Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, poseída por un infantilismo político y cívico desde hace tanto tiempo, no podemos dejar de ver las cosas con una sorpresa permanente. No obstante, por una siembra de acciones, más para la repulsa que para el aplauso, hacen que debamos avergonzarnos de un modo superlativo. El último episodio de la muerte de tres jóvenes mujeres en Florencio Varela, encuadradas en una de los estigmas más penosos que vive la nación desde hace mucho tiempo, como es el narcotráfico, nos ponen en un tablero de oprobio, desazón y angustia que perturba el espíritu y la conciencia de tantos ciudadanos que están en las antípodas de este submundo; devenido en una marginalidad a la que parece prestársele poca atención. Ese escenario no es nuevo. Muchos gobiernos fallidos, como lo han sido en la provincia de Buenos Aires, sobre todo, pioneros del encumbramiento de este universo lateral que tanto daño ha causado, y cuya ampliación endémica amaga con ser tan difícil de combatir; más aún extendido peligrosamente a toda la geografía del país, con preeminencia en Rosario, Santa Fe, como es público y notorio.

Muchos son los motivos que se podrán esgrimir para justificar este surgimiento, por momentos asombroso, del mundo de la droga. Décadas de un avasallamiento de muchos derechos elementales, enunciados en la C.N., que debieron dar protección a los menos dotados de cierto grado de bienestar, los fueron arrinconando en un micro mundo (hoy extendido en un pauperismo colosal) del que les fue, es y será muy complejo salir. La muerte siempre es cruel; pero las formas, la enajenación y la brutalidad de los métodos para ejecutarla supera todo indicio de mínima comprensión y racionalidad. Todo en un entramado demoníaco. Venganza, ajuste de cuentas, formas ejemplificadoras de dar mensajes; es acaso posible saberlo? Hay un espectro de vasos comunicantes, desde la familia, pasando por la sociedad y el propio Estado qué, por momentos, parece haber olvidado (o abandonado, aún peor) compromisos elementales para sanar los males impuestos por dejadez e irresponsabilidades compartidas. Valores subvertidos, pobreza extrema, educación en estado apocalíptico, Justicia endeble, son apenas la punta de un iceberg siniestro que espera agazapado para producir daños letales. Las  consecuencias están a la vista.

Alejándonos un poco de este siniestro panorama, los últimos días nos embadurnaron la paz a los argentinos con las noticias producidas en el plano de la política y la economía. El estruendoso ruido producido por los enganchados en el tren de la modalidad destituyente, desde Cristina a Mayans, pasando por una lista cada día más pletórica de nombres enrolados en esa manera voraz de enturbiar, a más no poder, el escenario de una campaña, nos pusieron a los argentinos, de nuevo, en esa variable de zozobra e incertidumbre que quizás ingenua y estúpidamente, habíamos querido superar. Nada los detiene, el tema es molestar, fatigar a un gobierno, qué con sus errores reconocidos por propios y extraños, trata de sacar a la Argentina de este enmarañado sitio en el que lo pusieron décadas de pésimas administraciones. Ponernos al borde del abismo, es su metodología. La pérdida del poder los obnubila, los trastorna. Y entonces pierden toda posibilidad de sensatez. Los ataques rayan el ridículo, y por qué no el delito. Recuperar el espacio, a como dé lugar, es su objetivo. Sanar el duelo por la derrota, los subyuga. El resentimiento por el ostracismo, los atolondra. Nada se propone como posible solución; atacar, sin condicionamientos es la forma. Sembrar el pánico en una población harta de experimentos y desconcertantes opciones, es su esencia.

Por esas cosas, que parecen sacadas de una galera entre fantasmal y milagrosa, el gobierno apeló a sus contactos fluídos (por ahora) con una potencia extranjera (EEUU) de la que tantos reniegan, para tirarnos un salvavidas que ojalá sirva para cierto sosiego y no para nuevas frustraciones. En la cancha, maltrecha y rota de tantos desvaríos, están dos jugadores (que no somos, sino adentro, todos los ciudadanos de bien) jugándose una escasa y pordiosera cuota de poder; que por las malas praxis la llevaron al fondo de la consideración pública. Todo lo expuesto, me llevan volver a lo del título: “¡Qué difícil todo”.

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