Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, estamos convocados cada día a vivir emociones nuevas; aquellas que nos producen pesares y otras dispuestas a motivarnos para que en esa lucha permanente por sobrevivir en un país muy especial nos aporten las mejores posibilidades. Comenzaba y terminaba mi nota anterior con un interrogante ¿Despertaremos? Y de verdad qué en el fondo a pesar de los pronósticos agoreros, de mal gusto y humillantes, conservaba la esperanza que nos estaba reservado un pedacito de la historia para terminar, de algún modo, con un sistema que nos llenó por décadas de angustia y oprobio. Los que transitamos tiempos políticos con una turbulencia propia de mentes desquiciadas en el manejo de la cosa pública, no podemos menos que censurar a todos aquellos que hicieron de esta nación un revoltijo de emociones trastocadas por enfrentamientos, grietas y sinsabores como resultado de regímenes populistas, demagógicos y autoritarios que nos han dañado, por generaciones, de un modo superlativo. Nadie sabe si se dio vuelta una página. Si hay un alumbramiento capaz de hacernos reaccionar de modo definitivo. Si es cierto que en él va implícito el deseo y la esperanza que en ese renacer los tiempos por venir nos enseñen, al menos, a reflexionar sobre el calvario sufrido, inmerecidamente, por tanto tiempo.

Precedidos por una campaña inusualmente provocativa. Llena de atajos con las propuestas, si así se las puede llamar, de lo más insulsas, insustanciales. Con el marco promesante tan vetusto; apenas movilizado por lo chocante y provocativo. Nada que sirviera para algo positivo en el futuro. Una dirigencia reciclada con figuras apolilladas en el cartel. Tan llenos de una falsía deslucida por lo harto y trucho conocido. Los viejos, por eso; y los jóvenes con ese lenguaje cavernario heredado de antiguas leyendas mortuorias (Perón, Evita, Raúl, Carlos, Fernando, Néstor). Anticipo de derrotas inapelables. Porque ni la milagrería tuvo lugar para llenar las urnas. Un realismo de torpedo avasalló el intento de la proverbial engañifa. Nada sirvió. Todo se pulverizó en cuestión de horas.

Las manos y la conciencia de jóvenes y viejos unidos para intentar, mediante el voto, dar el salto hacia una nueva generación de ciudadanos. Propensos ambos, al intento por cambiar lo que quirúrgicamente se ha destruido.

Dicho eso, una variedad de preguntas para intentar explicar una derrota poco menos que anunciada. Porque la racionalidad así lo exponía. Décadas perdidas en el engaño y la vergüenza. En la promesa y el incumplimiento. En la mentira, vomitando sobre la verdad. En esa trágica dualidad del político acostumbrado al embuste y la traición de la idea propugnada. Ya ni el discurso, la pancarta, o la gigantografía repulsiva, por lo exagerada, fue suficiente. Ni menos la obscena y escandalosa millonada de dinero, de orígenes ignotos (o no, quién lo sabe) alcanzaron. El viento cambió, movió la veleta hacia un rumbo apetecido, querido por una mayoría, apenas si confiada, aunque ilusionada por descarte. El estigma de la derrota, sin embargo, se insinuaba por encima de los deseos del bando contrario.

¿Razones y motivos de la caída del mundo Peronista/Kirchnerista/Provincias Unidas/Izquierda)? Casi una obviedad. Años de mala praxis, populismo, demagogia, corrupción, en los primeros; una “sociedad” extraña, de última instancia, como oteando un horizonte plagado de incertidumbre entre los primeros y el gobierno de turno, en los segundos; y finalmente una izquierda, socia y amiga del mundo K, blandiendo viejas banderas del anti todo, juntos, entre otros, al segmento Pro-Palestina y anticapitalista (sólo por costumbre y snobismo nomás). Y finalmente, el golpe de gracia propinado por la aparición de la BUP (Boleta Única de Papel). Para destronar viejas mañas. Deseos ocultos. Consecuencias impredecibles. Su uso fue letal; debe ser por siempre y para todo el país. Basta de subterfugios. El arribismo, a la tumba.

Y ahí queda el oficialismo ganador. Tremenda responsabilidad. Sin opciones. El bien por el bien mismo es deseable. Nada que no sea consecuente con el apoyo popular, será válido. Queda sólo una carta; debe, necesariamente, ser ganadora. Nadie que puso el voto hará la vista gorda. Todos estarán atentos. El internismo debe ser sepultado si no se quiere fracasar. El consenso debe ser vital. El diálogo y el acuerdo con los mejores, imprescindible. Enfrente están los de siempre, en apariencia despoblados; pero dispuestos al roscazo. El tiempo corre a velocidad supersónica y el 27 está a la vuelta de la esquina. Por eso y tantas otras cosas, como se dice en el título: “Ahora a desperezarse”, el nuevo día llegó. Sepamos, todos, aprovecharlo.

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