renacimiento o la Reforma. Por último, su decadencia señalaría la muerte de una civilización, de toda una concepción ética” (Berlin).

Respecto al sentido positivo de la libertad, Berlin la define como la posibilidad que tiene el ser humano de controlar su vida y de ser dueño de su destino. Se funda este sentido de libertad en el anhelo, por parte del individuo, de ser su propio guía. Ahora las preguntas radicales sobre la vida y el ser humano son las siguientes: ¿quién me gobierna?; ¿cómo puedo hacer para controlar mi propia vida y vivirla de la forma más plena posible? Si bien la libertad negativa es una libertad “de”, una capacidad de acción que tengo respecto a los demás hombres y sin que ellos interfieran en mi curso de acción; la libertad positiva es una libertad “para”, una capacidad para controlar mi propia vida y ajustarla a un proyecto por el que creo que merece la pena luchar y, por tanto, dedicar todos los esfuerzos posibles y hasta incluso el sacrificio de la misma vida.

A juicio del filósofo de Oxford, el sentido positivo de la libertad responde a una voluntad de poder y de autocontrol sobre la acción humana, la cual es volátil, incierta, movediza y cambiante. Ante tal volatilidad e incertidumbre de la acción, se pretende fijar un plan, un camino, un ideal que marque el rumbo de un ser tan errático como el ser humano. Desde luego, aquí subyace un concepto muy particular de hombre que se corresponde con una visión organicista del mismo, en virtud de la cual se cree que el hombre forma parte de un todo o ente dominante al que debe su vida. Ese todo o ente dominante puede ser, según cada perspectiva organicista, la sociedad, la cultura, la razón, una iglesia, un partido, una nación o un Estado donde ha nacido y crecido el ser humano. En cualquier caso, este último debe poner su vida a disposición de tales entes “superiores”, porque en última instancia se debe a ellos y, además, su vida (imperfecta, cambiante y efímera) sólo adquirirá sentido si la pone al servicio de los mismos. En definitiva, si quiero ser alguien en el mundo, y no un nadie; si quiero ser un sujeto pleno y no un objeto controlado por algo exterior a mi propio ser, debo obedecer las directrices de dicho ente dominante, del cual soy parte, y conducir mi vida de acuerdo con tales directrices.

Desde luego, optar por este sentido positivo de la libertad tiene unas consecuencias prácticas sobre la vida social y política. Para Berlin, una de tales consecuencias es que mi “yo individual” sea anulado y, a su vez, sea reemplazado por el citado ente dominante (o “yo superior”), convirtiéndose este último en el guía de todas mis acciones. Si esto ocurre yo como individuo perdería toda mi capacidad de acción individual e incluso la esfera privada de mi vida sería totalmente eliminada. Ello daría lugar a la conversión del “yo superior” en un enorme tirano, que ni siquiera me dejaría elegir en mi vida privada y que ahogaría mi iniciativa individual-personal. En el siglo XX, la imposición del “yo superior” o “yo colectivo” sobre el “yo individual”, hasta la eliminación de este último, ha resultado en grandes tiranías totalitarias. Ello, desgraciadamente, fue más bien la norma y no la excepción. Paradójicamente, anhelando defender el ideal de libertad positiva absoluta se pueden abrazar tiranías que supriman la libertad humana sin que nadie salga en su defensa (Arendt). Así, las guerras y las revoluciones fueron más frecuentes que los gobiernos democrático-representativos y los debates parlamentarios, hasta tal punto que dicho siglo ha sido denominado como la “era de la violencia idealista” (Del Águila) o “era de las catástrofes” (Hobsbawm).

Berlin, sin duda, es muy consciente de los peligros que entraña dicha conversión, pues las palabras e ideas que usamos en nuestro lenguaje político ordinario son mucho más importantes y decisivas de lo que comúnmente creemos, ya que con ellas presuponemos cierto concepto del ser humano, nos definen como agentes de una sociedad y nos modulan como creyentes en visiones del mundo particulares. Es decir, el lenguaje político cotidiano contribuye a pensar el mundo que nos rodea de una forma determinada y, a la vez, impone una serie de límites sobre lo que es pensable en ese mundo. Así lo expresa él, en el siguiente texto: “Se ha señalado en muchas ocasiones los peligros que entraña el usar metáforas orgánicas para justificar la coacción de algunos hombres sobre otros con el fin de elevarlos a un nivel “superior” de libertad. Pero lo que hace que este tipo de lenguaje resulte convincente es que reconocemos que es posible, y a veces justificable, coaccionar a determinados hombres en nombre de algún fin […], fin que ellos mismos buscarían si fueran más cultos, pero que no lo hacen por ceguera, ignorancia o corrupción. Esto facilita que me pueda concebir coaccionando a los demás por su bien, no en el mío”.

A MODO DE CONCLUSIÓN

“El pensamiento político de Isaiah Berlin enlaza con las principales preguntas planteadas por los pensadores políticos de todos los tiempos, de modo que replantea las cuestiones perennes de la teoría política normativa y de la historia de las ideas políticas. A través de esta última disciplina, forjada en tiempos de la Ilustración, Berlin se propone indagar en dichas preguntas y en la propia condición humana. Sin embargo, pese a reformular las mismas preguntas que, de una manera u otra, se han planteado recurrentemente a lo largo de la historia de la humanidad, el profesor británico intenta aportar luz sobre otras respuestas poco conocidas y transitadas por los filósofos clásicos. Lo más paradójico es que tales preguntas, en contra de los que han pensado muchos filósofos, no tienen una respuesta definitiva y única, sino más bien respuestas variadas y contradictorias que están en función de las situaciones sociopolíticas y de las perspectivas ante la vida que abrace cada ser humano.

En este sentido, Berlin elabora un enfoque propio para analizar los asuntos humanos y sociopolíticos que él mismo denomina pluralismo de valores. Con ser bastante problemático y discutible el enfoque por el que apuesta el pensador británico y, más todavía a la vista de los escasos resultados obtenidos por las políticas pluralistas y multiculturales en las diversas democracias liberales del mundo, dicho enfoque es una vía más prudente y aceptable que la doctrina del monismo filosófico (y el determinismo que lleva consigo) para abordar los conflictos políticos y morales que se ciernen sobre el mundo común de la política.

Por su parte, la diferenciación teórica entre los conceptos de libertad negativa y libertad positiva, ideada por Berlin, con ser bastante provechosa intelectualmente, va más allá del propio campo de la Teoría Política en tanto que forma parte de la condición humana. Como se ha visto, esta diferenciación tiene implicaciones prácticas de gran calado en la acción social y política. Sin duda, ésta está sujeta a las cambiantes y procelosas circunstancias de la condición humana, la cual se caracteriza, sobre todo, por su indefinición, por su mutabilidad histórica y, en definitiva, por seguir una pauta independiente a la pauta que imponen los valores absolutos. Precisamente por ello, para Berlin, los fines de la vida humana y los sentidos de la política pueden ser redefinidos y replanteados, respectivamente, en función de los valores que en cada momento prioricen los agentes humanos. Desde luego, así es posible la protección de la libertad negativa individual y la lucha contra los proyectos colectivos construidos en base a la libertad positiva que pueden convertirse en tiránicos. Sin embargo, nada en la esfera pública se consigue de forma inmediata y simple y, por ende, dicha protección demanda la acción continuada de los agentes sociopolíticos”.

(*) José Francisco Jiménez Díaz (Universidad Pablo de Olavide): “Pluralismo y libertad en el pensamiento de Isaiah Berlin”.

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