Por Carlos Tórtora.-

En algo al menos Javier Milei es coherente: mantiene su fuerte tendencia a jugar al todo o nada. Hasta un mes atrás, pudo optar por tomar cierta distancia de las elecciones del 7 de septiembre y hasta del 26 de octubre. Podría haber argumentado que no estaba en juego su gobierno sino sólo la renovación del Congreso y que no sería para nada dramático que LLA obtuviera en Buenos Aires algunos votos menos que el PJ.

Si hubiera hecho esto, los efectos de una eventual derrota tal vez podrían ser menores y hasta controlables a través de una adecuada estrategia política.

Pero Milei optó por convertir las dos campañas, ya no una sola, en un plebiscito sobre su gestión. Probablemente lo hizo calculando que se le presentaba una oportunidad única: derrotar al peronismo y construir una autocracia sumando a LLA con los restos del PRO, la UCR y aun del PJ.

La tentación de quedarse con todo fue demasiado grande. Pero su cálculo no estaba mal hecho, porque tenía serías chances de imponerse a un peronismo que entusiasma poco.

Llegó el cisne negro

Pero ocurrió, como suele suceder, lo imprevisto. El Karinagate golpeó a los Milei como una avalancha y podría provocar un desastre electoral para los libertarios. Cuando el escándalo se desató, era tarde para que Milei frenara la nacionalización de la campaña y él siguió adelante, tal vez esperanzado en que los efectos no serían tan graves. Hoy, con el diario del lunes, no hay dudas de que era para el gobierno preferible tomar distancia de las elecciones.

En medio del actual tembladeral económico, a Milei sólo le queda ganar o prepararse para desalojar el poder, porque la conspiración entre el Círculo Rojo, el Congreso, Mauricio Macri y Victoria Villarruel, es muy probable que se lo lleve puesto.

Con la violencia social que ya se está desatando, un final al estilo De la Rúa es cada vez más probable. Y nadie en realidad cree que ,si se da el descontrol social, las fuerzas de seguridad vayan a reprimir seriamente, porque la justicia federal no las avalaría.

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