Por Juan José de Guzmán.-

No es mi intención entrar en la permanente polémica que nos divide a los argentinos, como probablemente ocurrirá en el momento en que a alguien se le ocurra «confrontar merecimientos para estar o no allí».

Me limitaré a mencionar el nombre de un patriota, que no puede ni debe faltar en ese salón, el eminente doctor, profesor René Gerónimo Favaloro.

Como no quiero dejar margen para que aparezca el tan asiduo «éste merecería estar antes que…», sólo recordaré que a Favaloro, salvo el nombre a una placita o calle no demasiado importante, no se lo ha homenajeado post mortem con los honores que merecería la trayectoria de este verdadero prócer argentino.

Al gran René todos lo recordamos por su generosidad sin límites, su austeridad de zapatos gastados (reciclados con sus «media suela»), su veneración hacia el general San Martín, sus aportes a la salud y por la depresión que lo llevó al suicidio.

Su hombría de bien y honestidad no pudieron convivir con las transas de la política y el sindicalismo que lo atormentaron hasta el último de sus días.

Su introducción en el Salón de los Próceres sería, de alguna manera, una forma de saldar parte de la deuda que como sociedad contrajimos aquel infausto 29 de julio del 2000.

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