Por Hernán Andrés Kruse.-

El 24 de junio se cumplió el centésimo décimo cuarto aniversario del nacimiento de uno de los más relevantes escritores argentinos del siglo XX. Ernesto Sabato nació el 24 de junio de 1911 en Roja, provincia de Buenos Aires. Luego de cursar la primaria en su escuela natal, viajó a La Plata para cursar los estudios secundarios en el Colegio Nacional de La Plata. En 1929 ingresó a la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la Universidad Nacional de dicha ciudad. Militó en el Movimiento de Reforma Universitaria y fundó el Grupo Insurrexit (de tendencia comunista) en 1933. Ese mismo año fue elegido secretario general de la Federación Juvenil Comunista. Al año siguiente comenzó a dudar de las verdades reveladas del régimen estalinista. Debido a ello el partido decidió enviarlo por dos años a Moscú para que “despejara” todas esas dudas. Consciente de lo que ello significaba, aprovechó su estadía previa en Bruselas para escapar a París. En 1936 regresó a Buenos Aires. Al año siguiente, obtuvo el doctorado en Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Nacional de La Plata. Con el apoyo de Houssay, recibió una beca anual para realizar trabajos de investigación sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie en París. En 1939 fue transferido al Instituto Tecnológico de Massachusetts.

En 1940 regresó a la Argentina con la decisión ya tomada: abandonaría la ciencia para dedicarse a la escritura. Al año siguiente apareció su primer trabajo literario, un artículo sobre “La invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares, en la revista “Teseo” de La Plata. En 1945 apareció su primer libro “Uno y el Universo”, una serie de artículos filosóficos en los que criticaba la aparente neutralidad moral de la ciencia. En 1948 publicó en la revista “Sur” “El túnel”, una novela psicológica narrada en primera persona. Tres años después publicó el ensayo “Hombres y engranajes”. En 1958, siendo presidente Arturo Frondizi, fue nombrado director de Relaciones Culturales en el Ministerio de Relaciones Exteriores, renunciando al poco tiempo por discrepancias con don Arturo. En 1961 publicó “Sobre héroes y tumbas”, considerada por los expertos como una de las mejores novelas del siglo XX. En 1974 publicó “Abaddón el exterminador”, de corte autobiográfico. Ese mismo año fue galardonado con el Gran Premio de la Sociedad Argentina de Escritores.

Entre 1983 y 1984 presidió, por expreso pedido del presidente Alfonsín, la CONADEP, cuya investigación hizo posible el juicio a las juntas militares de la dictadura militar en 1985. En 1984 recibió el Premio Miguel de Cervantes y el Premio Konex-Diploma al Mérito. En 1986 le fue concedida la Gran Cruz de Oficial de la República Federal Alemana. Tres años más tarde, le fue concedido el premio Jerusalén de Israel. En 1997 recibió el XI Premio Internacional Menéndez Pelayo por parte de la universidad homónima. En 2000 publicó su ensayo “La resistencia”. Dos años más tarde le fue concedida la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y la Medalla de Honor de la Universidad Carlos III. Ernesto Sábato falleció el 30 de abril de 2011, a los 99 años (Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Fernando Rodrigo Beltrán Nieves (Universidad Nacional Autónoma de México) titulado “Ernesto Sabato: un retrato biográfico (Revista Mexicana de Sociología-Volumen 79-número 4-2017-distrito Federal-México). Su propósito es responder los siguientes interrogantes que se formula en relación con la biografía de Ernesto Sábato: “¿Cómo se puede contar la vida de un escritor? ¿Qué procesos de larga data, cuyos rostros a menudo son ocultos, están conectados con decisiones personales? ¿De qué manera la expresión artística es también un testimonio (político) para hacer frente al mundo? ¿Qué clase de efectos políticos alienta o cancela una obra literaria? Estas son historias que hay que contar y que traspasan, o que corren en paralelo, las decisiones que tomó Sabato y yo juzgo fundamentales”.

SABATO: UN ENSAYO BIOGRÁFICO

“Pobrísimo y proveniente de Calabria, el matrimonio de Francesco Sabato y Giovana Ferrari, albanesa de origen, migró a Argentina a finales del siglo xix. Como para tantos otros europeos que emprendieron el cambio de ruta hacia América, el país sudamericano ofrecía nuevas posibilidades. Se dice con razón que, a diferencia de los mexicanos, que descienden de los mexicas, o en oposición a los peruanos, que proceden de los incas, los argentinos provienen de los barcos. No es una broma. La política migratoria argentina poco antes de la vuelta de siglo variará sustantivamente la composición demográfica del país. Abiertas las puertas a la inmigración, Argentina es en cierto modo un país de vascos y de alemanes, de franceses y de españoles, de italianos y de eslavos, de libaneses y de húngaros. Dicha inmigración dará empuje a proyectos educativos como colegios y universidades. Fomentará revistas y periódicos. Socializará la alta cultura y la de masas. Dará influjos al amplio espectro de la ideología política de izquierda.

La busca de esperanza en otra tierra, a miles de leguas, no aminoró, sino que acentuó un tipo de pobreza causada por la soledad y la nostalgia, “porque mientras el barco se alejaba del puerto, con el rostro surcado por lágrimas, veían cómo sus madres, hijos, hermanos, se desvanecían hacia la muerte, ya que nunca los volverían a ver” (Sabato). Algún marinero, desde algún puerto germánico, trajo consigo el bandoneón, y en la nueva tierra se creó “esa metafísica que se baila” (Santos Discépolo), expresando los sentimientos más profundos. Esta migración, además, será socialmente decisiva para el conjuro del fenómeno político y social más importante de la Argentina del siglo xx: el peronismo. Max Weber no se equivocaba al advertir sobre las consecuencias no buscadas de la acción.

Zona de agricultores y típico pueblo de inmigración, Rojas forma parte de ese paisaje difícil, la pampa, porque aparentemente no hay nada. Son los matices los que cuentan. Los pájaros y las lagunas, los atardeceres o los crepúsculos. Instalados en Rojas, provincia de Buenos Aires, los Sabato fueron padres de 11 hijos, todos ellos varones. Aunque humilde y sin educación, Francesco Sabato será dueño de una panadería y de un molino harinero. Logrará una pequeña fortuna que permitió la educación de todos sus hijos. No sería equivocado sostener que Sabato nació en un hogar burgués. Ernesto será el décimo hijo, nacido en el tránsito del 23 al 24 de junio de 1911. La madre de Sabato resolvió llamarlo igual que ese hijo inmediatamente mayor a Ernesto y fallecido a los dos años de vida. La familia se referirá al difuntito como “Ernestito”. La fecha del nacimiento, la así conocida Noche de San Juan Bautista, acontecimiento de no pocas ni de menores alusiones religiosas y místicas, y la anécdota del nombre, no son pequeñeces. Lo misterioso y la muerte, si se me permite, lo tocan ya recién venido al mundo.

Muchos años después de Abaddón el exterminador (1974), en un encuentro en Madrid con el escritor en 1984, Blas Moreno le aclaró al argentino que la filología de su nombre daba cierta clarificación de lo que escribió como autor. Ernest en alemán significa gravedad. Y sabat equivale al día de brujas. Y en el aquelarre, las hechiceras van al encuentro con el demonio. En definitiva, hay cuatro extraños indicios que se combinan en el nacimiento del escritor: la noche de San Juan y el bautizo con el mismo nombre del difuntito, así como los significados en alemán del apellido y del nombre. Huellas que anuncian de algún modo la orientación de sus preocupaciones.

Desde luego, el interrogante sobre si un escritor nace o se hace ronda aquí. Para el caso que nos ocupa, la cuestión sobre la cuna no es nada superfluo. Rojas y el mundo de infancia que lo envuelve aparecerán en las novelas Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador. La irrecuperable magia de la irrecuperable niñez. No aparecen bajo el mismo nombre, por supuesto, ni con todos sus rasgos. “Capitán Olmos” es el nombre de Rojas en las novelas. El escritor no es un fotógrafo de la realidad, pues el acto literario es antagónico a ésta. Rojas aparecerá en su literatura, pero lo hará de manera transfigurada. Serán otros detalles y otros rasgos. Un árbol o la cara de algún amigo, un camino polvoriento o un arroyito, el rumor de las cigarras y las pruebas de los jinetes. Como un sueño, no es un registro fiel, en el sentido naturalista del término.

La distancia en años entre los hijos mayores y los menores es considerable. A Ernesto y Arturo, el décimo y el onceavo respectivamente, los separaron 10 años de los más próximos. No es cualquier asunto para la infancia de Sabato que el nacimiento de Arturo, tan sólo un año menor, le provoque celos con respecto a las atenciones de su madre. ¿Quién no ha sido corroído por los celos? Cuando se trata del monopolio de los padres, los celos se viven en la flor de piel de los chicos. Se sentía el preferido de ella. Quiso ahogarlo con sus propias manos. Introvertido y reacio al juego, propenso a las pesadillas y sonámbulo, Sabato recuerda la infancia como una etapa oscura. “[Mi hogar] se hallaba invadido por el terror que sentía hacia [mi padre]. Lloraba a escondidas, ya que nos estaba prohibido hacerlo, y para evitar sus ataques de violencia, mamá corría a ocultarme. Con tal desesperación mi madre se había aferrado a mí para protegerme, sin desearlo, ya que su amor y su bondad eran infinitos, que acabó aislándome del mundo. Convertido en un niño solo y asustado, desde la ventana contemplaba el mundo de trompos y escondidas que me había sido vedado”.

“Disciplina militar” había en casa de los Sabato. La madre sobreprotegía a los dos menores. De algún modo los retuvo. El sonambulismo que el escritor sufrió de niño, prolongándose en la etapa juvenil, fue un tormento, a la manera de un síntoma, de la convivencia espartana. La siguiente es la descripción en el recuerdo que Sabato reconstruye de su padre: “Era la autoridad suprema de esa familia en la que el poder descendía jerárquicamente hacia los hermanos mayores. Aún me recuerdo mirando con miedo su rostro surcado a la vez de candor y dureza. Sus decisiones inapelables eran la base de un férreo sistema de ordenanzas y castigos, también para mamá. Ella, que siempre fue muy reservada y estoica, es probable que a solas haya sufrido ese carácter tan enérgico y severo. Nunca la oí quejarse y, en medio de esas dificultades, debió asumir la ardua tarea de criar a once hijos varones”. Como lo sugirió Virginia Woolf, los padres no son como fueron sino como los recordamos o los escribimos. La disciplina militar, sin embargo, no la resistieron todos. El hermano Pepe, el “loco Sabato”, se fugó de casa a los 16 años siguiendo a un circo, aunque regresará. Pasará lo mismo con Humberto: huirá y retornará después. Aunque exclamó enojado que no los recibiría otra vez en su casa, los dos hijos tuvieron acogida del padre.

Sabato cursó sus primeros estudios en la Escuela Número Uno de la provincia de Rojas. Una profesora veinteañera que le impartió clases lo recuerda como un niño brillante. La señorita debió estudiar cosas que el chico le preguntaba porque la ponía en aprietos. Inteligente y ya lector, el niño descubrirá dos experiencias que devendrán grandes pasiones suyas: el dibujo y la escritura. ¿Este descubrimiento podría ser de otro modo? ¿Tardío o deliberado? Para muchos escritores, entiéndase también artistas, el contacto con los fundamentos del oficio se da de manera lúdica y muy temprana; Sabato no será la excepción. En Rojas no había posibilidad alguna de continuar sus estudios. En 1924, a la edad de 13 años, partió solo hacia la ciudad de La Plata para matricularse en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, como lo había hecho el resto de sus hermanos. Rememora Sabato: “Mientras mi madre quedaba detenida allí [en la puerta], no pudiendo retener a su hijo, no queriéndolo hacer, yo, sordo a la pequeñez de su reclamo, corría ya tras mis afiebradas utopías”.

En este colegio tomará clases de lengua española con el ensayista Pedro Henríquez Ureña. Provenía el dominicano de México, donde desarrolló una alta obra intelectual al lado de los miembros del Ateneo de la Juventud. La Revolución mexicana irrumpió en el grupo ateneísta y no fueron pocos los que resolvieron irse al exilio. Henríquez Ureña decidió marchar a Argentina, donde se desempeñará como profesor de español hasta el último día de su vida, cuando muera de un infarto en un tren que lo llevaba a La Plata desde Buenos Aires. Sabato escribirá en más de una ocasión sobre el humanista dominicano, el entrañable maestro: “A él debo mi primer acercamiento a los grandes autores, y su sabia admonición que aún recuerdo: “Donde termina la gramática empieza el gran arte”. Porque no era partidario de una concepción purista del lenguaje, por el contrario, estaba cerca de Vossler y de Humboldt, que consideraban el idioma como una fuerza viva en permanente transformación” (Sabato). “Todos estamos en deuda con él. Todos debemos llorarlo cada vez que se recuerde su silueta encorvada y pensativa, con su traje siempre oscuro y su sombrero siempre negro, con aquella sonrisa señorial y ya un poco melancólica. Tan modesto, tan generoso que, como dice Alfonso Reyes, era capaz de atravesar una ciudad entera a medianoche, cargado de libros, para acudir en ayuda de un amigo” (Dellepiane). Años después, con las primeras luces de 1940, Henríquez Ureña será una figura clave para la suerte literaria de Sabato. El dominicano será un puente entre Sabato y el prestigioso grupo literario de la revista Sur, bajo la conducción de Victoria Ocampo y José Bianco. Henríquez Ureña era un miembro activo e interlocutor. El reconocimiento total a la obra por parte del grupo lo encabezaba ya la obra literaria de Borges.

Procedente de un pueblo de campo, Sabato se sintió torpe y mal vestido en el colegio. La mayoría de los estudiantes eran citadinos. Asuntos subjetivos, pero que en un chico gozan del mismo poderío o más que los objetivos. Alejado a 200 kilómetros de su madre, solo y triste, pasó todo un año estudiando y llorando de noche. La madre de Sabato temía el sonambulismo. Para Sabato, esto es una suerte de primera pero verdadera crisis existencial. Frente a estas aguas embravecidas, el escritor recuerda que la demostración de un teorema lo rescató de sus tribulaciones. No será la última vez. Orden y seguridad, limpidez y claridad. Todo ello descubrió en aquella resolución matemática. Orden y seguridad, limpidez y claridad, que no traía consigo. Uno busca lo que no tiene. Por eso los griegos, hombres carnales y pasionales, crearon el orden perfecto de las Ideas puras. Según un extranjero que visitó Atenas, todos los vicios se reflejaban en el rostro de Sócrates. ¿No son los “espíritus románticos” los que se abalanzan con furia hacia las formas puras? Antes de sentarse a escribir, Stendhal leía el código napoleónico, el conde de Lautréamont escribió su poética más bella hacia las matemáticas y Vasili Kandinsky, quien fuera un desaforado en Munich, lideró el arte abstracto.

Sabato se precipitó hacia las matemáticas. En la ciencia pura vio un anclaje frente a lo impuro de su mundo. No debería ser tan extraño que un futuro físico abandone la ciencia y se vuelque con furia hacia la escritura de ficción. El conde de Lautrémont y Fedor Dostoievsky lo habían dejado claro en el siglo xix y Robert Musil lo haría en el siguiente. Con 18 años, Sabato ingresó a la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la Universidad de La Plata en 1929. Ya en el Colegio Nacional, contactó con grupos anarquistas cuya ascendencia de muchos de ellos era española. Uno suele asociar el anarquismo con los “pone bombas”. No les falta razón. En las orillas del siglo xxi el “Unabomber” fue una variante rousseauniana que conocía alta matemática y sabía construir explosivos. José María Pérez Gay, por su parte, recuerda el caso de Luigi Lucheni. Italiano, albañil y con veinticinco años, perforará con una daga el tórax de Elizabeth de Habsburgo, emperatriz, reina de Hungría y esposa de Francisco José. Los mejores de ellos, empero, son pacifistas.

Los estudiantes de la Universidad de La Plata no se ahorraban las energías políticas. En 1930, en pleno auge del octubre rojo, Sabato se afiliará a la Federación Juvenil Comunista. No es cualquier cambio la simpatía por el anarquismo a la militancia marxista. Es una actualización de la larga pugna entre la estrategia que teorizó Mijaíl Bakunin, flexible o apartidaria, contra el verticalismo dogmatizante del marxismo-leninismo. No fueron pocos los intelectuales del mundo occidental que, en el transcurso de las décadas de los veinte y los treinta, se adhirieron con fe al ideario comunista. André Malraux y George Orwell, Pablo Neruda y André Gide, Jean-Paul Sartre y Arthur Koestler, Rafael Alberti y Octavio Paz, entre muchos otros. Sin vacilaciones y a propósito de los intelectuales y artistas, Máximo Gorki planteó así la cuestión: “¿Van a estar con los pueblos que exigen transformación radical de todas las formas de la vida, o con el capital, defendiendo al antiguo régimen?”. Los bolcheviques, como una flama, no sólo tomaron el poder en Rusia, sino que alumbraban el horizonte del futuro y capitaneaban la utopía mundial: un “hombre nuevo” y una “sociedad justa” o los “trabajadores en el poder”. No tardarían en llegar el descreimiento y la desilusión, a partir del destape de los llamados procesos de Moscú, la carnicería de Stalin sobre toda su disidencia entre 1932 y 1936.

El 6 de septiembre de 1930 acontece el golpe de Estado contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen. El coup d’êtat lo encabeza el general José Félix Uriburu. Los fascismos y sus variantes invaden las escenas de Europa y América del Sur. Las llamadas “libertades burguesas” fueron amordazadas. En materia política, comenzaban las persecuciones y los arrestos arbitrarios. Perseguido por la sección especial contra el comunismo, Sabato suspenderá sus estudios universitarios para pasar a la clandestinidad. Vive mal y en el constante riesgo del peligro y de la detención. En la ilegalidad y bajo un nombre falso, se desempeña dictando cursos de marxismo-leninismo en Buenos Aires y distribuye propaganda marxista. Enamorada de Sabato, quizás de su oratoria, Matilde Kusminsky-Richter, quien será su mujer y futura madre de sus dos hijos, huye con él a la edad de 17 años. “Una de esas reuniones se hizo en la casa de Hilda Schiller, hija del geólogo alemán Schiller. Ella había formado un grupo de chicas que llamó Atalanta, a las que aleccionaba desde el deporte hasta la historia y la literatura. Allí, una jovencita me escuchó con sus grandes ojos fijos, como si yo —pobre de mí— fuese una especie de divinidad. Aquella muchacha era Matilde”.

En 1933 Sabato es elegido como secretario general de la Juventud Comunista Argentina. Ha leído a Marx, a Engels y su contorno, y a los exégetas del marxismo, pero comienzan sus dudas con respecto a Stalin y la dictadura del proletariado en la urss. A los líderes del Partido Comunista Argentino no les agradan sus vacilaciones. Bajo ese cargo, un año después, en 1934, es enviado a Moscú, con una escala en Bruselas, como representante de la organización a un congreso contra el fascismo y la guerra, presidido por Henri Barbusse. En realidad, la dirigencia comunista lo mandaba una temporada a las Escuelas Leninistas de Moscú para un adoctrinamiento efectivo. Que sus tribulaciones sobre el espíritu y la materia se esfumaran; que sus dudas ideológicas sobre la teoría del Partido desaparecieran. Siberia estaría siempre a mano como la más sólida persuasión. Relata Sabato: “Cuando yo estuve en Bruselas, yo ya venía mal espiritualmente. Yo tenía que ir a Rusia a quedarme dos años en las escuelas leninistas. Yo tuve una discusión una noche. Yo dormía en el mismo cuarto en Bruselas con el que era secretario de la Juventud Comunista Francesa, cuyo nombre verdadero no me acuerdo, pero él se hacía llamar Pierre Guillot. Tuvimos una discusión muy violenta sobre el problema de Stalin. Empezaban los procesos de Moscú. Dicho sea de paso, a este muchacho lo torturaron los nazis y lo mataron cuando la ocupación alemana. Yo esa misma noche decidí huir. Y huí a París”.

Ingresa a Francia con documentos falsos. Sin dinero y sin amigos, durante varios meses vivirá en la pobreza. Sin embargo, un portero de la Sorbona, un comunista herético, alsaciano, en la Rue d’Ulm, lo recibe; así sobrevive al invierno de 1934. El conserje le recordará a Sabato aquel relato de Antoine de Saint-Exupéry del nómada que lo salva tras un accidente de avión en el desierto de Libia: “Hay en ese nómada pobre que ha posado sobre nuestros hombros manos de arcángel” (Sabato). Como decía Pascal, el hombre es una porquería pero también es una belleza, proclive hacia la maldad y hacia la bondad. Este hombre que recoge a Sabato así se lo confirma. Duras y profundas, estas experiencias marcan a cualquiera. El sufrimiento, dirá Sabato, es más didáctico que la felicidad”.

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