Por Luis Alejandro Rizzi.-

No conocía su significado; mi amigo “libertario” me lo explicó: se le dice a la persona soñadora, que no vive la realidad.

“¿Me lo decís por Milei?”, pregunté.

“Sí”, vive en su irrealidad y la cree real.

“No me parece bueno”.

“No lo es”, me respondió.

Podría ser un modo para entenderlo, no para justificarlo.

Si observamos lo ocurrido en la semana, viviríamos en tiempo real su odisea política, con la diferencia que el senado, Ligea Parténope y Leucosía lo aturdieron y marearon con sus votos y lo acorralaron en su furia.

Milei queda anudado a sus delirios, lució como nefelibata, y su paranoia se hizo real.

En su mundo irreal, Milei tiene capacidad para creer o su desconfianza lo sumerge en su propia ciclogénesis, que lo arrastra sin control posible a girar sobre sí mismo y su eje del superávit fiscal, su razón de ser.

Milei vive en ese mundo de las fuerzas del cielo que describe Durán Barba en el diario “Perfil” de ayer: “En el otro extremo está el islam. Según sus creencias, en un sitio físico está el Corán, el libro uno y eterno que contiene toda la verdad. El profeta Mahoma no lo escribió ni lo inspiró. Simplemente, cuando entraba en trance, recitaba “aleyas”, poemas cuyo texto es exactamente el que consta en el libro eterno. Se organizaron en azoras, una especie de capítulos, que fueron recopilados a su muerte y editados, del más corto al más largo. Son el Corán terrenal.” Si reemplazamos el sujeto Mahoma, por Milei, nos encontramos con su realidad irreal. Vive en un “trance” permanente, sus creencias provienen de un libreto eterno.

Milei tiene el poder absoluto, derivado de las «fuerzas del cielo» y ésa es su legitimidad total, es el dueño de una verdad, pero su portador, diría, padece de “nefelibata”o del poder del delirio.

Menuda cuestión para la sociedad.

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