Por Luis Américo Illuminati.-

Vicente Fidel López -hijo del autor del Himno Nacional- protagonista calificado de nuestro pasado histórico, cuyo honrado pensamiento puede leerse a lo largo de sus seis (6) Tomos de «Historia de la República Argentina» (Editorial Sopena, Bs. As.,1939). Este autor no omite ni se anda con remilgos ni circunvoluciones respecto de muchos personajes que la historiografía oficial los puso equivocadamente en un sitial inmerecido: Alvear, Lavalle, Rosas, Del Carril, Vélez Sársfield, Rivadavia, Alsina, Mitre, Obligado, Artigas y otros personajes históricos que le pusieron palos a la rueda, primero al General San Martín y más tarde al General Urquiza, en su noble objetivo de sancionar nuestra Carta Magna e institucionalizar la Nación. Vicente López no se priva de usar un léxico fuerte que no es agraviante ni insultante, tibio, elíptico o eufemístico para hablar de dichos personajes. De modo que puede decirse que vicente López es un verdadero parresiasta (se le dice así al que habla y escribe con franqueza y con riesgo de su vida o su fama) y no es ocioso decir que la historia y el periodismo -cabe decir con justicia- pertenecen al mismo género literario: el ensayo (estilo no ficcional). El estilo de Vicente López -agrade o no- contrasta notablemente con el de la mayoría de los historiadores modernos y posmodernos que tergiversan y simplifican nuestro pasado histórico y colocan en un parnaso o en una pléyade tanto a los héroes como a los villanos. Dice nuestro autor en la página 349 del Tomo VI de su obra, refiriéndose al fusilamiento de Camila O’Gorman y su amante el cura Ladislao Gutiérrez, ejecución ordenada por Rosas: «Durante la primera semana de enero de 1848 «El Comercio del Plata» -periodismo de la época- insistió sobre este tema, prediciendo la disolución de la familia y, sobre todo, aseverando [con disgusto] una y otra vez, que Rosas no castigaría a los delincuentes. Estas predicciones tuvieron la desdichadísima virtud de exaltar el ánimo de Rosas hasta el paroxismo, y, resuelto a lanzar un mentís a los que por anticipado le acusaban de contemporizar con la relajación de las costumbres, consultó a varios [pretensos] jurisconsultos, quienes lo persuadieron de que podía proceder sin miedo, porque por mucho que fuese el rigor que aplicase, nunca se excedería. Uno de los que así asesoraron a Rosas, fue el doctor Dalmacio Vélez Sársfield. ¡Triste título que más de una vez debió remorderle la conciencia, amargando sus alegrías y haciendo más penosos sus insomnios!». En la nota al pie de la página 597, anota sobre el autor del Código Civil: «Cuando impugnó el Acuerdo de San Nicolás y siempre que -antes del 11 de noviembre- trató de la Constitución Nacional, sostuvo la teoría diametralmente opuesta, con la misma elocuencia y también con la misma carencia de convicciones. La figura del doctor Vélez Sársfield, no obstante, su indiscutible talento, produce como casi todos sus actos, una impresión de profunda pena y de invencible repulsión».

Este tipo de perversa ideología actualmente subsiste tanto en seudo historiadores como en pseudo periodistas en la galaxia Gutenberg de nuestro convulsionado presente cuyos nombres son bien conocidos, ya que como dije en una nota anterior: » Al que le quepa el sayo que se ponga el sayo». Una perversa y sintomática metodología que va más allá del error, una aberración que «a posteriori» trajo nefastas consecuencias, una fábula que benefició a los granujas y dejó en un congelador, por así decirlo, las execrables tropelías y desaguisados históricos que más tarde repitieron las generaciones contestarias e insurgentes de los años 60 y 70. Esta impostura cultural (hablar políticamente correcto, no avanzar contra la corriente), desgraciadamente se ha trasladado como un virus intelectual y psicológico a una forma de periodismo acomodaticio, superficial y artificioso, un estilo que «cuela el mosquito y se traga el camello».  Esta nefasta corriente ha penetrado en las mentes desprevenidas y en almas timoratas haciendo un incalculable daño durante el alfonsinato y el kirchnerato. Y si alguien no está de acuerdo con sus cánones -por ejemplo, la versión de la lucha antisubversiva- automáticamente queda cancelado. Se puede decir que estos comunicadores -intelectuales de café- forman una corporación o casta unida por una libertad de expresión mal entendida, mal aplicada, la cual ha contribuido a la postración, decadencia y oscurecimiento del futuro de la patria.

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