Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra hay una particularidad manifiesta como es el hecho de las verdades, que por rara cuestión suelen ser sólo a medias. Por otra parte, eso se mezcla, casi de continuo, con las mentiras. En el plano de la política, especialmente, ese tema tiene una vigencia que se ha hecho crónica. Y no es que en otros ambientes no ocurra lo mismo; el tema es que en lo mencionado en primer término los efectos son particularmente perturbadores. La última elección nos instaló, de nuevo, en el campo de las “candidaturas testimoniales”. Cada uno, y sobre todo si lo acompañaba alguna partícula de fama, trató, vía su partido, de erigirse en un candidato especial, a tiro de fácil engañador por aquello que “es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados” (Mark Twain, dixit). Resulta que ese método, teñido de tramposo, en una vuelta casi de escándalo, volvió al ruedo en las listas de candidatos. De inmediato, dos bibliotecas se abrieron para justificar tal engañifa. De todos los colores y cargos. Cada uno buscando posicionarse para seguir en la ruleta buscando continuar girando en política. De gobernador a diputado. De diputado a senador. De intendente a concejal. De tal cargo, obvio, a otro. Y así, sin cuidado de las formas. En recurrente “maestría” que cobijara ambiciones. Los que condenaron la maniobra por ser una estafa al ingenuo votante. Sus actores, de un lado, buscando en la sábana esconder sus intenciones. Por otro los que sueltos de cuerpo argumentan qué lejos estaban de saber que serían potenciales hombres elegidos para ocupar cargos de mayor relevancia, léase Ministerios. Y así las cosas; porque esta política vernácula, destructora de una cultura cívica auténtica, les da pábulo para que esas cosas ocurran con una escandalosa plenitud, sin que a nadie se les mueva siquiera un pelo.

No menos impactante será el capítulo (Juicio) que nos tiene reservada la historia del escandaloso y perturbador affaire de las coimas que en siniestra “sociedad” catapultó, en una desdichada fama, a dirigentes políticos de primer nivel (Presidenta, Ministros, Secretarios y empresarios de renombre y fama del país). Una obra maestra de la corrupción. Una sinrazón patética capaz de elevarlos a la categoría de malhechores públicos. Esto, y por las dudas, “hasta que se demuestre lo contrario” como se estila decir en estos casos. Aunque las pruebas, al parecer, son de una letal contundencia para la condena. Los testimonios del fiscal Stornelli, al respecto, son irrebatibles. Pero en fin; siempre habrá un “pero” salvador en nuestra nación atosigada por lo anti natural en cuanto al comportamiento de aquellos que en lugar de ser custodios de los dineros públicos, son gentes rapaces, dispuestas a todo; y además cuando una Justicia lenta y perezosa da la sensación que les allana el camino para delinquir, de un modo feroz y sin escrúpulos. Triste parecer.

Las consecuencias, no de análisis profundo. Visto ello por el más vulgar de los mortales: Hospitales abandonados, Escuelas sin lo indispensable, por ser simplista en la observación. Porque la corrupción de esta manada de impresentables, ciudadanos de carne y hueso como uno, afectó la estabilidad política y económica. La Democracia y el funcionamiento de la República. El prestigio de las instituciones. La situación de los más vulnerables. Sus derechos, hasta los mínimamente necesarios. La moral, los derechos humanos (de los que tanto se ufanaron con su proverbial caradurismo). En fin, que han sido cruelmente inhumanos, indignos de una sociedad seria. De un mundo (una mayoría al menos de ciudadanos honestos) que aspira a superarse de continuo para que lo dejen, al menos, vivir en paz. Miren que poco se pide! Por todo esto, como se indica en el título, en lugar del “cada cual con su verdad”, ésta sea una sola y para siempre. De lo contrario, la mentira será la reina de un triste y espantoso carnaval.

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