Por Italo Pallotti.-
En esta Argentina nuestra ya ni siquiera es posible mantener la esperanza y la fe que todo puede cambiar, por un tiempo medianamente razonable. Todo se diluye, cuando eso amaga aparecer, en cuestión de pocos días. Ya hasta parece malo esperar que las cosas se encaminen. Un soplo de ira inflama el espíritu de una mayoría que hasta hace un rato parecía encaminarse a la coherencia. La pasión, hasta con ribetes de tribuna farandulera donde el raciocinio y la sensatez abandonan el escenario, incluye a los que están propensos a cambiar al mejor estilo de los camaleones; pero a diferencia de éstos, no los incentiva la luz; todo lo contrario, los obnubilan las sombras. Y lo proyectado con algún atisbo de seriedad yace y se envuelve en una telaraña de adhesiones y controversias que dan por tierra con toda posibilidad de acuerdos, de consensos y búsqueda de planes que favorezcan al conjunto. Porque todo es confusión. El ideologismo por un lado, el fanatismo por el otro, trituran la pequeña porción de pensantes que la sociedad conserva; aunque sin éxito, la mayoría de las veces.
Este país, que ha hecho de los miércoles una marca registrada, generalmente para el bochorno y el oprobio, tuvo el último una de las manifestaciones más variopintas de los últimos tiempos. Humillante para muchos, penosa para otros y en sintonía con el pensamiento crítico de una mayoría, reclutada a como dé lugar por políticos, sindicalistas, jubilados, discapacitados, profesores, estudiantes y algún adherente de Palestina (¡?) para frenar, junto a un Congreso despierto y atento para la ocasión (aunque usualmente dormidos), los vetos presidenciales. Aquí se atosiga y embreta a un gobierno que, justo es decirlo, ha cometido muchos errores que seguramente, con otra gimnasia política, pudo evitar. Pero lo cierto es que el empecinamiento de sus procederes le anuló toda posibilidad de evitar el sablazo. No pudo, porque se quedó sin herramientas para elaborar un trabajo de consenso. Fracturó, quizás de modo insensato, desde el comienzo de la gestión, algunas alianzas indispensables para enfrentar al enemigo. La soberbia y el mal gusto (lenguaje, vocabulario y motosierra), hicieron una tarea de demolición. Nada que serenara espíritus, ya de por sí enardecidos, entre el emblema y la nada.
Un adversario, a su vez, contrincante audaz, inescrupuloso en este caso, que carece de cartas limpias para jugar en la difícil arte de la sana política. Porque lo turbio es su esencia. Moverse en el barro de la confrontación burda, grosera y anti todo es su pericia más notable. El peronismo, con sus variantes del mundo K y aliados, tarea de convocatoria para lo que son expertos, saben muy bien de agazaparse para dar el salto en el momento oportuno. Y el gobierno (LLA) les dejó el terreno fértil. Con previsible oscurantismo. Fue mediocre en el armado sólido de sus cuerpos. Una rara mezcla de Biblia y calefón fue su estructura. Un abanico de desconocidos pobló sus listas. Una sucesión de actos, reñidos con la pureza de lo correcto, desprestigiaron en poco tiempo un sendero que parecía consolidado. No hubo caso; el estigma de la corrupción, que obviamente deberá dilucidar la Justicia, enturbiaron las aguas que parecían bajar limpias, para colmo.
Craso error. De un infantilismo impropio de quienes habían impuesto como consigna lo inmaculado. O “el que las hace las paga”. Lástima que los que vinieron a decirnos que la política y los políticos eran lo más sucio de la cuadra, cayeron bajo sus peores designios. Porque, siendo sinceros, debemos admitir que su práctica honesta y al servicio de la ciudadanía es necesaria, aquí y en el planeta. Se aferraron a un libreto que no condice con la buena práctica. Equivocaron su lectura y aquí las consecuencias. Mucho costará, a la manera de esos chicos avergonzados ante una reprimenda que bajan la cabeza, volver a conquistar la adhesión de un pueblo ya harto de estar a las puertas de un empezar de nuevo. Tan cruel, como inmerecido; o sí, según por dónde se lo mire. Aquí se deberá terminar con la dicotomía entre dominantes y sumisos, desde cualquier lugar que se lo mire. La sociedad espera que la sensatez vuelva al rodeo en el que se debaten los intereses de la nación. Los golpistas se pelean para entrar a romper todo lo que se ha hecho. Desde Mayans a Moreno, pasando por una jauría de impresentables antidemocráticos. Mal o bien, llegará el momento de juzgar a Milei y su galería de sorprendentes compañeros de lucha. Y, además, deberá éste entender que no todo es blanco y negro; muchas veces el buen criterio aconseja transitar por la zona de los grises (aunque se deban tragar sapos), en aras de un bien colectivo. De lo contrario, se corre el serio riesgo, como se indica en el título, de un “Todos contra uno”. ¿Se entiende, no?
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