Por Luis Alejandro Rizzi.-

Una vez más abordaremos esta “cuestión política”, que es la “representación y la república”.

El artículo 1º de la Constitución dispone que: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución.”

El Dr. Roberto Gargarella publicó en el diario “La Nación” un artículo titulado “El fin de la representación política”, donde afirma con acierto que: “Bajo las condiciones presentes, el viejo sueño de la representación plena se terminó. No se trata entonces, y simplemente, de que en el Congreso nos encontraremos (como siempre) con algunos representantes corruptos, o ineficientes, o mal formados. Todo eso es y será cierto, pero hay un problema mayor, de carácter estructural: en estas nuevas condiciones económicas, sociales, culturales, personales, ya no es posible, en los viejos términos, la representación. Tenemos que asumir que no será posible, a futuro, lo que fuera posible décadas atrás.”

Sin embargo, pienso que también habría terminado una concepción de la república, como institución o forma de gobierno.

Entonces estaríamos ante un lapso de transición y reflexión, más que de un fin de época, ya que es imposible trazar una línea divisoria, por cierto, imaginaria, entre diversas épocas.

Se trata más bien de evolución, como lo vería Alexis de Tocqueville, la evolución es permanente, por ejemplo, nunca se sabe cuándo se pasa de la infancia a la adolescencia, a la madurez y a la vejez, se percibe en la visión retrospectiva, pero es imposible datarla.

Por otra parte, como lo suscribieron China y Rusia en febrero de 2022: “No existe un modelo único para guiar a los países en el establecimiento de la democracia. Un país puede elegir las formas y los métodos de poner en práctica la democracia que mejor se adapten a su situación particular, basándose en su sistema social y político, sus antecedentes históricos, sus tradiciones y sus características culturales únicas. Corresponde exclusivamente al pueblo del país decidir si su Estado es democrático.”

En ese párrafo se advierte que cada país o cada sociedad elige su forma de gobierno y sólo se la puede ponderar con relación al “bien común” de cada sociedad o país.

La autocracia china, como forma de gobierno, parece funcionar y beneficiar al pueblo, sería una “democracia que acepta la autocracia”.

Si consideramos a China un país “comunista”, es obvio que no es el mismo comunismo de hace 50 años; es otro muy diferente, que ha evolucionado y se va adaptando a la altura de los tiempos, como diría Ortega.

Lo concreto es que hoy parecen estar más en crisis los regímenes “representativos y republicanos” que los que paradojalmente serían los “democráticos autocráticos”.

Hoy la vara pasa por el “poder político” y sus zonas de influencia y es ese “poder político” el que califica las formas de gobierno de cada país “influenciado”.

En el acuerdo referido más arriba, “Rusia y China se oponen a los intentos de fuerzas externas de socavar la seguridad y la estabilidad en las regiones adyacentes comunes, pretenden contrarrestar la injerencia de fuerzas externas en los asuntos internos de países soberanos bajo cualquier pretexto, se oponen a las revoluciones de colores y aumentarán la cooperación en los ámbitos antes citados.”

Sin embargo, hoy día la “influencia” no se da sólo por la proximidad geográfica, sino por el poder militar y el tecnológico.

Así en nuestra América, Venezuela, Cuba y Nicaragua, por proximidad geográfica deberían estar bajo “la influencia” de los EEUU y sin embargo, poder tecnológico mediante, estarían “controlados” por potencias más distantes, Rusia e Irán, y esos países son los que califican la legitimidad de sus formas de gobierno, para nosotros ilegítimas.

Donald Trump parece decidido a terminar con el régimen bolivariano y luego con el cubano y sería muy improbable que Rusia, Irán o China muevan un dedo, del mismo modo que Trump acepta que Ucrania debe estar bajo control de Rusia y no de Europa y probablemente Taiwán de China.

Al punto que quiero llegar es que la representación no llegó a su fin, como lo sostiene Gargarella, tampoco llegó a su fin la “república” como forma de gobierno, pero la “cuestión” es que no evolucionan, por eso se están deformando, dificultan la marcha y lastiman.

A nuestras instituciones les aparecen “protuberancias”, que en los pies llamaríamos “juanetes”. Lo que debemos evitar es que las protuberancias se calcifiquen.

Ésta es la “cuestión”, por cierto, muy difícil de tratar.

Pienso que estanos en la época de las “gobernanzas “, lo que era una relación esencial entre “poder o mando y obediencia”, propia de la república, se horizontalizó, hoy ni se manda ni se obedece, la gente se opone, por eso hoy en la política sólo deberían valer la persuasión y el consenso.

Sería algo asiícomo un oxímoron político, anarquía institucionalizada.

Quizás Milei no esté tan errado en lo que llama “anarcocapitalismo”; sería más bien un anarquismo con plan y mercado.

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