Por Carlos Tórtora.-

El Karinagate, como empezó a llamárselo en las últimas horas, va camino a tragarse la campaña electoral en Buenos Aires para las elecciones del 7 de diciembre. Con muestras evidentes de desesperación, Javier Milei ya optó por la nacionalización total de la campaña, recorriendo la provincia con un discurso incendiario y polarizador. De la problemática provincial ya ni siquiera se habla y los candidatos de Fuerza Patria es obvio que apuestan a que el escándalo haga su trabajo y erosione significativamente el voto libertario.

Ayer en la Casa Rosada, a prioridad ya no era la investigación que llevan adelante Sebastián Casanello y Franco Picardí, sino las mediciones de opinión publica que recién empiezan a trascender. Una caída muy pronunciada de la imagen positiva del presidente, si se confirmara, prácticamente obligaría a un cambio integral del gabinete, al cual sólo sobrevirían Luis Caputo y, paradójicamente, Karina Milei, cuyo carácter de intocable anticipó su hermano anteayer.

Pero hasta anoche a última hora la única versión concreta era que caería Lule Menem, una cabeza entregada con la idea de minimizar costos.

Aunque el gobierno sigue haciendo esfuerzos desesperados, la posibilidad de que desde Washington arrojen un salvavidas se hace cada vez más remota. El mismo sería el anuncio de que habrá un préstamo del Tesoro para la Argentina o, por lo menos, que Donald Trump lo invite a Milei a la Casa Blanca. En el Departamento de Estado sondean con especial atención la reacción de los mercados y el humor del Círculo Rojo. En este ultimo ámbito, lo que trasciende es que Milei ya no es viable para mantenerse en el poder y que un interinato de Victoria Villarruel y la convocatoria inmediata a elecciones presidenciales se va decantando como única alternativa, salvo que se produzca lo imprevisible y LLA gane en Buenos Aires el 7 de septiembre.

Sin salida

El problema -y no menor- es que, aunque esta cada vez más acorralado, Milei no está en condiciones de replegarse del poder mediante una retirada ordenada. Si las circunstancias lo obligaran a renunciar, es muy probable que el líder libertario sufriría la desintegración de su aparato político, que se sostiene sólo por el poder que ejerce la presidencia. Además, la catarata de denuncias judiciales acumuladas en contra por el presidente desde que asumió se activaría en pocos días.

No puede esperar tampoco el líder libertario que, si pierde el poder, Mauricio Macri y Patricia Bullrich sean solidarios con él sino más bien todo lo contrario.

En definitiva, la única alternativa que le queda a Milei es tratar de aferrarse al poder como sea, aun llevando al país a un escenario cada vez más probable de estallido social. La escalada de corrupción y el estruendoso fracaso de la política económica son dos factores que, juntos, serían más que suficientes como para comprometer la continuidad del gobierno.

De acá al 7 de septiembre, aun si sufre un rechazo pronunciado en las mediciones, el gobierno apostará con desesperación a un triunfo que se le escapa de entre las manos. Pero puede haber sorpresas. La elección la fiscaliza la Junta Electoral de Buenos Aires y, hace pocas horas, Milei sostuvo en Junín que puede haber fraude. Si la Casa Rosada denunciara que el resultado electoral no es válido porque fue el producto de maniobras ilícitas, por primera vez desde el 83 el país estaría ingresando en un escenario de anormalidad institucional. Obviamente que los mercados reaccionarían muy negativamente ante semejante escándalo. Sin embargo, perdido por perdido, Milei podría optar por patear el tablero y que las elecciones de octubre se conviertan en una guerra.

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